Quizá para
muchos de vosotros Judas es una epístola muy conocida. Como solo tiene 25
versículos, alguno hasta podría sabérselos de memoria. Otros como yo, conocemos
de oídas que su autor era el medio hermano del Señor y algún dato básico más
como su ubicación en el Nuevo Testamento. Como un extra, algunos podemos cantar
sus últimos dos versículos. Pero ¿qué más hay que saber de él? Pensé que, si
este Judas es uno de los hermanos de Jesús, muy poca información obtendremos de
su vida antes de ser inspirado por el Espíritu.
Judas nos deja
prácticamente dos detalles acerca de su identidad: uno, “es hermano de Jacobo” (v.1);
dos, no es apóstol, “tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por
los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo” (v.17). El vínculo sanguíneo con
Jacobo y su ausencia en el ministerio de Jesús, nos da pistas sobre el personaje.
En el Nuevo
Testamento encontramos repetidos los nombres Judas y Jacobo. Si nos detenemos
en ellos, sabremos más certeramente quién es el que escribe la carta:
JACOBO
hijo de Zebedeo, hermano de Juan, los tres de profesión pescador (Mateo 4:21).
Por el relato de Mateo 27 y Marcos 15, reconocemos a Salomé como su madre
(versos 56 y 40 respectivamente). Este Jacobo llegó a ser apóstol de
Jesucristo, cumpliendo los requisitos de un apostolado (Hechos 1:21 y 22). Los
datos expuestos nos llevan a descartar de manera categórica a este Jacobo como
el hermano de Judas.
JACOBO hijo
de Alfeo. Cuando el Señor escoge a sus doce discípulos de manera oficial, se
mencionan dos personas con el mismo nombre, el anterior descrito y éste. Mateo
los menciona en el capítulo 10 verso 2 al 4. Marcos lo hace en el capítulo 3,
versos 17 y 18, y Lucas igual (6:14,15). Marcos nos dice que en la muerte del Señor
hubo mujeres que no hicieron como los discípulos, huir, sino que se mantuvieron
al pie de la cruz, y nombra a una tal María, madre de Jacobo el menor y de José
(15:40). Los autores señalan a este Jacobo como el mismo hijo de Alfeo.
Discípulo y apóstol, por lo tanto, tampoco es Jacobo el hermano del autor de la
carta en estudio.
Entre los
discípulos encontramos nombres repetidos, estos son: Jacobo, hijo de Zebedeo y
Jacobo hijo de Alfeo; Simón Pedro, hermano de Andrés, y Simón el zelote o el
cananista. Finalmente, Judas Iscariote y Judas Lebeo, Tadeo o Judas hermano de
Jacobo. Este el tercer Jacobo que viene a continuación.
JACOBO
hermano de Judas (no el Iscariote) (Lucas 6:16). Solo en dos ocasiones
encontramos a este Judas Lebeo o Tadeo, relacionado con un tal Jacobo, en Lucas
y en Hechos de los apóstoles, cuando los discípulos escogieron al sucesor del
traidor (1:13). Ambos textos dicen “Judas hermano de Jacobo”, y aunque suele
ser confuso al estar redactado de la misma manera, no son las mismas personas
que encontramos en el verso 1 de la carta de Judas. Este varón, más conocido
como Judas Tadeo, también fue discípulo de Jesús, llamado por Lucas, apóstol
(6:13), de manera que queda descartado.
JACOBO
hijo de José y María, hermano también de José, Judas y Simón, y otras hermanas
(Marcos 6:3). Pablo nos recuerda en su carta a los Gálatas, que al subir a
Jerusalén, después de estar tres años en Damasco, pasó 15 días con Pedro, y no
vio a ningún apóstol, solo a Jacobo el hermano del Señor (1:19). Hace mención
de él Lucas en su segundo tratado a Teófilo, capítulo 15. Se reúnen en
Jerusalén la iglesia, los apóstoles y ancianos, para tratar el tema de los
judíos prosélitos, judaizando a los gentiles, y toma la palabra Jacobo, como
líder del concilio. Este Jacobo no fue uno de los doce, ni lo fue Judas su
hermano, pero cada uno, inspirado por el Espíritu de Dios, escribió una carta,
incluidas en el canon de las Escrituras, Santiago y la que estamos estudiando.
Hemos dado
entonces con el personaje, sabemos quién es este Judas, habiendo descartado el
resto, pero todavía nos toca estudiar su pasado. Ya hemos identificado al
personaje, ahora nos resta conocer a la persona. Esto será en la siguiente
meditación.
2. ¿QUIÉN ES EL AUTOR? (II)
De Judas, el hermano de Jacobo, y
medio hermano de Jesús, conocemos muy poco, pero tenemos clara una cosa: su
estado espiritual y posición en cuanto a Jesús como Mesías, como el rey de los
judíos. Juan nos habla de un pasado de incredulidad, “le dijeron sus
hermanos: Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las
obras que haces. Porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en
secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo. Porque ni aun sus
hermanos creían en él.” (7:3-6).
Judas no estuvo presente cuando
Jesús levantaba paralíticos, sanaba leprosos o resucitaba muertos. No escuchó
las enseñanzas de Jesús, no le oyó hablar en parábolas, ni orar al Padre en
Getsemaní. Sumado a la falta de fe estaba el desconocimiento, era incrédulo y
además indocto, un completo desconocedor del Hijo de Dios.
Una de las menciones de Judas la
hace Juan en el capítulo 2, verso 12, cuando después de manifestarse por
primera vez con señal portentosa en Caná de Galilea, el Señor descienden a
Capernaum con su madre, los discípulos y sus hermanos, para establecer allí su
nueva residencia (Mt.4:13)
Otra es cuando Jesús regresa a
Nazaret (Marcos 6; Mateo 13:55). El Señor quedó asombrado por la incredulidad
de sus conciudadanos. No pudo hacer muchos milagros allí y profirió estas
palabras: “No hay profeta sin honra sino en su propia tierra” (v.4), refrán
conocido en nuestra sociedad actual. Los que le oían se admiraban, no para
rendición sino escandalizados por sus enseñanzas, “¿De dónde tiene éste estas
cosas? ¿Y qué sabiduría es esta que le es dada, y estos milagros que por sus
manos son hechos?” (v.2). En lugar de reconocerle como el Mesías esperado, le subestimaron
comparándole con hombres mortales, llanos y del vulgo como lo eran sus
hermanos.
En una tercera ocasión, narran
los evangelistas Mateo 12, Marcos 3 y Lucas 8, que mientras Jesús enseñaba, la
multitud se agolpaba, cosa que impidió el acceso fácil de su madre y sus
hermanos a él. Uno cerca del Señor le dice que le buscan, y al ver a sus
discípulos, responde: “He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que
hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.”
(Mr.3:35).
La cuarta ocasión se produce con
motivo de la fiesta de los tabernáculos. Todo judío debía subir a Jerusalén
para celebrarla, y los hermanos del Señor no harían menos. Pero la incredulidad
de ellos los lleva a pensar que el Señor hacía todas sus obras a escondidas. Le
retaron a ir a Jerusalén y hacer todo tipo de señal delante del pueblo, los
religiosos y el sanedrín. Pero el tiempo del Señor no es el nuestro, esperar el
momento justo para culminar su obra fue una de las manifestaciones de su
paciencia. Después que sus hermanos subieron, entonces él también lo hizo, no
abiertamente porque en Judea procuraban matarle (Juan 7).
Hasta aquí la Biblia nos muestra
a un Judas inconverso, desafiante, arrogante. No había servido de nada la
educación recibida por María y José en cuanto a Jesús, el testimonio dado por
estos dos hijos de Dios, que desde un primer momento se postraron reconociendo
a Jesús como el Salvador: “Engrandece mi alma al Señor (dijo María); y mi
espíritu se regocija en Dios mi Salvador.” (Lc.1:46,47). Claro que sus hermanos
conocían la forma sobrenatural de su concepción y el corazón rendido de su madre
y padre, pero despreciaron el consejo.
Ellos, como todo judío,
aguardaban la manifestación del Mesías, el enviado, el escogido, el esperado.
Conocían las promesas plasmadas en las Escrituras acerca de su advenimiento,
pero aunque le vieron, no tuvieron fe, como sí lo hizo Andrés al escuchar a
Juan el Bautista señalar a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo. Éste corrió hacia donde estaba su hermano Simón para darle la buena
nueva (Jn.1:41).
Pero encontramos una quinta
referencia de Judas en Hechos de los apóstoles, capítulo 1 verso13, y a partir
de ahí, todo cambia. El autor que habla con tanto celo, que exhorta
ardientemente, que advierte acerca de los apóstatas, el que tiernamente escribe
a los llamados santificados en Dios Padre acerca de la común fe, es el mismo
que un día dijo no al Salvador del mundo, pero ante la presencia del Cristo
resucitado, y sin resistirse más, comenzó su andadura por el camino que lleva
hacia arriba, siendo usado por el Espíritu de Dios.
3.
¿QUIÉN ES EL AUTOR? (III)
Con la lectura de esta carta
conoceremos a Judas, quien hasta ahora ha sido muy poco mencionado en las
Escrituras. Sabíamos acerca de su mucha incredulidad, pero lo que vemos ahora
es el ardor y el celo de un siervo de Dios. ¿Cuándo comenzó todo? El autor de
Los Hechos cita en su primer capítulo “Y entrados, subieron al aposento
alto, donde moraban Pedro y Jacobo, Juan, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé,
Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano de Jacobo.” (v.13).
Este Judas hermano de Jacobo NO ES EL AUTOR en cuestión, fijaos que las Biblias
suelen referirnos a otros libros para relacionar personajes, dichos o
experiencias; este no es el caso, porque no es el Judas que estamos descubriendo.
Pero el siguiente versículo SÍ que menciona a nuestro autor, cuando dice “Todos
éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la
madre de Jesús, y con sus hermanos.” (v.14).
Lo que sucede a partir de
entonces no lo sabemos. Desconocemos su confesión y sus actos de fe. Nadie hace
referencia de su vida llena del Espíritu, aunque sabemos que lo recibió igual
que todos, ese día de Pentecostés. Leemos del ministerio de su hermano Jacobo
en Gálatas 1:19 y en Hechos 15, pero de Judas no se dice nada. Ignoramos las
pruebas por las que pasó, su servicio en la asamblea, el testimonio público del
mensaje de salvación.
Y aquí estamos, frente a una
carta reveladora de grandes aspectos desconocidos de él en materia espiritual.
Su identificación primera: “siervo de Jesucristo”. El vínculo sanguíneo que le
unió a Jesús no es lo importante para darse a conocer, tampoco era relevante
para su fe. Expresa sus buenos deseos a los santificados en Dios Padre: “Misericordia
y paz y amor os sean multiplicados”. Habla tiernamente llamando en tres
ocasiones “Amados” a sus hermanos, estilo más propio de Juan, por ejemplo.
El autor se gloría en Cristo y en
la salvación que nuestro Señor propició en la cruz, y hace una primera
exhortación que, para mí, es magistral: “por la gran solicitud que tenía de
escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros
exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez
dada a los santos.” (v.3). En la siguiente meditación voy a profundizar en
estas palabras, pero ahora debo reconocer que no hay otra mejor manera de
empezar una carta, que a su vez dice mucho del nuevo hombre que fue formado en
el antiguo incrédulo Judas.
La gran solicitud, el deseo de
exhortar y las palabras “contender ardientemente” nos son familiares en el muy
conocido apóstol Pablo. A este le vemos entregado a la obra, compungido por la
incredulidad, dedicado a la instrucción de sus hermanos. O Pedro, que también
se caracterizaba por mostrarse con ardor en favor del evangelio de Jesucristo.
Lo mismo sucede en todo el
desarrollo de la carta y a medida que se acerca el final de la misma. Su
entusiasmo va en crecimiento cuando se dirige a sus hermanos: “edificándoos
sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en
el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para
vida eterna.” (vv.20,21). Cuando se refiere a los que todavía no han
reconocido a Cristo como Señor y Salvador, “A algunos que dudan, convencedlos.
A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia
con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne.” (vv.22,23).
Quizá, su pasada dureza de corazón, le llevó a pedir tal fervor para con los
incrédulos.
La Doxología de Judas son
“palabras de alabanza” dedicadas al que rescató su vida. Estas se han
convertido en oración y en canción. En sus líneas y estrofas el autor registra
su experiencia íntima con el Señor, quien le ha guardado de caídas y de
manchas. Reconoce de él su poder, su cuidado, su gloria. Es único y sabio. Es
su Salvador y merece gloria, majestad, imperio y potencia, ahora y por todos
los siglos.
¡Hermoso final! El desconocido del principio ahora nos resulta familiar, cercano y amado.
"Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.” (V.3)
¡Contender ardientemente! ¿Qué
nos está pidiendo el Señor? ¿pelear? ¿batallar? ¿ardor? ¿celo? ¿No parece esto
contrario a la mansedumbre a la que somos llamados? Absolutamente NO. En todo
caso, es contrario a la mansedumbre que entendemos, a la que denigra la sociedad,
distinta a la que se nos anima a tener. El mismo Señor fue ejemplo de contender
con ardor. Allí le vemos en el templo volcando las mesas en dos ocasiones. En
ambas, la ciudad estaba repleta de judíos religiosos deseosos de cumplir con la
tradición de apersonarse en Jerusalén para la fiesta de la Pascua, “Decid a
la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, Manso, y sentado sobre una
asna, Sobre un pollino, hijo de animal de carga... Y la gente que iba delante y
la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el
que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Cuando entró él en
Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? Y la
gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea. Y entró
Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en
el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían
palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada;
mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.” (Mt.21:5, 9-13). También
dice Juan: “Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén,
y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los
cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del
templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los
cambistas, y volcó las mesas” (2:13-15).
Las calles de la ciudad de David
se llenaron de vendedores ambulantes provistos de todo tipo de simbolismo
religioso y, aprovechando la masificación, el negocio les invitaba a plantearse
por qué no vender además otros objetos, aunque no fuesen imprescindibles para
adorar. Las proximidades al templo solo eran un preámbulo al lugar donde se
cocía la idolatría judaica. Allí no estaba Dios. Jesús, Dios con nosotros, Dios
hecho hombre entró manso y sentado sobre un pollino, cumpliendo la profecía de
Zacarías 9:9, “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de
Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y
cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.”
