MEDITACIÓN DEL MES

PARA QUE CREAN

“Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!” (Juan 11:41-43).

El relato de la resurrección de Lázaro nos deja más de una enseñanza, todas ellas destacables para la salvación, para nuestra vida en el Señor, una vez habiendo creído, y para la eternidad. Es, indiscutiblemente, una manifestación de los atributos divinos de Jesús, Dios hecho hombre, y evidencia de la condición del corazón del hombre. Algunos creían en Jesús, como Marta y María, otros creyeron al ver el milagro de la resurrección, y un grupo, sin embargo, se sintió movido a informar a los fariseos lo que había ocurrido, desencadenando la determinación de matar al Señor.

Para esta meditación me quedo con las palabras de Jesús elevadas al cielo en oración: “…lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean…” (v.42). La resurrección de un cuerpo en descomposición era el escenario perfecto para brindar otra oportunidad de salvación al hombre pecador. Jesús no se había acercado a la aldea de Betania días atrás, cuando fue informado acerca del estado de salud de Lázaro (vv.1-3), porque el suceso serviría para glorificar a Dios, al mismo tiempo que mostrar su amor por las almas de los perdidos.

Lo que debía suceder con ese portentoso milagro, la conversión, no ocurrió en su totalidad. Un cadáver de cuatro días salió andando, pero esto no ablandó la dureza del corazón de ellos. Vieron con sus propios ojos, y aun así, no creyeron. Era una de las últimas señales del Enviado de Dios y la rechazaron. Ninguna otra cosa que fuese hecha, dicha o revelada les haría cambiar de parecer. ¡Y la Escritura se cumplió! El Cristo de Dios fue arrestado días más adelante, clavado en un madero, puesto en un sepulcro nuevo, pero también resucitado, para gloria de Dios Padre.

Ese es el carácter de Dios, brindar oportunidad: “Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” (Mateo 7:8), “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación.” (2 Corintios 6:2), “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” (Apocalipsis 3:20), “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28). Búscale hoy, él está con los brazos extendidos.

Si estás leyendo estas líneas o alguien las comparte contigo, es otra señal de su voluntad salvadora. Cada día que amanece viene cargado de nuevas misericordias para que nos gocemos y nos alegremos en el Salvador.

ANA RUIZ

LA MOTIVACIÓN CORRECTA

Los dones del Espíritu y las ofrendas obligatorias y voluntarias de levíticos me han dejado lecciones insospechadas. ¿Cómo es posible que dos temas tan lejanos el uno del otro haya coincidido en la misma enseñanza? Porque la Palabra de Dios es una unidad viva y eficaz, con un único propósito y un protagonista, el Dios trino.

En cuanto a los dones espirituales la gran enseñanza es que estas responsabilidades son dadas para provecho, edificación o crecimiento del cuerpo de Cristo, “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho” (1 Cor.12:7), “sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros” (1Cor. 12:25), “Hágase todo para edificación” (1Coe.14:26), “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef.4:12). Pablo enseña acerca de esto en su primera carta a los Corintios, capítulos 12, 13 y 14; en la carta a los Efesios, capítulo 4 y en la epístola a los Romanos, capítulo 12. Dones dados por Dios, por el Señor y por el Espíritu, en un momento puntual, para propósitos ya conocidos de antemano y revelados a nosotros por medio de la Palabra, el crecimiento del cuerpo de Cristo y para gloria de su Nombre, de manera que, si no ejercito los dones o les doy un uso inapropiado, tampoco puedo glorificar a Dios.

Un creyente puede impedir la madurez espiritual de otro cuando no pone en activo el don recibido y muchas veces sucede esto por desconocimiento, confusión o falta de interés respecto a este tema. Cuando entendemos que los dones son responsabilidades, el compromiso de su ejecución “nos echa para atrás”. Pero los dones son eso, responsabilidades, capacidades prestadas con el propósito de beneficiar a otros, nunca a mí mismo, y que serán pedidas de vuelta por su dueño, quien también reclamará los intereses. En la iglesia en Corinto los veían más como premios, títulos, honor y de allí el envanecimiento, tanto que el apóstol tuvo que decir “… prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida” (14:18,19).

Tanto los creyentes de esa congregación como los de la nuestra hoy día, olvidamos que todo lo que recibimos de parte de Dios finalmente es para su gloria y honra. Desde luego que cada hijo suyo obtiene un beneficio de esa provisión, pero “todo fue creado por medio de él y para él.” (Col.1:16), “En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria… habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia” (Ef.1:5,6,11,12).

 

Así como dos más dos son cuatro, es fácil concluir que, si no estoy ejercitando el don o dones recibidos, cualquiera sea la causa, no se está cumpliendo el propósito para lo que fue dado, la edificación, el crecimiento y la madurez de mi hermano, por lo tanto, el cuerpo de Cristo del que también soy miembro, por lo tanto, otra vez, estoy incapacitada/do para darle la honra a Dios.

 

¿Qué tiene que ver con esto las ofrendas voluntarias y obligatorias del Antiguo Testamento? Comienzo con las obligatorias porque cuando consigo la reconciliación con Dios, por medio de la confesión de mi pecado y el perdón que él me concede, entonces soy libre, estaré gozoso y en paz para presentar ofrenda voluntaria para honra de su Nombre.