Aunque de carne y hueso, con
necesidades iguales a las de cualquier mortal, el Señor conservó el celo que le
identifica con el Dios santo, “el celo de tu casa me consume” (Sal.69:9), “la
santidad conviene a tu casa, Oh Jehová, por los siglos y para siempre.” (Salmo
93:5). Un celo sin pecado, como él solo puede expresar. Un latir acelerado en
su corazón al ver hasta dónde es capaz de extenderse la ceguera espiritual, lo
que el pecado nos lleva a hacer a sus criaturas. Las palabras de lamento sobre
Jerusalén también procedían de la misma conmoción, ¿os imagináis al Dios que
todo lo sabe, maravillado por la incredulidad de su pueblo?
Ese estado de estupefacción tuvo
sus momentos de expresión verbal: los echó fuera y les llamó ladrones, después
de recordar a viva voz, y delante de todo judío, que aquel lugar era la casa
edificada para que Dios hiciese habitación entre su pueblo, razón principal por
la que todos debían acudir allí. Fue el mismo estado que le llevó a expresar de
manera física y ardiente su desacuerdo: dio azote de cuerdas, esparció las
monedas y volcó las mesas y las sillas.
El Señor no fue impasible a la burla que contra Dios practicaba Israel. No debo serlo yo por la fe que profeso. Si mis actos me llevan a deshonrar a Dios, es hora de contender ardientemente para poner fin a esto, y ponerme del lado del Salvador, ya no más del lado de las excusas acerca de mi debilidad y humanidad. Mucho tengo que hacer para glorificar Su Nombre, empezando por reprender el pecado que me lleva a faltarle. ¡Es la hora de los valientes! Tiempo para defender la fe y decir: soy de Cristo y con su ayuda declararé y afirmaré mis pasos para defender la santidad que él quiere para mi vida. Es el momento de quitarse la capa que nos postra y no nos deja servirle como merece. Tiempo de tomar decisiones que me lleven a una lucha santa, con un triunfo seguro. Basta ya de presentarme avergonzada por haber caído una vez más en el error. Hoy me he levantado diciendo y haciendo lo que es para Su gloria, como me exhorta el autor, a contender ardientemente por la fe que me llevó un día al arrepentimiento y hoy me salva de la derrota espiritual con la que la carne, el mundo y el enemigo de mi alma quiere marcar mi vida.
5.
¡CUÁN FEO ES EL PECADO!
El tema central de Judas es
animar a los creyentes a contender ardientemente por la fe, venciendo la
apostasía, cualquiera sea la forma de manifestarse. Recordemos que apostata o apostasía
es todo aquel o todo aquello que va en contra de Dios, de su persona, donde
incluimos su autoridad, santidad, divinidad; y en contra de su palabra, ya sean
sus promesas y/o su voluntad.
Por ello menciona en un primer
momento a los que entran encubiertamente en las congregaciones (v.4), luego se
detiene en los ángeles caídos (v.6), sigue con la inmoralidad de Sodoma y
Gomorra (v.7), y finalmente nombra a tres personajes del Antiguo Testamento,
rebeldes y contumaces (v.11). Cada uno de ellos consigue, como consecuencia de
su perverso obrar, destrucción, prisión eterna, juicio del gran día, castigo
del fuego eterno y muerte.
Quizá, muchos de vosotros, así
como yo, no hemos crecido expuestos a tanta maldad, tanta oscuridad o tanta
promiscuidad. Esto es motivo de dar gracias a Dios, pero no quiere decir por
ello que el mundo no esté hundido en un lodo cenagoso o que ninguno de nosotros
haya pecado. Muchas cosas más de las que están en las Escrituras son las
prácticas comunes de la raza caída. Prácticas que Dios aborrece y que son ofensa
a su santidad.
Si nuestra mente no puede
comprender tanta maldad, Judas y muchos otros sí que experimentaron en sus
carnes la apostasía de los falsos maestros o de los falsos hermanos que están
entre nosotros como manchas en nuestro ágape, como nubes sin agua o como
árboles sin fruto. Pablo habla de ellos a los Gálatas: “y esto a pesar de
los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra
libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, a los
cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del
evangelio permaneciese con vosotros.” (Gál.2:4,5). Pedro los menciona en su
segunda carta: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como
habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías
destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos
destrucción repentina.” (2:1). Y Juan hace lo suyo en la primera epístola,
capítulo cuatro: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los
espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el
mundo.” (v.1). Es el mismo escenario de apostasía destacada en cada cita. Vivencias
que nos confirman de otra manera que Judas fue contemporáneo con los tres siervos
mencionados.
Palabras y actos contra Dios que
pueden dañar a los miembros del cuerpo de Cristo, a los débiles, indoctos o
carnales. Pedro habla de esto con detalle en sus epístolas. Pecados que ni aun
se nombra entre los gentiles era uno de los pecados de los hermanos en Corinto
que debía ser reprendido (1Cor.5:1); y Pablo lo hizo. Puede que no hayas vivido
entre sodomitas y gomórreos, pero ¿qué de la independencia de Dios con la que
vivió Caín, y del ídolo de Balaam, el dinero, o de la rebelión de los de Coré,
a quienes la tierra hubo que tragárselos? (Gn.4; Núm.22, 16). Estos pecados nos
son más familiares. No nos echamos las manos a la cabeza al escuchar acerca de
la soberbia o del juicio que hacemos a todos y a todo, sin hacer uso de la
misericordia, sabiendo que ante Dios es igual de aborrecible uno que otro.
Es cierto que hemos sido redimidos por la sangre de Cristo y no somos apóstatas, pero nuestros pecados ofenden igualmente al Dios Santo. O ¿qué decimos de nuestra pereza, de las enemistades, las muchas ofensas, o el tomar decisiones por mí misma y excusar una y otra vez mi pecado? Acudo a Dios para pedir perdón por todas estas faltas sabiendo que le deshonran, pero las repito, no le veo de otra manera, le hago pequeño, a mi tamaño y a mi conveniencia. El pecado de Caín fue presentar otra ofrenda, aun habiendo aprendido de sus padres, al igual que Abel, que un inocente cubrió sus culpas cuando ocupó el lugar de ellos. El pecado de Balaam fue el intercambio económico por el servicio a Dios, y el de Coré fue oponerse a la autoridad de Moisés. ¿A que estos pecados sí los hemos visto y hasta los hemos practicado? Entonces son estos los que debemos reconocer delante de Dios y comenzar a verle a Él enteramente, no solo como el que perdona sino como el que merece toda honra, imperio, potencia y majestad. Esta es la adoración continua en el cielo. ¿Y en la tierra? ¿De quién espera Dios adoración? ¿No es de nosotros sus hijos?
6.
ENTRANDO ENCUBIERTAMENTE I. CASO JUDAS
ISCARIOTE
“Porque algunos hombres han entrado
encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta
condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro
Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo.”
(v.4).
Judas comienza pronto a hablar de
los falsos que están encubiertamente entre los hijos de Dios, aquellos que son
manchas en nuestros ágapes, que comiendo impúdicamente entre nosotros se
apacientan a sí mismos, estos que son como nubes sin agua y árboles sin fruto.
El mismo versículo explica la manera de identificarlos y también podemos ver el
efecto nefasto que provocan en el versículo 16 y 19: murmuradores, querellosos,
sus bocas hablan cosas infladas, … causan divisiones, los sensuales, que no
tienen al Espíritu.
Para entender el mal obrar de los
perversos, podemos leer el ejemplo de los de Sodoma y Gomorra, de Caín, de
Balaam y de Coré, casos que menciona el autor. Pero para entender cómo actúa el
que entra encubiertamente tenemos a Judas Iscariote, quien estuvo entre los
discípulos intentando ocultar sus intenciones sin conseguirlo. La condición de
maldad de su corazón se mostró antes que Satanás entrara en él. Lo que sucedió
después es conocido por el mundo entero, ya sea confesional o aconfesional.
La Escritura no registra el encuentro
de Jesús con cada uno de sus discípulos, pero sí el de la mayoría de ellos: el
de Andrés y Simón (Mt.4:18,19), el de Jacobo y Juan (Mr.1:19,20), el de Felipe
y Bartolomé (Jn.1:43-51) y el de Mateo, antes llamado Leví (Lc.5:27,28). No se
nos da detalle de Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el zelote o el cananista,
Judas Tadeo o Lebeo y Judas Iscariote. Lo que encontramos referido por los
cuatro evangelistas es que este último, Judas, era uno de los doce (Mt. 26,
Mr.14, Lc.22 y Jn. 6, 20), para que se cumpliera la Escritura, “
El hincapié de cada autor no deja
lugar a dudas de que Judas Iscariote fue elegido y tratado igual que el resto
de los once. Mencionaré solo cuatro situaciones ejemplificando esta afirmación:
LA MISIÓN DE LOS DOCE. La
misma instrucción para todos. Entre otras cosas importantes, los discípulos
estarían en medio de Israel (únicamente) predicando el evangelio del reino, y
recibirían palabra para anunciar esta verdad tan esperada por el pueblo de
Dios, “Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis;
porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois
vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en
vosotros.” (Mt.10:19,20). También recibirían poder para hacer múltiples
milagros como señal del que los envió, “Sanad enfermos, limpiad leprosos,
resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia.”
(Mt.10:8).
ESTUVO EN LA CASA DE JESÚS.
Entró en la casa de Jesús junto con los otros discípulos y compartió la
informalidad de una comida, una cena, el descanso, la relación con sus
hermanos. Marcos nos narra que después que Jesús subió al monte y llamó a sí a
los que el quiso, estableciendo a los doce, luego “vinieron a casa”
(3:19). Encontramos la misma expresión en Mateo 13:36, “Entonces, despedida
la gente, entró Jesús en la casa; y acercándose a él sus discípulos, le
dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña del campo.”
HABLABA EN PARÁBOLAS, PERO
ESTAS ERAN EXPLICADAS A LOS SUYOS. Después que fuese declarado por Jesús
que el único pecado que no puede ser perdonado es la blasfemia contra en
Espíritu Santo, comenzó a hablar en parábolas para que el que oiga no entienda
y se convierta, pero no hacía así con sus discípulos, “Cuando estuvo solo,
los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. Y
les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los
que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no
perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean
perdonados los pecados… Y sin parábolas no les hablaba; aunque a sus discípulos
en particular les declaraba todo.” (Mr.4:10-14,34).
CONOCÍA EL LUGAR DONDE JESÚS ORABA. Cuando Judas ofrece entregar al Señor, se presenta ante el Sanedrín con una gran ventaja, conocía el lugar donde Jesús solía reunirse con los suyos para orar, “Y también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos.” (Jn.18:2).
7.
ENTRANDO ENCUBIERTAMENTE II. CASO JUDAS
ISCARIOTE
“Porque algunos hombres han entrado
encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta
condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro
Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo.”
(v.4).
Además de todo esto, presenció la
mayoría de los poderosos milagros del Señor, y mientras otros se maravillaban
al oír a Jesús hablar y verle actuar como lo hacía, Judas no se inmutaba.
Judas Iscariote era ladrón, como
nos dice Juan respecto al comentario de su compañero de misión cuando María
unge los pies y los cabellos de Jesús en Betania, con un perfume de nardo puro,
“Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y
ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del
olor del perfume. Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón,
el que le había de entregar: ¿Por qué no fue este perfume vendido por
trescientos denarios, y dado a los pobres? Pero dijo esto, no porque se cuidara
de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que
se echaba en ella.” (12:3-6; leer también Marcos 14). Su condición
espiritual era esta, antes que Satanás pusiera en su corazón el deseo de
entregar al Salvador. Lo que quiero decir es que, no hay terreno donde este
gran enemigo pueda actuar y ganar, que no sea el corazón de un pecador no
arrepentido. El que ha sido redimido por la sangre de Cristo puede,
lastimosamente, ser carnal, mundano, débil, indocto, pero nunca un impío donde
Satanás se mueva con libertad. Él podrá rodearnos como león rugiente, pero
nunca sembrar maldad en uno que ya ha sido declarado hijo de Dios.
Pareciera que fueron dos las
ocasiones en las que Satanás entró en el discípulo, la primera es por el relato
de Lucas: “Estaba cerca la fiesta de los panes sin levadura, que se llama la
pascua. Y los principales sacerdotes y los escribas buscaban cómo matarle;
porque temían al pueblo. Y entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote,
el cual era uno del número de los doce; y éste fue y habló con los principales
sacerdotes, y con los jefes de la guardia, de cómo se lo entregaría. Ellos se
alegraron, y convinieron en darle dinero. Y él se comprometió, y buscaba una
oportunidad para entregárselo a espaldas del pueblo.” (22:1-6). Juan nos
dice que ya el diablo había puesto en su corazón que le entregase (13:2). Todo
esto es previo al aposento alto. Una vez allí, para comer la pascua, Jesús lava
los pies de sus discípulos y declara que no todos están limpios, refiriéndose a
Judas (Jn.13:11). Ahora sí, en medio de bocados y sorbos, el Señor delata al
traidor, “Uno de vosotros me va a entregar” (Jn.13:21), “al que yo
diere el pan mojado, aquél es” (Jn.13:26), “¿soy yo, Maestro? Le dijo:
Tú lo has dicho” (Mt.26:25), “y después del bocado, Satanás entró en él… Cuando
él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche.” (Jn.13:27,30).
Después de su salida, Jesús llama
a los discípulos “hijitos” por primera vez (v.33). Además de esto, instituye la
cena del Señor, recordatorio de su entrega y sacrificio por el pecador.
La condenación de Judas no vino
cuando vendió al Señor, o cuando Satanás entró en él, o cuando se ahorcó.
Judas, como cualquier ser humano, nació con un peso de condenación sobre su
alma, “todos condenados, todos destituidos de la gloria de Dios”,
“Por tanto, como el pecado
entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó
a todos los hombres, por cuanto todos pecaron... Así que, como por la
transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres” (Rom.5:12). Él
ya estaba condenado, no para traicionar a Jesús, sino por su naturaleza de
pecado y la práctica del mismo. En medio de tanta oportunidad y del gran
privilegio de haber andado con el Señor, Judas le despreció. En el mismo
momento que le rechazó, la condenación se hizo efectiva.
Estaba escrito que uno de su
confianza le traicionaría, “Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba,
el que de mi pan comía, Alzó contra mí el calcañar.” (Sal. 41:9), porque
Dios conoce el futuro, pero quien se condenó fue el propio Judas cuando decidió
no rendirse. Para el que no cree le está reservada eternamente la oscuridad de
las tinieblas.
Este era el intruso, el que
actuaba dentro del grupo de los doce encubiertamente, quien manchaba el ágape,
la nube sin agua, el árbol sin fruto. Esta es la manera de distinguir a los
genuinos de los falsos, por sus frutos de justicia o por sus frutos de maldad.
8.
UN JUSTO ENTRE ELLOS (PARTE I)
“como Sodoma y Gomorra y las
ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo
fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo,
sufriendo el castigo del fuego eterno.” (v.7)
Para todo el que es apostata está
reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas. La oportunidad de
salvación sigue sobre toda la tierra, porque la misericordia de Dios se
extiende en su longanimidad, solo que ellos ya han descartado creer, por lo
contrario, eligen arrastrar consigo a las almas débiles que prestan oídos a peligrosas
sutilezas. Ellos convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y le niegan
como el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo; no es para menos que toda
la justicia divina condene sus actos impíos.
Si bien el versículo cuatro nos
habla de los que entran encubiertamente y se mueven entre los justos para dañar
la obra, el versículo siete nos recuerda lo que sucede cuando es el justo quien
se acomoda entre los impíos. Es verdad que la idea principal de la cita es
puntualizar respecto al fin de ellos, sin embargo, sería de edificación
considerarnos a nosotros mismos, ovejas en medio de lobos, para no ceder y caer
en la trampa del engaño.
Recordemos a Lot, él fue quien
escogió la llanura del Jordán por habitación porque era de riego, como el
huerto de Jehová (Gn.13:10). El experto ganadero y agrícola fue también el
incauto que extendió sus tiendas hasta Sodoma (Gn.13:13), siendo los habitantes
de esa ciudad malos y pecadores contra Jehová en gran manera. Es la misma
expresión usada para describir la maldad extendida en los tiempos de Noé, “Y
vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo
designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el
mal.” (Gn.6:5).
Unos cuantos años separan a ambos
personajes, ambos escenarios de pecado y ambos juicios, pero no son muy
diferentes entre sí. Noé era varón justo, perfecto en sus generaciones; con
Dios caminó Noé (Gn.6:9) y Lot es llamado justo por el apóstol Pedro (2:7).
Recordemos la saga familiar de Noé: Ese Enoc traspuesto “para no ver muerte,
que no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo
testimonio de haber agradado a Dios” (Heb.11:5). Ese Enoc, quien también
caminó con Dios (Gn.5:22). A este le nació Matusalén, el hombre más longevo
sobre la tierra, vivió 969 años, abuelo de Noé. Cuando Lamec, hijo de
Matusalén, le puso nombre a Noé, profetizó de él una vida futura llena de
justicia: “Este nos aliviará de nuestras obras y del trabajo de nuestras
manos, a causa de la tierra que Jehová maldijo.” (Gn.5:29). Enoc,
Matusalén, Lamec y Noé tenían su confianza puesta en el Todopoderoso y
escogieron al Creador para adorarle, mientras que el resto de la humanidad se
sumergía en pecado, “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la
tierra, y le dolió en su corazón. Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la
tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el
reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho. Pero Noé
halló gracia ante los ojos de Jehová.” (Gn.6:6-8). Pronto se sumergirían en
las aguas del juicio.
Similar a Noé, Lot poseía un
espíritu de adoración y de censura contra los actos impíos de sus
conciudadanos, así lo describe Pedro: “abrumado por la nefanda conducta de
los malvados (porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día
su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos)” (2 Pedro
2:7,8). Sodomitas y gomórreos llevaron hasta el extremo la aberración y la
promiscuidad, la blasfemia y la apostasía, (Gn.18:20). Pronto, estos también
quedarían enterrados bajo las cenizas de un fuego con olor a juicio justo.
9.
UN JUSTO ENTRE ELLOS (PARTE II)
“como Sodoma y Gomorra y las
ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo
fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo,
sufriendo el castigo del fuego eterno.” (v.7)
El Juez de toda la tierra no
destruiría Sodoma y Gomorra si había allí veinte justos, o diez, inclusive por
uno solo; por eso, mandó a Lot y a su familia a salir de aquel lugar.
Los acontecimientos posteriores a
la sentencia condenatoria y al juicio de fuego, fueron el resultado de una
condición espiritual que se repite en el tiempo actual, justos compartiendo con
impíos, creyentes alimentando la carne y viviendo en mundanalidad. Desobediencia,
obstinación y actos aborrecibles para Dios eran la vida de hombres y mujeres de
ambas ciudades, conductas tristemente copiadas por la familia de Lot y por él
mismo.
Génesis relata, en el capítulo
19, que al llegar los dos ángeles con el mensaje de juicio, Lot porfió en que
se quedaran en su casa (v.3), y lo hizo con gran intensidad, contrariando los
planes iniciales de estos varones. El resultado de su obstinación fue que los
hombres, jóvenes, viejos y todo el pueblo junto, clamó con violencia para que
les sacase fuera. El justo, pero carnal Lot, no propuso el mejor remedio a su
fallida decisión de hospedar a estos varones en su casa: se dirigió a ellos
llamándoles “hermanos míos” (v.7). Qué triste es olvidar la condición de
redimidos que Cristo ha ganado para nosotros; es, de alguna manera,
menospreciar Su sacrificio. Si los impíos son nuestros hermanos, entonces en
vano murió Cristo.
Estos fueron más audaces que el
propio Lot, ellos sí le señalaron como extranjero (v.9). Lo que no recordó el
justo, lo hizo el mundo por él, porque el mundo nos incita a pecar, pero sabe
que nunca seremos iguales a ellos y eso les molesta. El mundo nunca
recompensará ni mucho ni poco, al que ha sido salvado por gracia.
La propuesta de Lot fue entregar
a sus dos hijas vírgenes para que hicieran con ellas como bien les pareciera
(v.8). Con tan solo leer estas líneas ya podemos emitir una opinión certera a
tal oferta. Lot sufría por el pecado de los sodomitas y gomórreos, sabía lo
perverso del corazón de ellos, veía que no honraban a Dios en ninguno de sus
actos; entonces ¿qué pasó por su cabeza al decir estas palabras?
Los ángeles tuvieron que
rescatarle aun antes de sacarle de la ciudad para librarle del juicio de fuego
y al pueblo dejaron ciego para que desistieran de sus propósitos (v.11).
Cuando Lot comprendió la gravedad
del mensaje y lo inminente del mismo, intentó convencer a sus yernos, pero el
daño ya estaba hecho, no tomaron en serio sus palabras (v.14).
La condición espiritual de este
hombre justo era de absoluta debilidad, no había en él ni palabras ni hechos
acertados. Lo sucesivo fue una cadena de errores: “huye al monte… No, sino que
iré a Zoar” (y Zoar era tan rica como la llanura que vio en el principio,
Gn.13:10), la mujer de Lot miró a espaldas de él, y todos sabemos en qué resultó
(v..26), Lot “tuvo miedo y habitó en una cueva” (v.30), sus hijas le
embriagaron y tuvieron descendencia de su padre, a Amón y a Moab, familiares de
Israel, así como eternos enemigos.
El pecado de los sodomitas y
gomórreos se vio reproducido en la vida de Lot y en su familia. Es la única
consecuencia que trae el vivir entre el impío: ruina para el testimonio, sin
sabores para la vida y deshonra a Dios.
10.
NO NOS USA, PERO SÍ NOS DAÑA (PARTE I)
“Pero cuando el arcángel
Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no
se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te
reprenda.” (v.9)
Hace poco me vi en la situación
de aclarar que Satanás no nos usa, porque los salvados gozamos del cuidado de
nuestro Señor y nadie nos arrebatará de sus manos. Lo dije con el mayor
convencimiento posible. La Biblia nos enseña que somos parte del cuerpo de
Cristo, comprados por él y para él, miembros de la familia de Dios,
instrumentos útiles para el cumplimiento de los planes divinos. Pero a la vez,
las palabras salieron de mi boca con la mayor inconciencia posible, porque si
bien Satanás ya no es nuestro ayo, sí que usa artimañas efectivas para
destruirnos.
Quizá el versículo que nos reúne
en esta meditación nos llame más la atención por la escena que describe, el
ángel Miguel disputándose con el diablo el cuerpo de Moisés. Sin embargo, la
sujeción del mensajero de Dios y el no atreverse a proferir juicio de maldición
contra el diablo es lo que nos centra. Antes de continuar, merece la pena
recordar cómo Dios ha velado ciertos asuntos que desviarían aún más el corazón
del hombre hacia la idolatría: no se conoce la ubicación geográfica del
sepulcro de Moisés, los judíos ignoran el paradero del arca del testimonio, con
su deslumbrante propiciatorio y el contenido de la misma, (una urna de oro que
contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto, Hebreo
9:4), inclusive la serpiente de bronce tuvo que ser quitada en los tiempos del
rey Ezequías, quien la hizo pedazos, porque los hijos de Israel quemaban
incienso delante de ella (2 Reyes 18:4).
Volvamos a la respuesta de
Miguel, el mensajero de Dios que destaca más por su acción que por sus dichos.
En la cercanía del trono y con el deseo de cumplir con el mandato de su Creador
y Señor, Miguel hubiese podido lanzarle al diablo amenazas condenatorias, pero
eso no fue lo que hizo. La criatura espiritual bajo autoridad se limitó y llevó
a cabo la orden divina. Solamente le oímos decir las mismas palabras que
aparecen en Zacarías, “Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás;
Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda.” (3:2).
Qué gran contraste nos dibuja la
escena: la obediencia del ángel enviado y la desobediencia del ángel que no
guardó su dignidad (Judas 6). Este que en el principio era hermoso, el sello de
la perfección, lleno de sabiduría (Ez.28:12); llamado hijo de Dios por ser
criatura suya (Job.1:6), perfecto en todos sus caminos hasta que se halló en él
maldad (Ez.28:15). Esa es la descripción que encontramos en Ezequiel, la más
parecida a los orígenes de Satanás*, nombre
hebrero que significa acusador, y su correspondiente en griego es diablo, el
engañador. Sea cual sea el idioma, él es nuestro adversario, el enemigo de nuestras
almas.
Recibe además otros nombres, la
serpiente antigua y el gran dragón, que indican su actuación en el principio de
todo lo creado y en el final de los tiempos, respectivamente (Apoc. 12:9). Se
le llama también por títulos nobiliarios como príncipe y rey, “conforme al
príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de
desobediencia” (Ef.2:2), “por cuanto el príncipe de este mundo ha sido
ya juzgado.” (Jn.16:11). Como rey, encontramos al rey Tiro, haciendo
alusión al querubín protector que enalteció su corazón (Ez.28:2,12,17).
Como no podía ser de otra manera,
al gran imitador y falsificador se le conoce también como “el dios de este siglo”
quien ciega el entendimiento de los incrédulos (2 Cor.4:4). El hombre de
pecado, el hijo de perdición “el cual se opone y se levanta contra todo lo
que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de
Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios.” (2Tes.2:4).
A lo largo de la Escritura
encontramos diversas maneras de referirse a este ser perverso, ya sea por su
intención o actuación, y aunque nuestra lucha no es contra él, somos llamados a
no ignorar sus maquinaciones (2 Cor.2:11).
*no es
una afirmación explícita.
11.
NO NOS USA, PERO SÍ NOS DAÑA (PARTE II)
“Pero cuando el arcángel
Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no
se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te
reprenda.” (v.9)
Continuamos con el tema que me
centra del versículo nueve en la epístola de Judas: la sujeción de Miguel vs la
rebeldía del diablo. Miguel es uno de los principales príncipes enviado para
ayudar y batallar a favor del pueblo y de los hijos de Dios (Dn.10 y 12).
Enviado también para tomar el cuerpo de Moisés hasta hacer cumplir la orden de
su comandante en jefe, Dios (Judas 9). Será aquel que expulse del cielo al
dragón y a sus ángeles, después de una gran lucha en la que se hará con la
victoria (Apoc.12:7,8).
Siendo un mensajero espiritual
con nombre propio, escogido para llevar a cabo misiones de alto calibre, fuerte
para enfrentarse a otro tan poderoso como él y gozando de la cercanía con su
Creador, no usó ninguno de estos privilegios para combatir o decir palabra bajo
su propia voluntad. Miguel no es suyo, es de Dios, y así lo demostró. En
cambio, ese otro ser espiritual que gozaba de gran esplendor, se envaneció
(Ez.28:17).
El gran querubín protector, que
fue puesto en el monte santo de Dios y allí estuvo, puso en su corazón el ser
como él (Ez.28:2,6). Fue su anhelo, es su deseo y será su actuación en ese
espantoso futuro de perdición que vivirán todos aquellos que rechazan la verdad
hoy. Es así como se presenta ante el mundo entero, poderoso, mandatario, líder,
por lo tanto, es momento de tomárselo en serio.
El mayor falsificador conocido
sobre la tierra y en los cielos tiene un trono, “Yo conozco tus
obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás” (Apoc.2:13), y desde
ese lugar, allí sentado, marca directrices para destruir todo aquello que haya
sido tocado por la bendición divina y lleve el sello de Dios. Él gobierna un reino,
tiene autoridad sobre el gran imperio de la muerte, aunque ya ha sido vencido (Heb.2:14).
Cuenta con un séquito de demonios, ángeles y mensajeros que siguen sus
órdenes al pie de la letra, “y luchaban el dragón y sus ángeles”
(Apoc.12:7), “me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás
que me abofetee” (2Cor.12:7). Estos tendrán el mismo fin de aquel a quien
obedecen. Es príncipe y tiene potestad, es decir poder, “conforme
al príncipe de la potestad del aire” (Ef.2:2), “para que se conviertan
de… la potestad de Satanás a Dios” (Hch.26:18). Sus obras son manifiestas
con señales y prodigios mentirosos, “inicuo cuyo advenimiento es por
obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo
engaño de iniquidad para los que se pierden” (2 Tes.2:9,10). ¿Es o no el
gran imitador de Dios?
Satanás se mueve entre el cielo y
la tierra para hacer de las suyas. Así como los ángeles, autoridades y
potestades, este hijo de Dios* se presenta delante de Su trono, pero con
propósitos perversos: “el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba
delante de nuestro Dios día y noche.” (Apoc.12:10), “he aquí Satanás os
ha pedido para zarandearos como a trigo” (Lc.22:31). En los cielos
no hay lugar para él desde que abandonó su dignidad que es Cristo, y el único
que merece toda “gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos
los siglos. Amén.” (Judas 1:25). En cambio, en la tierra, tristemente entre
la raza humana, ha conseguido acogida y se mueve muy a gusto gracias a sus
artimañas y mentiras.
En las Escrituras encontramos
revelado el misterio de la piedad, esto es “Dios manifestado en
carne, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los
gentiles, Creído en el mundo, Recibido arriba en gloria.” (1 Tim.3:16) y
también se nos advierte del misterio de la iniquidad, la actuación
destructiva del maligno (2 Tes.2:7). Aun así, sea que posea un trono, un reino,
un séquito, un poder para copiar en todo a Dios, Satanás es un fiasco de
cuidado.
*Job 1:6
12.