 

Las ofrendas voluntarias como el holocausto, la oblación y la de paz eran licencias o invitación de parte de Dios para alabarle según el deseo que inundaba el corazón de su pueblo para ofrendar. Por eso cada uno podía presentarse con un becerro, oveja o paloma, según el alcance económico, con la idea de que ninguno perdiera la oportunidad de glorificar a Dios. Pero ¿quién puede sentir llenura en el pecho si no se ha reconciliado antes con el Todopoderoso? ¿Cómo alabar a Aquel a quien has ofendido por tu pecado? Aquí es donde entran las ofrendas obligatorias, que si lo veis con la perspectiva correcta, siguen siendo oportunidades para honrarle. Nuestro Dios es fiel y nuevas son cada mañana sus misericordias, “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.” (Lam.3:22,23).

 

¡Estas son las motivaciones correctas! La gloria de su Nombre. Reunirnos para poner en ejercicio los dones, ya que son responsabilidades que traen crecimiento espiritual. Escuchar la voz de Dios para conocerle a él y a sus propósitos conmigo; esa voz que nos hace recordar, que nos reprende, que nos promete. Ponerlo en práctica en medio de la congregación donde el Señor me ha puesto, siendo cada uno un regalo y no una molestia. En la acción es cuando realmente aprendemos, no sirve de nada escuchar sobre el perdón si no perdono, o recibir palabras elocuentes acerca del amor si insisto en que es mi amor y solo lo doy a aquellos que me hacen el bien. Reunirnos para bendecir a otros por medio de mi servicio y entrega; para imitar a Cristo en humildad y mansedumbre. Escucharle decir que si he pecado no debo pasarlo por alto, sino arrepentirme, ponerle nombre a ese pecado y buscar la reconciliación con él y con los afectados.

 

Juntarme con otros creyentes para “recibir información” acerca de la Palabra no es de provecho. Acumular escritos y notas de un sermón bien dado, pero no disfrutar de la comunión con mis iguales, es fingir, es apariencia, es engaño de Satanás, no es honesto, es pecado.

Cada cosa que hagamos con las motivaciones incorrectas nos aleja más y más de la meta, nos impiden crecer, nos nubla, no nos permite glorificar a Dios y todo creyente quiere hacerlo, pero no lo consigue sin la limpieza diaria del corazón.

 

Dejemos que el Espíritu nos de claridad en este aspecto que lo es todo en la vida cristiana y sirvamos con la motivación correcta para que cuando esta obra sea pasada por el fuego de la justicia de Dios, sea hallada como el oro, la plata y las piedras preciosas; y no se queme como madera, heno, hojarasca (1Cor.3:12).

 

ANA RUIZ

 PRIVILEGIOS DESAPROVECHADOS

Leo la vida de Sansón y esto es lo que concluyo. Sansón “nadó” en bendiciones mucho antes de nacer, pero tristemente no se percató de ello en su vida adulta. ¿Consecuencias?, tiempo perdido, privilegios desaprovechados y ninguna honra a Dios. Lo más triste de todo es que pareciera que copiamos su conducta, actitud y pensamientos porque siendo provistos de dones, talentos y capacidades, no hacemos uso de ellos; otros tantos los asumen como propios cuando es Dios la fuente y el receptor finalmente de los frutos que toda bendición produce.

(1) Los padres de Sansón pidieron dirección para su crianza, deseaban agradar a Dios educando al niño conforme a la voluntad divina. Su madre se abstuvo de vino y sidra tal como lo haría su hijo más adelante al cumplir el voto de nazareo. Ella obedeció el mandato de Dios con agrado y deseo. Manoa, por su parte, consultó “¿cómo debe ser la manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él?” (Jueces 13:12); de hecho, con edad de casarse, sus padres le exhortaron a escoger una mujer de entre su pueblo (14:3), consejo que Sansón rechazó. Estos detalles nos dejan ver la fidelidad de Manoa y su esposa para con Dios en guiar al joven en el camino de honra. Finalmente, el hebreo se unió a la filistea, resultando en un terrible desenlace.

Los que hemos crecido bajo la tutela y el amor de unos padres creyentes solemos menospreciar este privilegio por unos años. Algunos no llegan a ver en ningún momento de su vida que esto es el deseo de Dios, proveernos de padres salvados para ser criados bajo el temor suyo. Igualmente con los que han conocido al Señor recientemente, porque ser hijos de Dios es un privilegio y una bendición que no depende del tiempo en que hicimos tal confesión.

(2) Sansón fue escogido para recibir un don especial. El propósito era doblegar al enemigo, los filisteos, vencerlos en sus fuerzas físicas enfrentándose con un igual, aunque sabemos que las batallas de Dios pueden ser libradas por pastores y aun así obtener la victoria.

El Espíritu vendría sobre Sansón para la gloria de Dios, nunca para su propia gloria, pero el hijo de Manoa hizo en varias ocasiones una exhibición de su capacidad física, sin necesidad, pensando y propagando que eran suyas las fuerzas. Cuando venció a mil filisteos con la quijada de un asno, compuso una rima que le enaltecía a él y no al nombre de Jehová: “Con la quijada de un asno, un montón, dos montones; Con la quijada de un asno maté a mil hombres.” (Jueces 15:16).