NO NOS USA, PERO SÍ NOS DAÑA (PARTE III)
“Pero cuando el arcángel
Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no
se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te
reprenda.” (v.9)
Hablar de los efectos devastadores de Satanás es como hablar del peso y la potencia de un tractor, cuando él actúa, se sabe de antemano el resultado. Si es leve, ¡cuidado! porque lo peor está por venir; pero si ese resultado ya te ha destruido, imagina entonces cuánto odio hay dentro de sí contra el Creador.
Él ha desobedecido a Dios y
quiere ver a otros haciendo lo mismo, por eso se presenta delante del trono
celestial con la petición que más satisface su maldad, zarandear nuestras
vidas. ¿Quién puede asegurar que no está haciendo exactamente eso ahora mismo
con la mía?
Pareciera que Satanás sigue un
orden estratégico para entrar en acción, debido a sus limitaciones: él no es
Todopoderoso, él no crea cosas, las copia, y tampoco nos afecta sin el permiso
de Dios. No es Omnisciente, no conoce lo que hay en mi corazón o en mi mente,
ni es Omnipresente, porque no puede estar en todo lugar a la vez. Sabiendo
esto, cuando llega la hora de derramar el mar de daño sobre la raza humana, lo
hace con el mayor furor que le es posible sentir.
Se complace en rodear la tierra,
andar por ella (Job.1:7), es su lugar favorito, donde no libra batallas ni
rinde cuentas. Lugar donde es bien recibido y su ego es exaltado. En ocasiones
se estampa contra una pared cuando un corazón se le resiste. Se enciende en ira
porque ese NO procede de un redimido que ha decidido dejar actuar al Espíritu
Santo que habita en él; cuando un redimido está vestido con la armadura de
Dios, apagando todos sus dardos de fuego. Es como si en ese momento cayera en
cuenta que no encontrará siempre quien le complazca y entonces decide
incrementar sus macabros propósitos. La acción de Satanás es hacer de continuo
solamente el mal, destruye a quienes se dejan seducir con engaños y a los que
por anticipado vivimos advertidos de sus intenciones intenta también destruir.
No puede actuar sin permiso del
TodoPresenteCreadorPoderosoConocedor, y eso debe saberle a veneno. Cuando Dios,
en su soberanía y autoridad, decide permitirle acercase a nosotros, emplea
todos los recursos posibles: nos asecha (Ef.6:11), nos hace caer es descrédito
tendiendo trampas constantemente (1 Tim 3:7; 2 Tim.2:26), nos rodea con el
ansia viva de devorarnos y no cesa en su empeño (1P.5:8), engaña al mundo
entero (Apoc.12:9), nos incita insistentemente hacia el mal (1 Crón.21:1), su
especialidad es acusarnos, recordar lo peor de nosotros (Zac.3:1), va siempre
por delante para ganar ventaja, se atraviesa en nuestro camino para hacernos
tropezar y estorba cada paso que damos (2Cor.2:11; Mt.16:23; 1Tes.2:18), nos
tienta día y noche (Mr.3:23), arrebata la palabra dulce que llega a nuestros oídos
antes que esta moldee nuestro corazón (Mr.4:15), ata nuestros pensamientos,
sentimientos, emociones, incluso nuestra salud con hilos de odio para operar o
manejar nuestras vidas (Ef.2:2), llena el corazón del hombre para mentir porque
sabe que Dios aborrece la mentira (Hch.5:3), “Seis cosas aborrece Jehová, Y
aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, Las manos
derramadoras de sangre inocente, El corazón que maquina pensamientos
inicuos, Los pies presurosos para correr al mal, El testigo falso que habla
mentiras, Y el que siembra discordia entre hermanos.” (Prov.6:16-19).
Todo lo contrario a los deseos de
Dios son sus deseos: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y
destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia.” (Jn.10:10). Advertidos estamos, “pues no ignoramos sus
maquinaciones” (2Cor.2:11), contamos con las herramientas espirituales para
resistir “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios” (Ef.6:13), y más que eso,
de nuestro lado está el Todopoderoso para vencer, “y he aquí yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mt.28:20). Ya
Satanás está derrotado mucho antes de empezar a batallar, así que es posible
salir ilesos de sus maquinaciones, ¿cómo?, en la palabra de Dios encontramos
todo revelado, tanto los asuntos que corresponden a la esfera terrenal como
también a la esfera espiritual, obedecerla es el gran llamamiento.
13.
NO NOS USA, PERO SÍ NOS DAÑA (PARTE IV)
En este pequeño estudio no
encontré ni una vez en la Escritura que nuestro papel sea atacar o batallar
contra el enemigo. Satanás ha sido destruido por Dios cuando Cristo entregó su
vida por la humanidad. Lo dijo en el comienzo de la historia del pecado del
hombre, “Y pondré enemistad entre ti y la m mujer, y entre tu simiente y la
simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.”
(Gn.3:15) y lo cumplió con el advenimiento de su Hijo Amado, “…para destruir
por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es al diablo”
(Heb. 2:14). Miguel fue enviado, en los tiempos de Moisés, para batallar por su
cuerpo y sepultarle o retenerle en un lugar desconocido para el mundo entero,
en cualquier tiempo de la historia. Pero, a diferencia de ellos, ninguno de
nosotros ha sido convocado a una lucha contra Satanás porque no se nos ha
adjudicado el poder para enfrentarnos de manera igualitaria contra él. Es más
poderoso que nosotros, con la gran diferencia que tenemos de estar resguardados
en las manos de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, bajo su cuidado y
protección, miembros de la familia de Dios, vinculados a él como la Esposa y
ciudadanos celestial en las moradas eternas. Él no goza de ninguno de estos
privilegios, se ha negado a rendirse a Dios, perdió su oportunidad por voluntad
propia, por eso “Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que
arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados
al juicio” (2P.2:4).
Si el propósito de Dios al
salvarnos nunca ha sido enfrentarnos luego con el diablo, ¿qué hacemos entonces
con él, ya que está muy cerca de nosotros, entrometiéndose constantemente en
nuestras vidas? El llamado es a: no ignorar sus maquinaciones (2Cor.2:11), no
darle lugar (Ef.4:27) y resistirle (Stg. 4:7).
NO IGNORAR SUS MAQUINACIONES
La Biblia nos advierte de las
intenciones, de la actuación y de los nefastos resultados que consigue Satanás.
Todo él es malo, no hay lugar para el bien en su ser y por ende tampoco en sus
hechos. En cada página de la Escritura encontramos señales de alerta, sonidos
de alarma, palabras de prevención, gritos de advertencias, ejemplos tristes de
las terribles consecuencias. Oímos el consejo de Dios de manera directa y
también indirectamente. Él nos ha desvelado lo que por nosotros mismos no
podemos percibir en cuanto a los propósitos destructivos del diablo. A pesar de
todo, vivimos como ignorando, olvidamos con facilidad tanto lo bueno de Dios
como lo malo de nuestro enemigo mortal; con razón se nos compara con ovejas
incautas. Somos llamados a no ignorar sus maquinaciones para que no gane
ventaja sobre nosotros (2 Cor. 2:11). Si por algo es necesario repasar el
perverso Curriculum de Satanás es para andar la carrera cristiana viendo,
aprendiendo, creciendo, obrando y no como ciegos desvalidos.
NO DEIS LUGAR AL DIABLO
Solo conociendo cómo actúa
nuestro principal enemigo, podemos cerrar puertas de oportunidades para caer en
sus redes tentadoras. Recordemos que la intención de Satanás no es que comamos
más dulce de lo que indica nuestra dieta, su propósito inicial es que nos
hundamos con él, comenzando con esos pequeños fracasos. Es el peor ayo al que
podemos someternos porque no nos promete fidelidad si seguimos sus pisadas,
sino que, una vez caídos, nos deja tirados medio muertos en el camino de la
perdición.
El creyente debe saber ponerle
nombre al pecado y a la causa del mismo. Si son pasiones desordenadas, apetito
sexual, físico, deseos incontrolados, pleitos, enemistades, griterío, envidia, satisfacción
y exaltación del “Yo”, sobrevaloración de mis opiniones e independencia en mis
decisiones, no dudes que el enemigo es la carne. Estamos en la carne, pero no
por ello debemos vivir para la carne, proveyendo para ella y satisfaciendo sus
peticiones (Rom.13:14, Gál. 5:16), sino para el espíritu, “el que siembra
para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el
Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gál.6:8). Si todo lo que entra
por mis ojos me encandila de tal manera que no queda lugar para contemplar la
bondad de Dios, su hermosura, su santidad; si no veo su misericordia, su divino
perdón, su perfecta voluntad, sus propósitos para mí vida y su bien obrar en
todo lo que me ocurre, no hay duda que soy un escuálido espiritual, fácilmente
atraído por todo lo que se pone delante de mí, sea bueno o malo, necesario o
inútil, importante o banal, “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las
de la tierra,… en la de los hombres” (Col.3:2; Mr.8:33).
No puedo olvidar que hay
concupiscencia en mí, duerme conmigo, se levanta conmigo y va donde quiera que
voy, “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y
seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el
pecado; y el pecado, siendo consumado, da a l luz la muerte” (Stg.1:15),
pero ella puede quedar sometida bajo la autoridad de Dios, por su santo
Espíritu que habita en mí, para que no gobierne mis miembros hacia el mal, como
solía hacerlo antes de pertenecerle a Cristo.
El mundo es otro enemigo de
cuidado. Su brillantez y engaño nos llevan directamente hacia el abismo de
perdición. Su temporalidad disfrazada de placer, éxito y popularidad. Su ruina
moral oculta tras el entretenimiento. Su injusticia asociada a políticos y su
maldad mimetizada con los machistas y delincuentes sexuales para hacer creer
que el resto de la sociedad es impoluta. Es el escenario perfecto, con sus
luces, sonidos y trucos visuales, donde se mueve el mayor farsante nunca conocido,
disfrazado como ángel de luz; y allí frente a ellos, los espectadores, la pobre
raza caída, interactuando incansablemente con el mundo y todo lo que en él hay,
“todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los
ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”
(1Jn.2:16).
14.
NO NOS USA, PERO SÍ NOS DAÑA. ÚLTIMO
APARTADO: ¡RESISTIRLE!
“Pero cuando el arcángel
Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no
se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te
reprenda.” (v.9)
El ángel caído está vencido y destruido.
Si parecía que la muerte de Cristo había sido el gran triunfo de Satanás, fue
todo lo contrario. El Hijo, además de reconciliarnos, libertarnos, ganando para
nosotros eterna salvación, una familia y una vida nueva; además de satisfacer
la demanda de la justicia divina en total obediencia al Padre, también
sentenció la derrota y el destino final de Satanás. Sus obras y sus días están
contados, hasta que llegue el momento en que sea lanzado al lago que arde con
fuego y azufre (Apoc.20:10).
Así como el sacrificio de la cruz
fue la gran victoria de Dios sobre el diablo, así se nos ha otorgado la
posibilidad de vencerle nosotros también, ¿cómo? Resistiéndole. Dice la
Escritura que él huirá avergonzado, no teniendo nada que decir de nosotros
(Stg.4:7, Tito 2:8).
La mejor forma de entenderlo es
leyendo Efesios 6: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis
estar firmes contra las asechanzas del diablo… para que podáis resistir en el
día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.” (v.11,13). Nuestra
victoria consiste en no ser removidos de la Roca que es Cristo. Cuando nos
mantenemos firmes en el carácter del Señor, en su buen obrar; cuando esperamos
sus promesas con plena certidumbre de fe; cuando tomamos la Palabra con
integridad y seriedad, la vivimos y así mismo la enseñamos, estamos haciendo
uso del escudo protector, apagando todos los dardos de fuego del maligno
(v.16).
Nuestro mejor ataque es la
defensa, no hemos sido llamados a una lucha cuerpo a cuerpo contra el poder del
mal, seríamos vencidos desde el principio, pero sí se nos ha proporcionado la
equipación necesaria para resistir en esta batalla espiritual: La verdad, la justicia,
la paz, la salvación, el Espíritu y la Palabra, que es la misma voz de Dios.
Todas y cada una de estas piezas claves están a nuestro alcance, echemos mano
de ellas hablando con verdad, no mintiéndonos los unos a los otros, no
añadiendo ni quitando una coma o una tilde a lo que ya está escrito, no
llevados por todo viento de doctrina, no blasfemando como lo hacen los árboles
otoñales, sin fruto, hombres que niegan a Dios como el único soberano, y a
nuestro Señor Jesucristo (Judas 1:4,12). Conduciéndonos con justicia,
equiparando la desigualdad que abunda en el mundo, pareciéndonos más a Cristo y
menos al hombre impío que está a nuestro lado. Usando de misericordia para no
convertirnos en justicieros o en tiranos, impartiendo juicio como si ese fuese
nuestro rol. La paz del evangelio es la huella que todo cristiano deja en su
paso por este desierto, contribuyendo a la paz y a la mutua edificación
(Rom.14:19). El evangelio tiene ese efecto, el de alcanzar la paz con Dios y
vivir en la paz de Dios. El Espíritu de Dios y su Palabra es un regalo venido
del cielo para su especial creación. Ambos nos sustentan, ambos pueden
transformarnos hasta alcanzar la estatura de Cristo, culminando la buena obra
que comenzó en nosotros (Ef.4:13, Fil.1:6).
Dios nos recuerda que la lucha es
contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas
de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes
(v.12), no contra el prójimo. El enemigo no son los padres, aunque hayamos recibido
maltrato de ellos, no pueden ser los hijos, aunque su rebeldía frustara
nuestras vidas, no es el vecino iracundo, el jefe usurero, el amigo interesado,
el hermano en la fe arrastrado por la carne, el anciano mandón, el ofensor o
cualquiera que atente contra mi persona. Para todos estos casos y más, Dios ha
abierto un camino reconciliador. No ha hecho así con Satanás, en este caso,
debemos ser imitadores del mayor ejemplo de todos, Cristo Jesús, quien fue
tentado en todo, y en todo profirió una porción de la Escritura, la espada, convencido
de la veracidad de la Palabra del Padre.
Cuando olvidamos que Cristo ya lo
ha hecho todo, es cuando luchamos usando nuestras propias fuerzas, sentimos
dificultad para seguir y por supuesto nos derrumbamos al no alcanzarlo. Nuestro
ejercicio consiste en someternos, depender y descansar en él. La obra ya está
culminada, el camino allanado y nuestro enemigo vencido. Bajo estas tres
premisas cualquier hijo de Dios permanecerá firme.
15. ¿SON BUENAS LAS PRUEBAS? Boletín 67. Septiembre 2020
Según como lo entendemos los
seres humanos, las pruebas son dificultades que nos harán pasar malos momentos,
traerán tristeza a nuestras vidas y sacarán a la luz un lado de nosotros que no
nos gusta reconocer que poseemos, esto es debilidad e incapacidad.
Mi maestra de la clase Bíblica,
hablando de las pruebas, me decía que estas son como un examen de colegio o
universidad, con un único propósito, demostrar lo que he aprendido. No son
ocasiones perversas para caer, sino magnificas oportunidades para darle
visibilidad al dominio y conocimiento de la palabra que previamente se me ha
impartido. Siendo así, una posible conclusión es pensar que cuando estamos en
bonanza es para escuchar, atender, discernir, y cuando llega la tormenta, es
justo para mostrar que esa enseñanza encontró lugar en nuestro hombre interior,
“fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Ef.3:16).
Con ellas también recordamos el consejo, la advertencia, las promesas y sus
bendiciones, y nos confirmamos en la verdad.
Las pruebas entonces son para
bien, porque por medio de ellas: (1) reconocemos nuestra pequeña y débil
condición delante de Dios, y a la vez, Su longanimidad y Su tamaño sin medida
en todo, en poder, en paciencia, en misericordia, en perdón, en amor. (2) Las
pruebas nos llevan a buscar de Dios, porque cuando nos sentimos cómodos y
seguros olvidamos que nuestras fuerzas vienen de él. (3) Las pruebas también
son perfectas ocasiones para darle gloria a Dios.
RECONOCER NUESTRA CONDICIÓN.
Este paso no solamente es importante, sino vital; sin él nadie puede acercarse
a Dios. No hay sonido de bocina, voz de cantor o grito ensordecedor que
“sensibilice” el oído divino si proviene de un corazón altivo, engreído,
orgulloso o superior. Dios lo puede todo, pero si hay algo que “no puede hacer”
es atender a una criatura que está lejos por voluntad propia; en ese caso, su
Espíritu no contiende para siempre con el hombre (Gn.6:3). Si lo que sucede es
lo contrario (y muchas veces es así), se acerca a Dios uno que ha visto su
debilidad y, en lugar de negarse a asumirla, la entiende como una condición
necesaria para que la fortaleza de Dios se manifieste, entonces el tal actúa
con sabiduría y temor, “porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.”
(2Cor.12:10). Siendo así, ¿cómo no será escuchado? El mismo Señor dijo que no
vino a llamar a justos sino a pecadores al arrepentimiento (Mt.9:13). Los
corazones rotos, enfermos, desvalidos son atendidos por el médico divino,
porque “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los
enfermos.” (Lc.5:31).
Quizá pensamos que lo mejor es
que nadie nos vea en nuestra debilidad, para no ser de mal testimonio o hacer
tropezar a alguno con nuestras flaquezas, pero esto no es así, el considerar
con sinceridad la ausencia de capacidad en mí es de valientes y de quien
proclama la verdad.
El hombre o la mujer que se rinde
ante Dios, reconociendo su imposibilidad y a la vez, esta visión le hace
recordar la grandeza de Aquel a quien acude, encuentra un lugar de refugio que
nos es dado a todos, pero no alcanza cualquiera. Pablo lo escribe así de claro,
en su debilidad él alcanzó a ver la grandeza de Cristo, y no hizo otra cosa
sino rendirse a él. Es una hermosa manera de honrar el Nombre del Señor, hablar
bien de sus atributos y de su carácter sin igual.
BUSCAR DE DIOS. El
creyente ya ha sido encontrado por Dios y el resultado fue eterna redención. A
partir de entonces, quien haya nacido de nuevo, sabe qué hacer y qué camino
seguir para permanecer cerca de él día a día. Una vez que él nos encuentra y le
recibimos en el corazón como Señor de nuestras vidas, nos volvemos más
dependientes de su sabiduría y de su bondad. Le necesitamos como el respirar,
aprendemos el propósito que tiene para nosotros y para el mundo entero a través
de nosotros, llegamos a conocerle en sus actos de amor, que son permanentes
porque nada malo procede de él, y conseguimos entender que su voluntad es
buena, agradable y perfecta (Rom.12:2).
Muchos buscan a Dios por
“interés”. Le consideran una deidad más a quien venerar en los momentos malos o
le ven como el genio de la lámpara a quien pedirle deseos. Ni una cosa ni otra.
Que hagan esto los incrédulos no es extraño, pero los que hemos sido salvos por
pura gracia debemos crecer en el conocimiento de Dios, saber más y más de quién
es y como es. Los que hemos experimentado su bondad, le buscamos porque no nos
es posible vivir, andar, seguir sin él; como dice Yaroide en su canción “Si
en mi vivir, no existiera Él,
no sé qué sería de mí, porque todo se lo debo a Él”.
Presentarnos ante él en medio de
las pruebas, con nuestra carga, con nuestras inseguridades, con rogativas e
intercesiones; poner delante del trono las peticiones del corazón, convencidos
al mismo tiempo que finalmente se hará su buena voluntad, es otra hermosa forma
de honrar Su Nombre.
HONRAR SU NOMBRE. ¡Otra
consecuencia de las pruebas! Pero ¿no le hemos honrado ya con los dos
propósitos anteriores? Definitivamente sí, porque ese es el fin de ellas. A
nuestro alrededor habrá muchos ciegos que, aun siendo llamados, no abrirán la
puerta de su corazón con fe para salvación, y verán en nosotros a “pobres”
personas sin poder adquisitivo o enfermos clamando a un Dios que nadie ve.
Otros tantos solo necesitan una evidencia más para dar el paso definitivo a la
vida eterna con Cristo, y puede que tal evidencia sea la rendición y la
dependencia de un creyente atravesando las pruebas.
Esto fue lo que sucedió con David
en 2 Samuel 12. Mudó su rostro, ayunó y lloró a causa de la grave enfermedad de
su hijo, pero desde el primer momento rogó (v.16). Reconoció su condición de
pecador cuando escribió aquellas palabras en el salmo 51, con motivo de este
acontecimiento, “Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado.
Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí…
Esconde tu rostro de mis pecados, Y borra todas mis maldades.” (vv.2,3,9).
Le puso letra y voz al carácter santo de Dios, “Ten piedad de mí, oh Dios,
conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis
rebeliones… Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en
tu juicio.” (vv.1,4). Le buscó desde el primer momento y rogando decía: “¿quién
sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá el niño?” (2Sam.12:22)”,
haciendo la petición con absoluta confianza y esperando en todo la voluntad de
Dios. Lo sabemos por el descanso que reflejó una vez que el niño hubo muerte,
aseándose, comiendo y adorando al mismo Dios que se lo quitó (v.20). ¿Qué
sucedió después? Que el propio David pudo consolar a Betsabé (v.24). Para
ejemplo y aprendizaje fue escrito este suceso verídico en la vida del rey
conforme al corazón de Dios.
El que atraviesa por pruebas de
esta manera, concibiendo claramente para qué son, está siendo bendecido y está
bendiciendo a Dios, honrando su Nombre en todo y ante todos. A él sea el reino,
y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.
16.
UN MISMO SENTIR. PARTE I
Leer la carta de Judas es como
repasar las palabras dichas por Pedro en su segunda epístola. Sabemos que
cuando encontramos en la Biblia consejos repetidos, mandamientos dichos una y
otra vez, al derecho y al revés, es para incidir, destacar, recordar, darle
importancia a algo e inclusive advertirnos de ese algo. Así es como algunos
versículos en esta corta carta nos son familiares, como si los hubiese escrito el
mismo Pedro. Allí vemos al pupilo imitando al maestro.
Estos son algunos ejemplos: “y
si condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas
a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente”
(2P.2:6), “como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma
manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra
naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno.”
(Judas 1:7); “Han dejado el camino recto, y se han extraviado siguiendo el
camino de Balaam hijo de Beor, el cual amó el premio de la maldad”
(2P.2:15), “¡Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se
lanzaron por lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de
Coré.” (Judas 1:11); “falsos maestros, que… negarán al Señor que los
rescató” (2P.2:1), “hombres impíos, que… niegan a Dios el único
soberano” (Judas 1:4); “como habrá entre vosotros falsos maestros, que
introducirán encubiertamente herejías destructoras” (2P.2:1), “Porque
algunos hombres han entrado encubiertamente” (Judas 1:4); “sabiendo
primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus
propias concupiscencia” (2P.3:3), “En el postrer tiempo habrá
burladores, que andarán según sus malvados deseos.” (Judas 1:18).
Como decíamos al principio, Judas
es un desconocido para nosotros, no leemos de él acerca de su andar con el
Señor, escuchando sus enseñanzas, ni viendo sus portentosos milagros. No le vio
en sus necesidades humanas, como la sed o el hambre, tampoco le escuchó orar al
Padre. ¿De quién aprendió el temor a Dios? Sin duda recibió el Espíritu en
Pentecostés, como muchos otros, y con él la instrucción necesaria para su vida
cristiana, esto sin quitarle mérito al apóstol Pedro, discípulo del Señor y
pupilo de Pablo en algunos aspectos importantes, así como maestro y ejemplo
para Judas.
El ardor del corazón de Judas, la
advertencia a los hermanos acerca de los falsos y engañadores, el efusivo
llamado a llevar el evangelio a otros y el celo por la santidad del cuerpo de
Cristo, es el eje central de su carta. Tanto él como su padre espiritual Pedro
sienten esa preocupación, se parecen entre ellos, ambos se enfocan en atender los
asuntos de la iglesia y se identifican en temas en común. Hay en ellos el mismo
sentir en Cristo.
No son similares en su
personalidad o en sus gustos, tampoco en las circunstancias de sus vidas, no se
parecen en sus gestos, dejes o hábitos, no tienen los mismos pensamientos;
nadie en el mundo es idéntico a otro. El mismo sentir no consiste en esto. No
somos una copia de alguien más. Pero cuando nuestra mirada está puesta en el
mismo Señor, cuando le consideramos de igual forma como el dueño de nuestras
vidas, cuando la meta espiritual es una sola, todos vamos por el mismo camino y
corremos la misma carrera, eso nos une de tal manera que nos hallamos
parecidos, con la mente de Cristo.
El pecado nos ha enemistado a
todos por igual, la muerte es la sentencia igualitaria, así como todos tenemos
al mismo Salvador que nos ha redimido y dado la vida eterna en un único lugar,
el cielo. El mismo trono de la gracia recibe nuestras oraciones, rogativas e
intercesiones. El mismo Dios nos ampara y el mismo Espíritu nos instruye. Con
todo esto ¿cómo no sentir lo mismo en el Señor? ¿cómo no tener el mismo amor,
unánimes, sintiendo una misma cosa.? (Fil.2:2). Él nos ha hecho “un solo
pueblo”, nos ha unido a “una misma familia”, hemos sido llamados a “una misma
vocación” para ejercerla “con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con
paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis
también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe,
un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y
en todos.” (Ef.4:1-6).
Cuatro verdades encontramos en
las Escrituras acerca del mismo sentir en el Señor:
DIOS LO DA. “Pero el
Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir
según Cristo Jesús” (Rom.15:5). Cuando entendamos que todo lo bueno que
mostramos y damos no proviene de un esfuerzo humano, sino de Dios quien es la
única fuente, pediremos con rogativas al cielo que nos sea dado ese mismo
sentir que puede unificar a tantas personalidades diferentes.
Si acaso hay algo que podamos
expresar cercano al amor, la amistad, la piedad, es la evidencia de que somos criaturas
de Dios, creados con alma, cuerpo y espíritu. Cada una de las partes de nuestro
ser tiene impreso el sello divino, el alma es eterna como el Creador mismo, el
cuerpo funciona de una manera incomprensible porque se puede entender cómo es
que la pupila se dilata y se contrae, pero ¿qué científico ha podido explicar
quién acciona el botón para que esto funcione así? Finalmente, el espíritu
apela a las cosas espirituales, celestiales, y es por medio de él que nos
encontramos parecidos a Dios, pero no iguales. Cuando él entra en acción por
medio del Espíritu Santo en el creyente, haciendo la obra de separación, de
desarraigo, de apropiación, entonces es posible ver el amor, el gozo, la paz,
la paciencia, la fe, la mansedumbre, la templanza, todo esto fruto de su obrar
en nosotros.
Es lo que sucede con el mismo
sentir en el Señor, no hay una fuente propia, ni capacitación privada o
esfuerzo personal para ser uno con mi hermano o hermana en la fe. Ni siquiera
la buena intención produce unidad, es Cristo la fuente, la raíz, el origen, la
causa, “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por
su buena voluntad.” (Fil.2:13).
Ya sabiendo quién es el
proveedor, solo nos resta pedirle con solicitud, con urgencia, con celo, con
ánimo pronto, convencidos que esta unanimidad espiritual le agrada y trae honor
a su Nombre.
DIOS ESTÁ DONDE HAY UN MISMO
SENTIR. “Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos,
sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con
vosotros.” (2Cor.13:11). La iglesia de Éfeso fue premiada cuando el que
anda en medio de los siete candeleros de oro reconoció su arduo trabajo. Fue
puesta al descubierto por haber dejado su primer amor, y en consecuencia se le
advierte acerca de la permanencia del candelero, si no se arrepienten
(Apoc.2:1-7). Otro ejemplo lo tenemos en Israel, el pueblo que experimentó la
presencia de Dios, viéndolo con sus propios ojos por medio de una columna de
nube y una de fuego, y que sin embargo, por no atender a Su voz, le fue quitado
el privilegio (Éx.13:21).
Dios nos llama a crecer como una
iglesia unida, con un mismo sentir en el Señor y unánimes en el Espíritu, con
un centro, una Cabeza, y nosotros miembros los unos de los otros (Rom.12:5). Es
posible que él no esté en medio de corazones redimidos, pero obstinados en no
dejar al Espíritu obrar, donde la carnalidad domina. De allí la importancia de
prestar atención a Su Palabra, porque ella nos muestra todo de Dios, Su plan,
Su consejo, Su advertencia. La iglesia es esa esposa santa que está siendo
preparada para una boda celestial, perfecta y eterna, ataviada hoy para ser
presentada mañana a la altura de la dignidad del Esposo.
ES EL MISMO SENTIR EN EL
SEÑOR, NO EN NOSOTROS. “Ruego a Evodia y a Síntique, que sean de
un mismo sentir en el Señor.” (Fil.4:2). Aunque está escrito con claridad,
parece que debemos recordar una y otra vez que el mismo sentir no consiste en
ser de Pablo, o de Apolos, o de Cefas, o de Cristo, como la contienda en la que
vivían los hermanos en Corinto (1Cor.1:12). Menos, conducirnos bajo nuestros
propios pensamientos, sino con el mismo corazón y la misma alma, como los
creyentes que hablaron con denuedo la palabra de verdad una vez recibido el
Espíritu Santo en Pentecostés, “ninguno decía ser suyo propio nada de lo que
poseía, sino que tenían todas las cosas en común.” (Hch.4:32).