Pero en ocasiones nos topamos con un panorama contrario, creyentes que no tienen ojos para los dones, privilegios y capacidades que Dios ha puesto en ellos, sino que miran a los demás creyendo que lo hacen por admiración cuando en realidad es envidia, esa que nos le permite disfrutar de las bondades de Dios preparadas de antemano para cada uno de nosotros.

Tal percepción impide el crecimiento espiritual. No hay frutos de esos dones o responsabilidades administradas por voluntad divina. Ese creyente está estancado, en un foso de lamento, tristeza y depresión, perdiendo el tiempo porque ni su mente ni su cuerpo están orientados a llevar honra a Dios. Ya sea por defecto o por exceso, ambas actitudes son pecado.

(3) Sansón no consulta a Dios ninguna de sus decisiones teniendo la entrada abierta a su presencia en cualquier momento. Las 300 zorras no fueron cazadas bajo la aprobación divina, ni el fuego que destruyó la cosecha de los filisteos, ni matarles con un hueso como arma. Desde el capítulo 13 que comienza su historia no leemos acerca de ninguna palabra elevada al cielo por parte de Sansón, hasta que llegamos al capítulo 15 donde el fortachón, “teniendo gran sed, clamó luego a Jehová” por agua (vv.18,19). Sus fuerzas le permitían cazar zorras, matar hombres con gran mortandad y despedazar leones como si fuesen cabritos, pero nunca le harían sacar agua de una grieta; allí entra Dios.

Conclusión, hijos de Dios rodeados de bendiciones, inundados de capacidades, provistos de talentos que no valoramos. Que nuestro buen Dios nos ayude a recordar lo que somos en él, reconocer el qué y el para qué de cada bendición y vivir verdades que nos quiten de caer siempre en el mismo error de infravalorar lo mucho que Dios no da.

ANA RUIZ

“DEJAR EL MUNDO” POR SEGUNDA VEZ

Cuando un hijo de Dios duerme, muere o parte a su presencia, deja este mundo por segunda vez. La primera fue cuando por fe se apropió de la redención que proporciona el sacrificio de Cristo. La obra de la cruz es única y exclusivamente plan de Dios y totalmente efectiva por él. Nuestra fe no la hace más o menos efectiva. Si hoy nos levantamos con nuestra fe debilitada, esta triste condición no hace que la salvación también sea débil ni tampoco sucede al revés, cuando nuestra fe actúa de forma poderosa en nosotros, no le añade a la salvación más poder. La salvación no depende de nosotros, tampoco de nuestra fe, solo de Jesucristo, nuestro sustituto en obediencia al Padre. La fe nos hace apropiarnos de esa salvación tan grande y revestirnos de perdón, justificación y vida eterna.

El día que creímos en Cristo como Salvador, morimos al pecado y los asuntos espirituales comenzaron a ganar terreno en nuestro corazón; como consecuencia de ello, el mundo fue pasando a un segundo plano. Dios, por medio de su Espíritu, actúa para que eso terrenal ocupe un tercer plano, quinto e inclusive no forme ya parte de nuestro vivir.

Dejar el mundo es una tarea constante, un ejercicio diario que comenzó el día que recibimos la naturaleza espiritual, por ende, la capacidad, por la habitación del Espíritu Santo en nosotros, de desechar lo carnal, lo terrenal. ¡Muchos desearíamos que todo esto ocurriese de la noche a la mañana! para dedicar nuestra vida a Dios enteramente, sin perder más tiempo y para honrarle en todo momento, pero no sucede así, sino por medio de la santificación. Sin embargo, recordemos que hubo un día en que toda esta transformación comenzó, después de haber creído. En el presente vivimos en el mundo, pero no vivimos al mundo ni tampoco el mundo, ¡Qué diferencia! ¿verdad?

La muerte del ser humano consigue separarle de este mundo. Esa persona deja lo terrenal, creado y conocido. Cuando un hijo de Dios duerme, finalmente abandona esta escena para vivir para siempre con Cristo, lo cual es muchísimo mejor. Deja completamente el pecado, la tristeza, el dolor, porque allí en los cielos “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Apocalipsis 1:24). El que estuvo enfermo ya no sufre dolores, el que fue perseguido ya no teme, quien fue víctima de calumnia no llora más, porque todas estas cosas pasaron.

Pensemos en aquel día atrás cuando dejamos el mundo para vivir en novedad de vida. Ejercitémonos para la piedad, en santificación y purificación de nuestro hombre interior en el presente, dejando el mundo y sus deseos. Preparemos nuestro ser para el encuentro con el Señor ese día no lejano en que dejemos este mundo por segunda vez.