El que predica esta palabra debe
hacerlo con temor, sin esperar que los oyentes “estén de acuerdo” con él, más
bien dirigir la mirada al centro de todo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
El que oye debe hacerlo igualmente con temor, sin interpretar las palabras más
allá de lo que quieren decir. Cada uno viendo el ejemplo perfecto en la unidad
entre el Padre y el Hijo (Jn.10:30), y aprendiendo de las experiencias de
hombres y mujeres que triunfaron o fracasaron espiritualmente, y que para eso
quedaron escritas, “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra
enseñanza se escribieron.” (Rom.15:4).
¿CUÁNDO TENER EL MISMO SENTIR?
“Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos
fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni
maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que
fuisteis llamados para que heredaseis bendición.” (1P.3:8). Las buenas
obras expresan el mismo sentir en el Señor. Ya que él es la fuente del bien,
hacer bien a otros es una manera de mostrar que vamos andando el mismo camino,
con nuestros ojos puestos en la misma persona de Cristo. Por lo tanto, el mismo
sentir no se suscribe a los días de culto o la asistencia a las reuniones. No
reina en los tiempos de bonanza. El carácter cristiano no se muestra
exclusivamente en un lugar, es la vida misma, es el nuevo hombre, “creado
según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Ef.4:24).
18.
UN MISMO SENTIR. PARTE III
Algunos creyentes, a modo de
crítica, ven el mismo sentir como una camisa de fuerza para uniformizar o
dominar, cuando la Biblia está llena de preciosos ejemplos en los que dos o más
personas presentan la misma identidad en el Señor. No estamos hablando de
vestir igual o de personalidades idénticas; Dios fue el primero en crearnos
únicos y diferentes unos de otros, pero estamos hablando de nuestra identidad
espiritual, y fue el mismo Señor quien en todo momento expresó de dónde venía y
de parte de quién venía, “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por
los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno;
como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros;
para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Jn.17:20,21). Si él está
interesado en que seamos así, ¿quién es quién para rebatir su soberanía y
voluntad?
Cuando pienso en un mismo sentir,
se vienen a mi mente Elías y Eliseo. Suele sucederme que confundo un relato con
otro, y es porque ambos vivieron experiencias espirituales similares. Basta con
leer 1 Reyes 17:8-16 y 2 Reyes 4:1-7 para ver el encuentro entre Elías y la
viuda de Sarepta, y la poderosa provisión de Dios en rendir sin escasear la
harina de la tinaja, ni menguar el aceite de la vasija; y asimismo leer a
Eliseo como instrumento para ayudar la crítica situación económica de una
viuda, resuelta con abundancia de aceite. Sin ir más lejos, encontramos a Elías
resucitando al hijo del ama de la casa, muerto por una enfermedad grave, y
tendido sobre él, le resucitó (1 R.17:17-24); lo propio hizo Eliseo con el hijo
de la sunamita, muerto por unos extraños dolores de cabeza, pero resucitado una
vez que el profeta se tendió sobre él (2 R.4:8-37).
Eliseo estaba muy lejos de desear
ser Elías, sin embargo, sabemos cuál fue su petición, “Te ruego que una
doble porción de tu espíritu sea sobre mí” (2R.2:9), porque en los asuntos
espirituales, una vez que el creyente ha comprendido que Dios tiene un plan
para cada uno de sus hijos, y que la sujeción es al Señor, el deseo de imitar
la fe de otros, el servicio, la entrega y el compromiso, es perfectamente
válido y recomendable. Así lo expresó Pablo: “Pero en aquello a que hemos
llegado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa. Hermanos, sed
imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis
en nosotros.” (Fil.3:16,17). El apóstol aconsejaba esto con la plena
libertad que tenía en el Señor; él había imitado primeramente al Maestro por
excelencia, ahora, con el rico sabor que le ha dejado esa experiencia, extiende
a otros la invitación de ser uno con el Señor y en el Señor, “Sed imitadores
de mí, así como yo de Cristo.” (1Cor.11:1).
Ya que estamos, la relación entre
Pablo y Timoteo o Pablo y Tito, son ejemplos de ese mismo sentir, entendiéndolo
de la manera correcta. Una vez que el apóstol ha aprendido, se vuelca sin
egoísmo a enseñar a sus pupilos a imitarle, y a su vez, que estos sean ejemplo
para ser imitados por otros. ¿Qué dirían en ese caso aquellos creyentes que
opinan con envidia que un mismo sentir es desear dominar a otros para que sean
una copia de alguien más? Tristemente, esas palabras se han pronunciado y
algunos las hemos escuchado. “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé
ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.”
(1Tim.4:12), “… presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la
enseñanza mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable”
(Tito 2:7,8).
¿Y qué decir del mismo sentir que
había entre Moisés y Josué, o el deseo de Salomón de imitar a David su padre
para que se cumpliese el pacto hecho con Dios, o la evidente relación entre
Pedro y Judas? Hombres y mujeres fueron usados y seguirán siendo usados por
Dios para que se cumpla su propósito en cada uno de nosotros y en el mundo
entero.
Su palabra nos anima a reconocer
a los que trabajan por la grey y son ejemplo para ella, a los que primeramente
han imitado al modelo perfecto y animan a otros a hacer lo mismo, teniéndoles
en mucha estima y amor por causa de su obra, sabiendo que fueron llamados por
Dios para este servicio completo, de sufrimiento y sacrificio (1Tes.5:12,13),
pero finalmente de honra para el Nombre del Señor.
19.
SOLO UNA REFLEXIÓN (Boletín 62, Abril 2020)
“Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de
Dios” (Ef.1:1)
Que
toda la gloria sea para el Señor. Pablo no usa la falsa modestia para referirse
al servicio que le ha sido conferido, mas bien, siempre que aborda el tema,
deja claro quién es el dador y quién el receptor. Él no reniega del plan de
Dios, pero tampoco hace alboroto; no pleitea con Dios el por qué lo ha hecho
así, pero mucho menos se envanece por ello.
Todos
los creyentes hemos sido llamados por Dios, él nos ha buscado y nos ha
encontrado en nuestro propio camino a Damasco, y aunque no fuésemos
perseguidores de los cristianos (alguno podrá confesar que lo fue), recorríamos
un sendero muy lejos de Dios.
A
todos los creyentes nos resplandeció un día la luz del evangelio y postrados en
tierra elevamos al cielo la misma palabra: ¡Señor! Ese fue el día en que nos
rendimos al Hijo como Señor y luego como Salvador, reconociéndole y aceptando
su sacrificio.
A
partir de entonces emprendimos un nuevo camino, ciegos (sin conocimiento de
Dios) en un primer momento, pero guiados por otros creyentes que fueron usados
para recibir del Señor la vista, conocerle a él y su voluntad en nuestra Arabia,
sirviendo en una congregación y para sus miembros, porque el servicio no se
entiende sin otro creyente, no hay ministerios solitarios, todos ellos son para
edificación y bendición de los demás. Hasta que llega el tiempo en que el
Espíritu nos toma de la mano para continuar el trabajo en otros territorios, en
otros corazones. Nuestra África puede ser el vecindario, nuestra Asia puede ser
el lugar de trabajo, nuestra América Latina puede ser el hogar. Pablo fue
llevado a Asia Menor y Macedonia, ¿cuál es el lugar donde el Señor te ha puesto
para servir? ¿Se ha pasado ya el tiempo del desconocimiento o todavía bebes de
la leche espiritual? ¿Has aceptado la exhortación de los hermanos que Dios ha
puesto para el crecimiento de la asamblea? ¿Has atendido por igual las
necesidades del hermano, del que te sonríe como el que se distancia de ti?
Así
como Pablo fue escogido por Dios como apóstol de Jesucristo, de la misma manera
cada uno de nosotros ha sido considerado, en el perfecto plan de Dios, como
sacerdote, siervo, ministro, obrero, vocero, maestro. Por la gracia de Dios
Pablo fue instrumento entre los gentiles y su gloria era el trabajo en el
Señor. Había cumplido a cabalidad la encomienda de su Capitán, ministrando el
evangelio de Dios… en el poder del Espíritu, llenándolo todo del evangelio de
Cristo (Rom.15:16-19).
Si
hay alguna gloria en ser llamado “apóstol” la hay también en ser llamado “obrero”
porque ambos son servicios que buscan la obediencia y rendición de almas
alejadas de Dios y de almas redimidas en crecimiento, para la gloria de Dios.
Entonces, sin desmerecer el llamado hecho a Saulo, quitemos el prenombre
“apóstol” y nos queda igualmente el siervo, buscado y hallado, usado y
entregado en la obra, alcanzando a muchos para Dios.
20. ¿PARA QUÉ? (Boletín 68, octubre 2020)
“Pero vosotros, amados,
edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo,
conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor
Jesucristo para vida eterna. A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad,
arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo
aun la ropa contaminada por su carne.” (vv.20-23).
A la pregunta ¿cuál es el plan de
Dios para la vida de un cristiano?, la respuesta rápida y certera es “predicar
el evangelio al mundo”. ¡Cierto! y Judas lo confirma. El autor se abre en su celo
y ardor por las almas y escribe: “convenced y salvad” (vv.22,23), pero él sabe
que ninguna de estas dos cosas las hace el hombre, “Os conviene que yo me
vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si
me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de
pecado, de justicia y de juicio” (Jn.16:7,8), “sabemos que
verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo.”
(Jn.4:42). Sin embargo, la exhortación es para nosotros, porque Dios ha
determinado que el evangelio se presente por medio de sus hijos, con la
urgencia que conlleva. Así que, cuando Judas nos anima a convencer, se refiere
a que somos nosotros los que exponemos la Palabra, con nuestros labios y con
nuestros hechos; y cuando nos mueve a arrebatarlos del fuego, nos da a entender
el peligro del estado actual de pecado y la urgencia de la salvación. No
podemos olvidar la misericordia por los demás que debe inundar nuestros
corazones considerando nuestra condición anterior, “sin Cristo, alejados de
la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin
esperanza y sin Dios en el mundo.” (Ef.2:12).
Pero Judas toca primero tres
puntos vitales para el creyente, la otra gran comisión, si pudiéramos llamarle
así, que es: (1) Cristo formado en nosotros (Gál.4:19). Por eso leemos en el
verso veinte: “edificándoos”. No consiste en edificarme a mí mismo, Dios nunca
ha concebido al creyente en solitario, por eso, cuando creímos formamos parte
de la familia espiritual (Ef.2:19), cuando nos rendimos a él, pasamos a ser
miembros del cuerpo cuya cabeza es su Hijo (Rom.12:5), cuando fuimos salvos
adquirimos una ciudadanía compartida (Ef.2:19) y una herencia que será así
mismo repartida, “coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de
la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Ef.3:6). La
edificación, que implica crecimiento, madurez, conocimiento, es efectiva en la
modalidad de ser uno en Cristo. Pasar de beber leche espiritual a comer vianda
(1Cor.3:2), dejar de ser neófito sin experiencia a gobernar sus pasiones, su
casa y la grey (1Tim.3:6), y dejar de pensar que saber de Dios es igual a conocerle,
esto es edificarnos unos a otros y todos al torno de su consejo, su Palabra, la
Escritura. Abro paréntesis para hacer énfasis en la diferencia entre saber y
conocer: El conocimiento de Dios es la cercanía con él, oírle y hacer como él
hizo, la imitación de su carácter, pisar donde él antes pisó, siguiendo su
ejemplo. Así lo expresa Juan, cuando dice: “El que no ama, no ha conocido a
Dios; porque Dios es amor.” (1Jn.4:8). Por tanto, el conocimiento es la
vivencia en mi propio ser, va más allá de un concepto.
La edificación se consigue
mientras vivimos, hasta alcanzar la meta que es Cristo, “No que lo haya
alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir
aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no
pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que
queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al
premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (Fil.3:12-14).
(2) Conservaos en el amor de Dios
(v.21). Fijaos que no dice “aprender a amar”, si hay algo que aprender es cómo
ama Dios. Una vez que creímos fuimos dotados con la capacidad de amar como
Cristo ama. Sí es verdad que ocurre un choque entre nuestro concepto del amor, proveniente
de una raza caída y una sociedad corrompida, y el ejemplo perfecto del amor:
“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros
sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.” (Jn.15:13,14) … “Ciertamente,
apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir
por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo
aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Rom.5:7,8) … “En esto
consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos
amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.”
(1Jn.4:10) … “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen,
haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;…
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también
lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué
hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros
perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.”
(Mt.5:44,46-48). También nos sorprende poseer la capacidad de amar así, “El
amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es
jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se
irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la
verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor
nunca deja de ser” (1Cor.13:4-8). Ese amor es sincero, que se da sin
esperar ser correspondido, es un amor abundante y permanente, no es condicional
ni se ve afectado por el clima o por el obrar de los demás.
Una vez que son abiertos nuestros
ojos en cuánto al amor de Dios y al Dios de amor, somos llamados a conservarnos
en él puros, amando así, sabiendo que hemos sido dotados para ello.
(3) Esperando la misericordia de
nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. La manera tan pocas veces enseñada
de cómo debemos esperar el regreso de nuestro Salvador. Una de las libertades
ganadas por Cristo en la cruz para nosotros es la de no vivir el tiempo
terrible del juicio sobre la tierra y sus habitantes incrédulos. En aquellos
días estaremos al lado del Esposo y no aquí, padeciendo el engaño de Satanás y
el sistema dominado por su deseo de destruir todo lo que tenga que ver con
Dios. Esa venida es inminente, es decir que es pronta, y nada ni nadie podrá
cancelarla. Como espera la esposa a su amado a la vuelta de un viaje, lo hace
con gozo, preparada y con certeza, procurando no olvidar el tiempo para
disfrutar del encuentro ansiado. Ella prepara su rostro, su pelo, su cuerpo;
prepara también su casa y hasta una comida para complacerle. Se va a tiempo
hasta el aeropuerto, no concibe las horas como perdidas con tal de recibirle.
La ilusión que golpea su corazón cuando es anunciado su aterrizaje y cada vez
que la puerta de salida se abre. La seguridad que deposita en él porque
comparten el deseo de verse mutuamente.
Gracias doy a Dios por la
epístola de Judas, quien una vez más me ha recordado cuál es el plan de Dios para
mi vida. Él nos quiere así, creciendo en el conocimiento de Su persona,
viviendo el amor y en amor, esperando el mayor acontecimiento de la historia,
“estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil.1:6), … “Porque aún un poquito,
Y el que ha de venir vendrá, y no tardará.” (Heb.10:37).
21.
SEÑALES. PARTE I
“Mirarán al que traspasaron”
Juan 19:37.
Son muchas las señales que
identifican al Cristo, el escogido de Dios. Desde su nacimiento y hasta la
eternidad futura veremos en su persona evidencias claras de quién es. El que no
le reconoce es por ceguera de corazón y no por falta de pruebas.
Mencionaré a continuación 5
momentos claves en los que el Señor Jesucristo se presenta acompañado de
señales que le avalan:
(1)
EN SU NACIMIENTO. Si para los religiosos judíos,
las profecías hablaban del nacimiento del Mesías (Miqueas 5:2; Is.7:14), para
los pastores de Belén les fue necesaria la aparición de una hueste angelical.
Estos seres espirituales se encargaron de señalar al Cristo, mientras aun era
un bebé recién nacido: “Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto
en pañales, acostado en un pesebre.” (Lc.2:12). Fue así como encontraron al
Salvador del mundo; corazones sencillos delante del ser más humilde jamás
conocido. Lo propio sucedió con los magos de oriente, personas capacitadas para
entender el lenguaje de las estrellas, pero aun con sus dotes cognitivos, la
estrella emitió la señal al detenerse sobre donde estaba el niño, y allí se
regocijaron (Mt. 2:9 y 10).
(2)
DURANTE SU VIDA. Mientras crecía la fama de
Jesús, más fácil era reconocerle como el Mesías. Muchos se asombraron por sus
obras y otros tantos por sus palabras. Recordemos a sus discípulos
preguntándose entre sí: “¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le
obedecen?” (Mr.4:41). Nicodemo, un fariseo, principal entre los judíos
declaró: “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie
puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.” (Jn.3:2).
Todos, en la sinagoga de Capernaum “se admiraban de su doctrina; porque les
enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.” (Mr.1:22).
Nuestro Señor anduvo cumpliendo la obra en el tiempo pautado por Dios y con una
conducta que ya podía leerse unos cuantos años atrás: “He aquí mi siervo, yo
le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; … No gritará,
ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles. No quebrará la caña cascada, ni
apagará el pábilo que humeare; por medio de la verdad traerá justicia. No se
cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; … Yo Jehová
te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré
por pacto al pueblo, por luz de las naciones, para que abras los ojos de los
ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los
que moran en tinieblas. Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi
gloria, ni mi alabanza a esculturas.” (Is.42:1-8).
(3)
EN SU MUERTE. Las heridas que marcaron el cuerpo
de nuestro Señor también fueron permitidas por el Dios que todo lo controla. Su
deseo era que el Santo, el Inocente intercediera como sacrificio por el pecado,
pero nunca lo fue el que maltratasen su cuerpo. Sin embargo, cada azote, cada
clavo y la herida de su costado son señales inequívocas de su entrega plena,
completa, total y satisfactoria para el justo Dios. Todas ellas señales de su
sufrimiento y amor para con el pecador. Esa marca en el costado sirvió para
abrir los ojos de Tomás, quien finalmente declaró ¡Señor mío, y Dios mío!
(Jn.20:28). No pudo haber sido una sorpresa para los escribas y doctores de la
ley el hecho de herir al Señor de esa manera, porque en ese momento de dolor se
estaba cumpliendo la Escritura: “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre
los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a
quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito” (Zac.12:10).
(4)
EN SU EXALTACIÓN. Allí en gloria todas las
miradas se dirigen al Cordero, cuya señal es que está como inmolado (Apoc.5:6),
y así mismo le acompañan otra cantidad de señales que apuntan a su condición
gloriosa. Los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos le rodean. Hay
arpas, copas de incienso, millones de millones de ángeles cantando a gran voz,
y todo lo creado “que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra,
y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, dicen: Al que está sentado
en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por
los siglos de los siglos.” (Apoc.5:8-13). Ellos saben a dónde mirar,
conocen al que contemplan y su alabanza es verdadera.
(5)
EN SU VENIDA. Basta con leer lo que dice
Apocalipsis 19: “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco,
y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea.
Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y
tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de
una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. Y los ejércitos
celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos
blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones,
y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de
la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito
este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.” (11-16).
La persona del Señor Jesucristo
es inconfundible para el Padre, quien estuvo siempre complacido por su
obediencia. A pesar de esto, y por consideración a la condición de pecado que
nos ciega, Cristo dio señales mientras anduvo entre los hombres. Muchos
tuvieron la ocasión de corroborar si acaso había alguna duda en ellos. A todos
se nos ha permitido conocerle y reconocerle, así para el judío conocedor de las
profecías, como para el judío raso sin conocimiento ni doctrina; para el
samaritano con mala fama o para el gentil conciudadano de los hebreos;
inclusive el imperio opresor pudo echar mano de estas señales inequívocas, hubo
quien se aferró a ellas y otros que no, ahí tenemos a Herodes y su familia, y
qué decir del centurión que sin ton ni son declaró palabras de salvación: “El
centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y
las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron:
Verdaderamente éste era Hijo de Dios.” (Mt.27:54).
El que padeció mucho, murió, pero
que al resucitar dio pruebas indubitables de que vive, es el Salvador del
mundo. ¿Quieres más señales?
22. SEÑALES. PARTE II
La última vez nos detuvimos para
recordar las señales del Hijo de Dios durante su vida entre los hombres, en la
esfera celestial y a su regreso. Sus señales no terminan aquí, no son solo
cinco, porque si nos adentramos en sus enseñanzas, encuentros y diálogos,
descubrimos un sinfín de ellas que, como dice Juan, no bastarían ningún escrito
o meditación para admirarlas.
En esta ocasión mencionaremos las
señales que el creyente, como hijo de Dios, produce en concordancia a las de
nuestro Señor.
EN SU NACIMIENTO. Así como les
fue dada señal a los pastores por el nacimiento de Jesús, de la misma manera el
hombre y la mujer que ha nacido de nuevo selló su vida ese día que fueron
abiertos sus ojos y eligió al Salvador para rendirse a él. Sin duda no fue una
experiencia más. Ese día sucedieron cosas que nos marcaron para siempre: hubo
una palabra que taladró el corazón, vimos la verdad y tomamos una decisión que
trasciende hasta la misma eternidad. No necesitamos una foto de recuerdo porque
las señales hablan y nos traen a la memoria constantemente el milagro de la
salvación que se efectuó en nosotros, “De modo que si alguno está en Cristo,
nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”
(2Cor.5:17). Hemos escuchado de aquella creyente que quitó toda imagen del
altar de idolatría en un rincón de su casa, o de aquel redimido que cortó su
pelo sin que nadie le dijera nada; esa hija de Dios que no soñó nunca más que
la ola del mar enfurecido se levantaba para devorarla, o ese varón que no tuvo
necesidad de comprobar que el Señor no había venido aun levantándose y mirar en
la habitación de su madre creyente para ver si todavía seguía allí. Múltiples
señales de que el tiempo aceptable llegó y el día de salvación nos abrazó.
EN SU VIDA. Las señales que el
Señor hizo dejaron a muchos sin palabras, cerró muchas bocas y abrió otras para
confesarle como Salvador. Sucede igual con el creyente, le fueron conferidas
obras preparadas de antemano para andar en ellas y alumbrar a muchos, “Porque
somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Ef.2:10). Obras que
expresan de quién somos, pero que también desnudan al incrédulo hasta
mostrarles de quién son ellos. Pablo se despliega al describir cuáles son las
buenas obras que nos distinguen de los que aún están perdidos, no para
envanecernos, sino para sensibilizar nuestros corazones y movernos hacia la práctica
del plan de Dios que será de bendición a muchos, “En cuanto a la pasada
manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los
deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del
nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Por lo
cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos
miembros los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol
sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. El que hurtaba, no hurte más,
sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué
compartir con el que padece necesidad. Ninguna palabra corrompida salga de
vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar
gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual
fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda
amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed
benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios
también os perdonó a vosotros en Cristo.” (Ef.4:22-32).
EN SU MUERTE. Así como Cristo
tomó su cruz, hemos sido llamados a hacer lo mismo, “Si alguno quiere venir
en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que
quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de
mí, la hallará.” (Mt. 16:24,25). Jesús tuvo que decirle estas palabras a
Pedro, porque mientras hablaba de su muerte, el discípulo le reprendió para que
se librase de todo sufrimiento, “Señor, ten compasión de ti; en ninguna
manera esto te acontezca.” (v.22). El que es de Cristo, los padecimientos
de Cristo vivirá. El creyente que desee transitar su vida cristiana sin
dificultades, pruebas o tribulaciones, no ha entendido en qué consiste la
salvación, es un “creyente” de boca, de palabra, pero no en verdad. A este, no
le queda más que decir que es cristiano porque no puede emitir las señales del
que ha sido redimido. Pablo mostraba en su cuerpo las marcas por las heridas a
causa del evangelio, “Entonces vinieron unos judíos de Antioquía y de
Iconio, que persuadieron a la multitud, y habiendo apedreado a Pablo, le
arrastraron fuera de la ciudad, pensando que estaba muerto… De los judíos cinco
veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado
con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un
día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros
de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los
gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar,
peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en
hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas,
lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias.”
(Hch.14:19; 2Cor.11:24-28).
EN SU EXALTACIÓN. Desde luego que
en la gloria las señales que atraen la atención son las del Cordero recién
inmolado. Sin embargo, en esa misma escena celestial sucede algo que nos lleva
a sorprendernos o como mínimo a espantarnos, y es que nuestro Señor da señales
de nuestra fe delante del Padre. Él, como nuestro intercesor, es el puente
entre Dios y el hombre pecador, y Dios nos mira a través de su Hijo, quien es
su complacencia. Siendo así, ¿qué es lo que el Hijo dice de nosotros?, “A
cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le
confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me
niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que
está en los cielos.” (Mt.10:33). ¿No es Cristo nuestra mejor señal delante
del Padre? ¿No nos mueve esto hacia una gran reflexión?
EN SU VENIDA. La señal que el
creyente dará, en su condición de salvado, será escuchar la trompeta del Señor
en su venida, cuando él “… con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta
de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.
Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados
juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así
estaremos siempre con el Señor.” (1Tes.4:16). Esa misma voz que hoy llama
con ternura, “Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones”
(Heb.3:15) se escuchará aquel día glorioso en que su amada iglesia sea
convocada por el Esposo. El mundo quedará desolado por la ausencia de hombres y
mujeres que en estos milenios atendimos las señales de amor y dijimos sí a su
voz, produciéndose en nosotros, por el Espíritu, muchas señales más para que
todos se salven.
Siempre ha sido el deseo de Dios manifestarse
a sus criaturas, dar evidencias de su presencia y mostrar sus propósitos, “Dios,
habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres
por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo”
(Heb.1:1,2), y continúa haciéndolo también por medio de nosotros sus hijos, que
hemos sido llamados a ser luz (Mt.5:14).
23. NO SOIS VOSOTROS. PARTE I
“Y a mí me ha sido revelado
este misterio, no porque en mí haya más sabiduría que en todos los vivientes” (Dn.2:30)
De haber escuchado tantas veces
las siguientes expresiones, he buscado en las Escrituras la confirmación de Dios
en cuanto a lo aprendido en este largo tiempo que llevo conociendo a mi Señor: “Yo
no tengo la capacidad, … No se me da bien, … No sé hacerlo, … Tal persona tiene
el don, … Qué facilidad de palabra tiene aquel, … qué sabiduría hay en este
otro, … fulano ha sido bendecido con esa habilidad, … qué talento tiene”,
etc.
En ese estudio llegué a una
conclusión: Nada soy, no soy yo, nada hay en mí que me haga ser capaz de
desempeñar las obras que Dios preparó de antemano; pero no es solo eso, sino
que Dios es quien se lleva, como debe ser siempre, toda la gloria, la autoría,
el aplauso, la admiración y la adoración.
Pido al Señor que nos haga
conscientes de quién es la fuente, tanto la persona que piensa que por sí misma
puede hacer algo, como el que cree que los demás sí están capacitados, pero él
o ella nunca lo estarán; y que Dios nos mueva a buscarle.
(1) DIOS, EL AUTOR. Si hay
alguien a quien admirar, ese es Dios. Sobre él es quien hay que fijar nuestros
ojos. Contemplar y conocer a la persona de Cristo es una tarea que dura toda la
vida cristiana. Por más que crezcamos en el conocimiento de él, siempre habrá
más que saber. Esto no es para desanimarnos, todo lo contrario, para ¡proseguir
adelante! El que se presentó como el YO SOY, el que lo llena todo, el que es la
respuesta en sí mismo, el que todo creó y sustenta todo lo creado, el dueño del
tiempo, por lo que no necesita hacer las cosas ya, el que conoce nuestros
pensamientos mucho antes de que las palabras salgan de mi boca. El dador de
todo, desde el primer aliento de vida en el vientre de nuestra madre, el que
hace que el corazón bombee, que el cerebro emita ordenes al cuerpo o que los
parpados se abran y se cierren sin el control nuestro. El que formó nuestro
cuerpo, pero quien también diseñó una personalidad única para mí, que me
diferencia de otro. El que dio la vista, así como me dio talentos, dones,
habilidades, capacidades. Todo es dado por él. Lo poseo yo y cada uno, pero
quien lo dio fue él. Esas habilidades musicales, artísticas, literarias,
empresariales, emocionales, verbales, cognitivas, constructivas,
administrativas, organizativas. Y qué decir de los dones espirituales. Él es la
fuente de esto también, de la exhortación, la enseñanza, el servicio, la
profecía, el presidir, el repartir, la misericordia (Rom.12), cada una de estas
cosas tiene su origen en Dios, de él también es la palabra, “Y a mí me ha
sido revelado este misterio, no porque en mí haya más sabiduría que en todos
los vivientes” (Dn.2:30), “¿No son de Dios las interpretaciones?”
(Gn.40:8). Daniel pidió tiempo al rey para mostrarle no solamente el sueño,
sino la interpretación del mismo (Dn.2:16). No estaba en él, ni en su mente, ni
en su corazón el poder para hablar con sabiduría al rey, por eso buscó a Dios y
de esta manera direccionó la atención a quien la merece. Nadie está en posición
de creerse nada, ninguno está en posición de ver a otro como superior por
poseer alguno de estos dones, porque a todos nos da Dios al menos uno de ellos,
pero todo somos llamados a reconocer a los que trabajan entre nosotros, los que
ponen por práctica el don recibido, porque ha sido dado para bendición, y la
bendición además de compartirla, se agradece.