ANA RUIZ

CIERRA MIS LABIOS Y ÁBRELOS TAMBIÉN

Padre, ayúdame a cerrar mis labios cuando por la mañana todo se retrasa y salimos de prisa de casa. Ábrelos para agradecerte por el nuevo día.
Ciérralos cuando otro conductor no respeta las señales de tránsito y me perjudica. Ábrelos para sonreírle y cederle el paso.
Ciérralos cuando siento indignación desmedida por la patente inmoralidad en los centros de enseñanza de nuestros niños. Ábrelos con firmeza en el Señor cuando me toca el turno de palabra entre ellos.
Ciérralos en los momentos de corrillo, crítica o murmuración entre madres y padres de alumnos.
Ciérralos cuando mi esposo reprocha injustamente alguna tarea de casa sin realizar. Ábrelos para comunicarme y hacerle partícipe de mis actividades en el hogar.
Ciérralos cuando me encuentro de manera casual con la persona que hace poco me ha ofendido y ábrelos para pedirte perdón si continúo sintiendo malestar al verle.
Ciérralos ante el jefe áspero e indolente. Ábrelos para orar por él o por ella, asimismo por compañeros de trabajo.
Ciérralos ante la inminente furia contra mis padres y mis hermanos/as y ábrelos para contribuir a la paz y la mutua edificación.
Ciérralos cuando desee defender mi causa. Ábrelos cuando recuerde que tu vindicas en justicia.
Ciérralos para el lamento y el reproche. Ábrelos para el cántico y la gratitud.
Ciérralos para condenar. Ábrelos para predicar.
Ciérralos para juicio, ábrelos para misericordia.
Abre hoy mis labios para llevar agua fresca al sediento, luz al ciego, camino al extraviado, consuelo al afligido, promesas al desmemoriado.
“Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío.” (Salmo 19:14).

ANA RUIZ

CONVIVIENDO CON EL PECADO

Si eres salvo responderás a esta pregunta con rapidez e incluso con indignación. Es grosero si quiera cuestionar si los frutos del pecado duermen con un creyente y se levantan con él, si le acompañan durante el día, asisten a clase o van al trabajo juntamente con él. Es poner en duda la sinceridad de la confesión de fe expresada en el pasado y en cuanto a ese tema, nadie tiene potestad de señalar si es verdad o no. Hay un “pero” que matiza esta posición y es la Biblia quien lo declara: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt.7:16).

En cuanto al pecado, la Palabra de Dios es clara. Antes de ser sus hijos servíamos al antiguo amo. Nuestras acciones, pensamientos y palabras eran la expresión palpable de a quién pertenecíamos, haciendo las obras infructuosas de las tinieblas (Ef.5:11). Creíamos ser libres para actuar según nuestra propia decisión, sin embargo, todos nacemos en servidumbre de un mismo amo, el pecado. No es extraño, entonces, que haya un común denominador en todos los seres humanos. Todos mentimos, todos pensamos mal, todos hacemos lo malo, al menos una vez. Esas obras son producto de la naturaleza caída y como tal nos conducimos. La Biblia habla de fornicación, borracheras, lascivias, los que se echan con varón y otros terribles pecados difíciles de pronunciar, pero también menciona otros que nos son más familiares, aunque siguen siendo deshonra a Dios, como la mentira, el enojo, la ira, los pleitos, las griterías.

Si hemos nacido de nuevo, si hemos dejado entrar al Salvador en nuestro corazón (nuestra vida), si él ya es nuestro nuevo dueño y Señor, entonces ocurrió en nosotros una nueva creación, hechos con una nueva naturaleza, para obedecer una nueva ley que produce en nosotros nuevas obras, las de la luz…  ¡Todo nuevo! (2Cor.5:17).

Ya el viejo amo no me gobierna, no son sus mandatos los que sigo, mi honra no es para él. Entonces, ¿Por qué sigue conviviendo conmigo la ira, el enojo, los gritos y toda malicia, como el orgullo, la envidia, la ofensa? ¿Le hemos preparado una cómoda habitación a esta forma de pecado? ¿Hemos normalizado esa manera de obrar?

El pecado mora en nosotros (Rom.7:20), así que, la vieja naturaleza desea gobernarnos, pero como siervos de Dios, nuestros miembros ya no le sirven. Al confesar nuestros pecados no solo hemos sido perdonados, sino además limpiados de toda maldad (1Jn.1:9), es decir que el antiguo amo no se enseñorea de nosotros (Rom.6:14). Esto es santificación, lavamiento, purificación. No solo fuimos salvos de la condena por el pecado, sino que somos salvos del poder del pecado que nos asedia (Heb.12:1), ¿cómo? sirviendo a la justicia (Rom.6:18), desechando toda inmundicia y abundancia de malicia (Stg.1:21), despojándonos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos (Ef.4:22), reprendiendo toda obra infructuosa de las tinieblas (Ef.5:11), considerándonos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro (Rom.6:11). Presentando nuestros miembros para servir a la justicia, para santificación, sin la cual nadie verá al Señor (Rom.6:19; Heb.12:14), porque “si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Rom.8:13), presentándonos nosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y nuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia (Rom.6:13), andando como hijos de luz (Ef.5:8), porque ahora que hemos sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenemos por nuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. (Rom.6:22).