(2) LA PALABRA MISMA. Por sus
características, a la palabra no hace falta añadirle o quitarle nada, ni
siquiera interpretarla, “entendiendo primero esto, que ninguna profecía de
la Escritura es de interpretación privada” (2P.1:19). Ella es viva y eficaz
porque penetra, corta, parte lo más profundo y duro del ser humano, discierne
los pensamientos y las intenciones del corazón (Heb.4:12). ¡Fijaos si está viva
y cuál su eficacia! No necesitamos poner de nuestra propia cosecha para que
cobre sentido, ni los sentimientos o emociones la hacen más hermosa, ni los
tonos o el énfasis la hacen más verdadera, porque “nunca la profecía fue
traída por voluntad humana” (2P.1:21), más bien, “Tenemos la palabra profética
más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que
alumbra en lugar oscuro” (2P.1:19). La interpretación de la palabra corre
por cuenta de Dios, porque es la “sentencia del Altísimo” (Dn.4:24) y siempre
es para edificación, “¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno
de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene
interpretación. Hágase todo para edificación.” (1Cor.14:26).
(3) LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU
SANTO. Dios en nosotros, para ayudarnos, guiarnos, para dar testimonio e
interceder por nosotros. Así dice Pablo escribiendo la carta a los Romanos,
capítulo 8, versos 14, 16, 26, 27, pero como toda la Escritura, merece la pena
leer todo el capítulo. ¡Es Dios en acción en el creyente! Precisamente porque
no somos nosotros el origen de nada, sino los beneficiarios, necesitamos que el
Espíritu trabaje con libertad en nuestro ser para oír la voz de Dios,
entenderla, asumirla para mí y actuar en consecuencia. Tampoco el resultado de
todo esto depende de mí, sino de Dios, quien da el crecimiento. Siguiendo con
el ejemplo de Daniel, el rey entendió que en este siervo judío moraba “el
espíritu de los dioses santos” (4:18). En su ignorancia, estaba en lo cierto.
Así como en Daniel, también en Pablo, en Pedro, en Mateo, y en todos los
autores de cada libro que componen la Escritura, obró el Espíritu Santo.
Nosotros no sabemos ni siquiera qué hemos de pedir o qué decir, “el Espíritu
nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo
sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.”
(Rom.8:26), y el Espíritu habla por mí. Fue lo que sucedió con los discípulos
cuando fueron enviados a anunciar que el reino de los cielos se había acercado
a la humanidad, nada más y nada menos que Dios habitando entre nosotros, en
condición de hombre (pero sin pecado), “no os preocupéis por lo que habéis
de decir, ni lo penséis, sino lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad;
porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo.”
(Mr.13:11).
Hubo entre el pueblo escribas,
intérpretes y doctores de la ley, hay entre nosotros maestros y predicadores,
pero ninguno de ellos es nada en sí mismo, sino Cristo en ellos. Hagamos como
Moisés, los profetas y el propio Hijo de Dios, quienes hablaron todo cuanto el
Padre les dio que hablasen, no eran suyas las palabras, ni el talento, ni su
persona. Fue Jesús quien declaró: “Las palabras que yo os hablo, no las
hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las
obras, … porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron,
y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste.”
(Jn.14:10, 17:8). Consiste en una entrega absoluta basada en un reconocimiento
completo de Dios. Es la única manera de servir y ser de bendición entre su
pueblo. Que cada uno se considere a sí mismo en su debilidad y le admire a él
en su fortaleza.
24. NOS SOIS VOSOTROS. PARTE II
“Y a mí me ha sido revelado
este misterio, no porque en mí haya más sabiduría que en todos los vivientes” (Dn.2:30)
En la meditación anterior intenté
expresar que gracias a tres cosas el creyente puede abrir sus labios y hablar
maravillas de temas espirituales y eternos, estas son: Dios, el origen de todo,
la eficacia de la Palabra y la obra del Espíritu. La conclusión fue que no
somos nosotros, nada hay que podamos aportar y en nada podemos colaborar cuando
se trata de los propósitos divinos. En esta ocasión quiero añadir dos puntos
más a tomar en cuenta para responder a aquellos que piensan que solo unos pocos
son los escogidos para predicar y enseñar el evangelio de Cristo. El primer
punto es la personalidad individual. Muchos asocian la personalidad con el
servicio desempeñado, es decir, para ellos el extrovertido predica y enseña, y
el que es introvertido ora y sirve de manera privada. Sea una cosa u otra, hay
que reconocer una vez más que esa personalidad que nos distingue también fue un
regalo del cielo desde el primer latido de nuestro corazón. La identidad que
muchos psicólogos se empeñan en vincular con la conducta social procede de la
fuente que hemos estado resaltando hasta ahora, Dios. No olvidemos que Su
perspectiva, además de ser perfecta, es amplia, y en su soberanía diseña con
empeño a cada individuo con el propósito de llevar a cabo su plan de amor y de
salvación.
Uno que le guste enseñar y se
sienta “como pez en el agua” ejerciendo de maestro, no puede presentar como
oferta para el servicio en la obra sus dotes pedagógicos. Tampoco es sabio
asignar responsabilidades o ministerios según la personalidad de cada uno. Primeramente,
debería haber un reconocimiento de la autoría de Dios. No tenemos esta
identidad por méritos propios. Cuando no se entiende esto, comienza a surgir en
muchos los celos, las envidias, la altivez o el envanecimiento; unos creyéndose
nada y criticando a los demás y otros creyéndose todo, despreciando al resto. Es
Dios quien hace como él quiere y nadie puede decirle ¿por qué me has hecho así?
(Rom.9:20). Al despojarnos de todo concepto humano y despejar el terreno del
“yo”, podemos ver, entonces, con claridad al gran YO SOY y no a nosotros, él tiene
el control de todas las cosas desde el principio y con un fin.
El segundo punto son las
necesidades presentes en nuestra vida particular y congregacional. Los dones
espirituales, talentos y personalidades están repartidas según como él quiere
para atender las múltiples necesidades espirituales que surgen en nuestro andar
diario. Por eso resulta vano creerme superior a otro por cualquiera de los
dones recibidos, porque estos han sido dados para que otro sea el beneficiario,
nunca yo. A mí me beneficia el don que otro ha recibido, pero no el que me ha
sido dado a mí y esta verdad está cargada de mucha sabiduría y perfección, Dios
lo ha hecho así con ese propósito, nadie es superior a nadie, él es superior a
todos.
Cuando reconozcamos que Dios es
YO SOY EL QUE SOY (Éx.3:14) y que su nombre es YO JEHOVÁ (Is.42:8), seremos
libres de conceptos, prejuicios, impurezas y “yoismos”; solo entonces nuestro
caminar será en el cumplimiento de Su plan, en el ejercicio puro de Su obra y
para la gloria de Su Nombre.
25. PRESENTADOS SIN MANCHAS.
PARTE I
“Y a aquel que es poderoso
para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con
gran alegría” (Judas 1:24).
Hay una realidad de la que muchas
veces somos ciegos y olvidadizos, Cristo está en el cielo, vivo, sentado a la
diestra de Dios intercediendo por nosotros. Tenemos un abogado “gratuito” que
presenta defensa constantemente por nosotros (1Jn.2:1). El enemigo declarado de
Dios, por lo tanto, enemigo nuestro también, se presenta ante el trono, después
de rodear la tierra (Job 1:7), pidiendo zarandear nuestra fe (Lc.22:31). El
Señor, en su absoluta autoridad y soberanía, permite o niega según sus planes y
para nuestra edificación. Pero no solamente defiende nuestra causa, sino que se
complace en presentarnos delante del Padre y éste nos acepta en su amado Hijo.
La comunión entre ambos es activa. Hay vida en el cielo, vida espiritual que no
es ajena a las almas salvadas que estamos aún en la tierra.
Cristo como el mediador en la
tierra y todavía más en el cielo, “habla bien de nosotros” al Padre y su
propósito es que al presentarnos seamos visto sin caída y sin mancha con
relación a: nuestro trato con los hermanos, al conocimiento de Dios, a la obra,
a nuestra separación del mundo y con relación a la pronta venida del Señor.
Todos los temas que tienen que ver con el creyente están incluidos en estos
cinco aspectos de la vida cristiana.
CON RELACIÓN A LOS HERMANOS
De la misma manera como Pablo fue
informado por la familia de Cloé acerca de las contiendas entre los hermanos en
Corinto (1Cor.1:11), así también llegan al cielo las noticias en cuanto a las
diferencias, divisiones o desavenencias entre los creyentes. Lo que sucedía en
esa congregación no era poca cosa, allí se relacionaban con celos, contiendas y
disensiones (1Cor.3:3), envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones,
soberbias, desórdenes (2Cor.12:20), actuando según la carne y como hombres, y
no según Cristo y en el Espíritu.
Estas son las manchas que nuestro
perfecto Señor quiere quitar de en medio de los redimidos. Hay un vínculo
fraternal que nos une, somos hermanos en Cristo, pero además hay una relación
que es posible ejercitar entre hermanos, la amistad. Muchos en la tierra están
sirviendo y desgastando sus vidas para sea así en la congregación, cuánto más
nuestro Señor desea presentarnos al Padre unidos, unánimes, en una común unión.
De allí la exhortación a amarnos
unos a otros (Jn.13:34), sostenernos los unos a los otros (Col.3:13),
edificarnos unos a otros, considerarnos unos a otros para estimularnos al amor
y a las buenas obras (Heb.10:24), someternos unos a otros en el temor de Dios
(Ef.5:21), perdonarnos los unos a los otros (Ef.4:32).
CON RELACIÓN AL CONOCIMIENTO DE
DIOS
Pablo, con tristeza no pudo
hablarles a sus amados en Corinto como a espirituales, sino como a carnales,
como a niños en Cristo (1Cor.3:1), “Os di a beber leche, y no vianda” (v.2). Es
verdad que la palabra de Dios es semejante a la leche espiritual no adulterada
(1P.2:2) y también se hace referencia a volvernos como niños (Mt.18:3), pero el
llamado es desear esa leche y solo esa, por ser pura, alimenticia, perfecta,
eterna (1P.2:2) y niños en cuanto a la humildad y sencillez, a la dependencia y
la confianza en Dios (Mt.18:4). Ninguna de las dos menciones podía aplicarse a
la asamblea en Corinto, más bien eran niños “enfermos” que no crecían
espiritualmente, teniendo ya edad para ser maduros y comer de las viandas, “Porque
debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se
os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios;
y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento
sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de
justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado
madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el
discernimiento del bien y del mal.” (Heb.5:12-14).
El Señor desea señalar delante
del Padre nuestro creciente conocimiento de él, altos es pureza, en sabiduría,
en paciencia, en confianza, en bondad, hasta que Cristo sea formado en nosotros
(Gál.4:19), “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la
buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.” (Fil.1:6).
26.
PRESENTADOS SIN MANCHAS. PARTE II
CON RELACIÓN A LA OBRA
En la parábola de los talentos de
Mateo 25, el último siervo se presenta con las manos vacías ante su señor. La
excusa fue el miedo, por ello fue calificado como malo, negligente e inútil
(vv.26,30). El resultado de su mal obrar fue la separación, cuando tuvo todo en
sus manos para multiplicar el talento recibido. Pablo menciona a otros que son
perezosos en lo que requiere diligencia (Rom.12:11) y el autor a los Hebreos
ruega que no seamos perezosos, sino más bien solícitos, “imitadores de
aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.” (6:10-12).
Jesús, como el supremo ejemplo, habló de aquellos que, al presentar defensa de
su fe, se muestran avergonzados (Mt.10:33), el Señor les negará igualmente,
pero delante del trono, del Padre y de todo lo que habita en el cielo.
La palabra es una voz de alarma
que nos vuelve a poner firmes, atentos al mandato de nuestro buen Capitán para
responder como soldados, como atletas o como agricultores en su obra. Estos
tres oficios, trabajos, profesiones requieren de esfuerzo, no en vano son
tomados como figura de la actitud de todo creyente que está siendo presentado delante
del Padre sin caída, “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como
necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son
malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad
del Señor.” (Ef.5:15.17).
CON RELACIÓN A NUESTRA SEPARACIÓN
DEL MUNDO
En el mundo vivimos, aunque no le
pertenecemos; a los incrédulos les predicamos, aunque no nos unimos en yugo
desigual con ellos; al mundo vemos, oímos, aunque no le imitamos; en el mundo
tenemos una ciudadanía, aunque somos ciudadanos del cielo; en el mundo formamos
una familia, aunque somos parte de una aún más especial, en el mundo
estudiamos, trabajamos, aunque nuestra aspiración no es carnal, terrenal,
temporal; sino espiritual, celestial y eternal. La vida en este mundo no está
para vivirla, en cambio deberíamos disfrutar desde ahora la vida eterna ganada
por Cristo en la cruz a favor nuestro.
“No améis al mundo, ni las
cosas que están en el mundo... Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos
de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene
del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos…” (1Jn.2:15-17), “no
proveáis para los deseos de la carne.” (Rom.13:14).
CON RELACIÓN A LA VENIDA DEL
SEÑOR
¿Qué cosa estaremos haciendo
cuando el Señor regrese? ¿Dónde estaremos en el momento que suene la trompeta?
Muchas veces he pensado: “Si el Señor viniera ahora, ¿se alegraría de
encontrarme en este lugar?” ¿Dónde, qué y con quién? Podríamos hacernos esas
preguntas y ser sinceros con nosotros mismos para entonces cuánto le estamos
honrando.
Uno de los hechos más
impactantes, importantes e impresionantes es también el que más se nos olvida,
el regreso del Señor. Habiendo creído en Jesucristo, después de haber sido
bautizados, de compartir la comunión con los hermanos, crecer en el
conocimiento de Dios, predicar las buenas noticias, practicar las buenas obras
preparadas de antemano para que andemos en ellas, el paso siguiente es la
venida del Señor. Desde el mismo momento que miramos con fe a la cruz comenzó
nuestra preparación para ese acontecimiento crucial. Entre tanto estamos en una
espera activa, diligente, viva, verdadera.
“Y esto, conociendo
el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca
de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se
acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las
armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y
borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos
del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne.” (Romanos 13:11-14).
Cristo quiere presentarle al Padre con gran alegría una iglesia ganada con su sangre, limpiada con su palabra, transformada por el Espíritu, sin caída y sin mancha. Dios está satisfecho porque el juicio derramado sobre su Hijo a causa de nuestros pecados ha dado fruto (Is.53:11). Hay creyentes que se sujetan al señorío de Jesucristo y se muestran como siervos fieles, obreros que con diligencia procuran presentarse a Dios aprobados (2Tim.2:15). ¿Eres tú uno de ellos?
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