ANA RUIZ

OBEDIENCIA

“Y ella respondió: Haré todo lo que tú me mandes” (Rut 3:5)

Dicho así parece fácil de conseguir, además de ser una de las palabras más bonitas de nuestro idioma.  Fácil solamente al pronunciarla porque cuando repasamos nuestra vida, o sin ir tan lejos, lo sucedido hoy, nos damos cuenta que la cosa no es como sonaba al principio.

Escuchamos reprensión, regaño, sermones y también recibimos disciplina como consecuencia de nuestra desobediencia. Es lo más natural en el ser humano, otra evidencia más de esa naturaleza original marcada por el pecado. Nadie nos enseña a ser desobedientes, porque hay un germen en cada nacido que sale a la luz desde muy temprana edad.

La desobediencia nos lleva a vivir experiencias dañinas e innecesaria, nos hace tomar malas decisiones, nos encausa hacia destinos inconvenientes y desde luego entristece el corazón del que desea nuestro bienestar.

Además, la desobediencia se vuelve repetitiva. Hay quienes viven en rebeldía absoluta, sea cual sea el ámbito de su vida. Todo lo que suene a orden o mandato es la señal para hacer justo lo contrario, para imponer una actitud incorrecta. No hay estima, valor ni respeto a la autoridad, en cualquiera de sus presentaciones, sean padres, jefes, mayores.

Es una conducta típica humana, en todos los tiempos y en cualquier lugar del mundo, sin importar cultura, raza o idioma.

Sin embargo, en la palabra de Dios encontramos a hombres y a mujeres que vivieron en obediencia plena y he allí sus vidas, ejemplo para todos, “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron” (Rom.15:4). Entonces, cabe preguntarnos ¿por qué para ellos fue fácil y es tan difícil para nosotros?

Repasemos por un momento la vida ejemplar de Rut, una extranjera que forma parte de la genealogía del Señor Jesucristo, el Hijo de Dios:

RECIBIÓ LA INSTRUCCIÓN. Todos sabemos quién fue la maestra de esta moabita, su suegra. Un día a Moab llegó una familia judía y todo lo que esto significaba se convirtió en un atractivo para Rut, tanto que llegó a formar parte como esposa de Quelión. La joven aprendió todo cuanto vio, escuchó y vivió, hasta lo errado de sus decisiones fue una lección para ella porque tanto la provisión como la pérdida son maestros en nuestro paso por este mundo.

La instrucción es vital. Si bien la desobediencia no se enseña, sino que está en nosotros, la obediencia sí y para ello hay que echar mano de la palabra de Dios. Ningún libro enseña a obedecer, pero la Biblia lo hace de manera magistral.

CONOCIÓ LAS CONSECUENCIAS. Todo acto trae resultados, los buenos, correctos o acertados y los malos, incorrectos o desacertados. Veo las consecuencias como la explicación que Dios nos da. Él se explica ante nosotros sin tener que hacerlo. No posee una carga moral ni una obligación ante ningún ser humano, pero lo hace por el puro afecto de su voluntad. Él nos dice: “Guarda y escucha todas estas palabras que yo te mando, para que haciendo lo bueno y lo recto ante los ojos de Jehová tu Dios, te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti para siempre.” (Deut.12:28). Lo mismo hace con la desobediencia, Porque dejaron mi ley, la cual di delante de ellos, y no obedecieron a mi voz, ni caminaron conforme a ella; … yo les daré a comer ajenjo, y les daré a beber aguas de hiel. Y los esparciré entre naciones que ni ellos ni sus padres conocieron; y enviaré espada en pos de ellos, hasta que los acabe.” (Jer.9:13-16).

NO ANTEPUSO SU OPINIÓN. Ni su cultura, ni sus costumbres nacionales o familiares influyeron en palabra, reacción o acción de Rut. De hecho, no podemos decir cómo eran los moabitas en su tiempo a través de la conducta de ella porque no mostró características particulares de su pueblo. No justificó ninguna de sus decisiones por lo aprendido anteriormente con padres, amigos y vecinos moabitas.

Tampoco cuestionó el consejo de Noemí, una mujer mayor a quien pudo ignorar o menospreciar. Ni lo hizo así con Booz, sino que al recibir un mandato ella obedeció, dice la Biblia que hizo todo cuanto le habían mandado (Rut 3:6).

CREYÓ Y CONFIÓ. No se miró a ella misma, sus pensamientos u opiniones, sino que puso los ojos en quienes le aconsejaron, creyó en ellos porque creyó primeramente en Dios. Nosotros no somos muy diferentes en cuanto a nuestra condición de salvados. También somos hijos y tenemos Su Santo Espíritu morando en nuestros corazones. Hemos creído en Cristo como nuestro sustituto, cuánto más creerle como el Aquel que desea lo mejor para nosotros. No es una fe ciega, pero sí cerramos los ojos ante el mandato de Dios seguros de que su complacencia es nuestro bienestar.

ACTUÓ. Es lo que cierra con broche de oro esta actitud del corazón. No sirve de nada oír, entender, saber si no hacemos. El salvado “da un paso de fe” para que le sea otorgada redención. El creyente “confiesa con sus labios” que Jesús es su Señor. La disposición del corazón se convirtió en hechos indubitables.

La obediencia es inmediata, completa y se hace con gozo. Si es para después no es obediencia, si es por la mitad no es tal y si es con reconcomio y murmuración entonces es pecado.

El que es obediente en lo pequeño, lo es también en lo grande. El que obedece en lo trivial, lo hará así es lo complejo, vital y eterno.

ANA RUIZ

NUESTRO REFUGIO

“Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión” (Is.32:2)

¿Cómo hacer del Señor nuestro refugio? No os hablaré de un método, pero desde luego sí hay tres verdades que necesariamente debemos conocer y recordar para sobrevivir en tiempo de tempestad.

Ninguna criatura halla la verdadera paz si no es hecho hijo de Dios primero. Es necesario el nuevo nacimiento, de agua y del Espíritu (Jn.3:5), para entonces desear buscar al Salvador y encontrar en aquel varón el refugio contra la tormenta.

Otro asunto por considerar es la aflicción que llama a la puerta y golpea con ímpetu. La fuerza del viento nos hace tambalear y su violencia nos daña. El turbión es ese fenómeno que trae consigo elementos hirientes que aparecen o caen de golpe sobre nosotros. Se desestabiliza nuestra fe, se debilitan las fuerzas, el ánimo, se borra la esperanza. Por eso es necesario recordar y creer, nada más, y si hay algo por hacer, eso es esperar.

La primera verdad tiene que ver con el creyente. En medio de la turbación el Espíritu nos lleva a mirar hacia arriba, donde está Cristo sentado; buscar su rostro y fijar la atención en él. Todos recordamos la experiencia de Pedro, quien al ver el fuerte viento, tuvo miedo y comenzó a hundirse (Mt.14:30). En medio de la oscuridad siempre hay luz para los salvados, quien en momentos mira hacia los lados, pero retorna sus ojos al único y sabio Dios y le busca.

El Señor Jesucristo lo hizo cuando tuvo la muerte delante. Frente al sepulcro de Lázaro se dirigió al Padre y dijo: “gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes” (Jn.11:41,42), y aun el cadáver de aquel apreciado hombre no había sido levantado de los muertos.

¡Que así sea con nosotros! Elevemos la mirada al cielo y busquemos a Dios nuestro Señor, porque él ha visto nuestra aflicción (Salmo 31:7), ha escuchado el clamor y todos los ataques del mentiroso y maligno están al descubierto en su presencia; es más, conoce la verdad del corazón de cada uno, sus motivaciones e intenciones, las pesa en balance y sentencia con certitud. No necesitamos contarle a Dios los detalles que acompañan el embate del viento y el turbión. Menos convencerle de la injusticia que nos oprime. Él lo ha visto todo, lo ha oído todo y juzga con verdad.

La segunda verdad es la voz de Dios presente en todo momento, respondiéndonos cuando le buscamos. Ninguna persona, salva o no salva, podrá decir que Dios no habla. Su esencia espiritual y santa, su poder y autoridad, su posición celestial y entronado no le ha impedido acercarse a nosotros. Siempre ha procurado medios para que atendamos y entendamos lo que quiere decirnos. El eterno y gran Dios cerca de hombres y mujeres terrenales, inmortales, pecadores.

Su palabra retumba en el corazón de los redimidos y nos hace recordar. Es de tal manera viva y eficaz que su consejo es repetirla, hablar y andar en ella, atarla para no apartarnos nunca (Deut.6:6-9; Jos.1:8). Con ella traemos a la memoria tantas promesas y el cumplimiento de cada una. Allí está David, siendo guardado de las mortales intenciones de Saúl, Elías sustentado por aves carroñeras mientras se escondía de la amenaza hecha mujer, Ester halló gracia e intercedió por su pueblo condenado a muerte. Todos estos peligros se revirtieron por la pura voluntad de Dios y esto es lo que necesitamos oír, recordar y creer.

La tercera verdad es la paciencia en Dios, estando seguros de que él hará conforme a sus propósitos. Esta verdad reúne dos acciones de nuestra parte: guardar silencio y esperar (Salmo 37:7). ¡Sí! es el turno de esperar en silencio, pero con fe; esa que trae el futuro al presente, esa que da por hecho que cuando Dios obra lo hace para bien, “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.” (Jer.29:11)

Ninguno que ejercita la paciencia en el Señor, lucha contra el viento o vocifera al turbión; más bien vela, se arma espiritualmente, sabiendo que “los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” (Is.40:31).

“Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré hallado por vosotros, dice Jehová” (Jer.29:12-14).

ANA RUIZ

DIGNIDAD ESPIRITUAL

Como todo hijo nos toca aprender muchas lecciones de la vida, ganar experiencia, recibir consejo, escuchar y recordar la palabra impartida. Espiritualmente hablando este aprendizaje no cesa, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef.4:13), ¿cuándo será eso? En el mismo texto podemos leer “para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres… sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (vv.14,15), lo que quiere decir que ese aprendizaje es para crecer y el crecimiento es para y por el ministerio (v.12), de manera que es toda una vida. Pues hay un tema que forma parte de ese contenido académico divino, uno que no solo debemos escucharlo, sino entenderlo y vivirlo de la manera correcta y es lo que he llamado la “dignidad espiritual”.

La Biblia habla verdad, la palabra de Dios es certera y no exagera ni un poquito cuando nos revela que todos estamos destituidos de la gloria de Dios por nuestro pecado (Rom.3:23), cortos, imposibilitados para alcanzarla por nuestros propios medios. Leemos adjetivos bastante contundentes, duros si se quiere, acerca de nuestra condición como raza caída: bastardos (Heb.12:8), esclavos (Rom.6:20), miserables (Rom.7:24), hijos de ira (Ef.2:3), perdidos (Lc.19:10), extranjeros y advenedizos (Ef.2:19), condenados (Salmo 34:22), muertos (Ef.2:1); viviendo en el lodo cenagoso, en el pozo de la desesperación (Salmo 40:2). El amor de Dios sobreabundó sobre este estado de ruina y envió a su Hijo Jesucristo para proveer una nueva naturaleza, un nuevo nacimiento, una nueva creación. Era necesario que esta fuese como la primera, cargada de eternidad, espiritual y hecha solo por Dios. De manera tal que seguimos siendo esos pecadores sujetos a pasiones (Stg.5:17) pero vistos, considerados y contemplados por el Altísimo bajo el prisma de la obra de Cristo.

Es así como Efesios enlista una serie de atributos que no hemos ganado nosotros, sino que han sido ganado para nosotros: “nos dio vida juntamente con Cristo,…  nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús,… hechos cercanos por la sangre de Cristo,… conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios,… adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo,… nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,… En él asimismo tuvimos herencia,… a fin de que seamos para alabanza de su gloria,… fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa,… perdonados, justificados, redimidos, reconciliados, santificados” (Ef.1y2).

Ninguna de estas cosas son medallas merecidas, pero ya otorgadas. No hay humano que pueda obtenerlas con esfuerzo o con dinero, pero tampoco hay ninguno que las arrebate o las haga menos porque quien otorga cada una de estas bendiciones lo hizo “según el puro afecto de su voluntad” (Ef.1:5). El amor de Dios, el plan de salvación, la promesa de la vida eterna, la libertad comprada por la sangre de Cristo no depende de nosotros ni de nadie más. No hay sacrificio, oración, trabajo, dedicación que pueda obtener el favor de Dios, solo Jesucristo es mediador entre Dios y los hombres, y solamente en él se complace el Padre (Mr.1:11).

Ahora, sin creernos absolutamente nada, “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? ¿Quién es el que condenará? ¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Rom.8:33.35). Nadie puede levantar el dedo para señalar, descalificar, desmerecer o humillar a un hijo de Dios. Satanás nos acusa recurriendo a nuestra deplorable condición pasada, pero el Espíritu Santo, Dios mismo, nos infla de gozo el corazón y llena de alivio nuestra alma al devolvernos los recuerdos, la gratitud, la fe y la esperanza de lo que Cristo ha alcanzado para nosotros. La pregunta sería, ¿A quién vamos a creer, a Dios o al diablo?

Que Dios nos ayude a no albergar en nuestro interior un concepto falso que nos lleve a una vida de error al considerar estos atributos como meritorios; más bien, recordemos por siempre quién fue nuestro sustituto, el que dio su vida y derramó su sangre en obediencia a Dios para otorgarnos una nueva posición “conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Ef.1:11).

ANA RUIZ

LOS MIEDOS Y LA VALENTÍA DE GEDEÓN

Ambas situaciones tenían que ver con Dios. Los miedos se debían a su desconocimiento de Jehová. Su padre Joás era idólatra y con él toda la familia Abiezerita. Como muchos otros israelitas, habían elegido servir a los dioses de naciones paganas, olvidando al Dios verdadero, quien hasta entonces les había librado con mano poderosa, no solo en Egipto, sino también de los enemigos que rodeaban y habitaban en su heredad, “Pero los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales y a Astarot, a los dioses de Siria, a los dioses de Sidón, a los dioses de Moab, a los dioses de los hijos de Amón y a los dioses de los filisteos; y dejaron a Jehová, y no le sirvieron.” (Jueces 10:6).

En medio de aquella prostitución idólatra, nace Gedeón, en un hogar donde había un altar para Baal y junto a él, la imagen de Asera (Jue.6:25). Así fue como todos los días Gedeón veía a Joás hablar, sacrificar, prometer, mientras que la estatua de madera no respondía palabra. De esa manera, ¿quién puede ser creyente? Dios no existía en el corazón de aquel varón esforzado y valiente (6:12).

Es por la falta de fe y desconocimiento de Dios que vienen los miedos y las malas decisiones. El vacío por la ausencia de Dios es lleno de inseguridades y “yoismos”. El hombre y la mujer se aferra a lo que sea para depositar allí su confianza, para sentirse fuerte, valiente, aprobado. Puede ser el dinero, la riqueza en este mundo ofrece una falsa firmeza. Igual que el poder, allí están los que se sienten infalibles y viven con una capa roja que se bate mientras el viento sopla a favor. También la fama, esa “profesión” tan anhelada por jóvenes que no encuentran en la sociedad modelos a seguir, sino esos. Otros buscan en sí mismos las fuerzas, en sus mentes, en sus corazones o en esos cuerpos creados, negando la procedencia de Dios, pero aprovechándose de ella. Esa búsqueda incesante es evidencia de que hay una parte espiritual en cada ser humano que nos identifica con Dios, aun sin creer en él.

Gedeón, de la tribu de Manasés, numerosa y fuerte, vivió con miedos hasta que conoció a Dios. Tuvo miedo de los madianitas, del plan de Dios, de su presencia divina, de la familia de su padre, de libertar a Israel, de asistir a la batalla con 300 hombres, de descender solo para espiar el campamento enemigo. ¿Quién lo iba a decir de un varón procedente de la tribu más beneficiada en fortaleza y cantidad? Tenía todo, pero le faltaba lo más importante, creerle a Dios.

Puede ser que tú, como yo, al ser creyentes, salvos, hijos de nuestro Padre celestial, no nos identifiquemos con el idólatra Gedeón porque ya hemos dejado atrás las cosas viejas, pero ¿qué tal vamos en esa vida de fe? El ser salvo no nos hace automáticamente vivir una vida de fe. Esa hay que encomendarla a Dios, desear poseerla y experimentarla. Hudson Taylor lo hizo así, de despojó de la última moneda que tenía en el bolsillo para vivir de la provisión divina.

Hasta en siete ocasiones Gedeón demostró no ser muy “digno” de la tribu a la que pertenecía. La razón de sus miedos era el desconocimiento de Dios. Por eso es vital para el alma salvada leer la palabra, recordar sus proezas y sus promesas. Leerla con corazón humillado, poniéndonos en el lugar, sea de Gedeón, del publicano, de la viuda, del pecador; nunca desde la posición de los justos, doctos y sanos. Esos eran los fariseos y a nadie nos gusta que nos asemejen a ellos.

A partir del capítulo ocho de Jueces nos encontramos con otro hombre completamente transformado. No fue la victoria en la batalla la que inyectó seguridad en él. La algarabía del pueblo en pedirle que fuera señor sobre ellos no infló su pecho. Fue el conocer de cerca al Todopoderoso, cumplidor de sus promesas, ese que perdona pecados, culpas, infracción, error, y lo hace de verdad, el que conoce la encasez del corazón, pero quiere llenarlo de virtud.

Gedeón llama a Jehová “Señor”, el que gobierna su vida, va delante y guía sus pasos. Quien nunca supo el obrar de Dios termina reconociéndole como su dueño. Nosotros, en cambio, tenemos muy presto en los labios llamar “Señor” a aquel de quien no dependemos, a quien no consultamos ni esperamos, a quien no imitamos, por supuesto, tampoco obedecemos. Él ha dicho “amaos los unos a los otros”, pero somos enemigos de los hermanos; “perdonar las ofensas, porque todos ofendemos muchas veces”, pero decidimos guardar rencor; “sed imitadores de mí, mansos y humildes”, pero no nos dejamos pisotear por nadie; “sed santos, apartados del mundo, sin alimentar la carne”, pero seguimos gritando, teniendo pleito con los demás, permitiendo que la ira nos consuma. Sí, esas cosas pasan entre creyentes cuando “Señor” es más una expresión que una realidad.

“Mejor es el fin del negocio que su principio” (Ecl.7:8). Ese fue el final de Gedeón, uno muy deseado. Conocer a Dios no es llamarle Señor, pero sí es dejar que él decida absolutamente todo en tu vida. ¡Es de valientes vivir así!

ANA RUIZ

CUANDO ORAMOS

“Yo sabía que siempre me oyes” (Jn.11:42)

Cuando nos acercamos en oración al trono de la gracia, muchas veces no sabemos pedir como conviene, pero Dios sabe de qué carecemos, por eso mismo ofrece medios para que la oración eficaz del justo sea con poder. Yo le llamo “medios”, pero realmente es la misma persona de Dios. El Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad, intercediendo por nosotros con gemidos indecibles (Rom.8:26) y Jesucristo el justo, quien aboga por nosotros (1Jn.2:1).

Algunas veces oramos al Padre justificando nuestras acciones. Por lo general esto sucede cuando, estando heridos, el orgullo supera a la humildad. Me resulta penoso ver cómo nosotros los creyentes, cuando leemos los hechos errados de fariseos y religiosos, o de incrédulos, les señalamos a ellos como si nunca tuviéramos reacciones reprobables en nuestro haber. En el mismo momento que nos acercamos a Dios con una lista de justificaciones por delante, estamos actuando de forma “fariseica”, como si Dios no conoce lo que hay en el corazón. Ante él estamos desnudos, no hay nada oculto a sus ojos; él mira con verdad, perfección, justicia y amor. “Es que” se convierte en nuestra expresión favorita y llevamos, como si fuese, ante el altar de sacrificio los pecados de otros. “Este me dijo o me hizo” y convertimos las ofensas que nos hacen en razones, más bien excusas, de nuestro mal proceder. Herir a otros como te han hecho sentir herido a ti es venganza y no tiene otro nombre. Es típico que la naturaleza caída nos invite y nos conduzca a obrar de esa manera. ¡Cuántos lo hemos hecho así!

Sin embargo, gracias a Dios porque el intercesor, el Espíritu Santo, quien da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos (Rom.8:16) y nuestro hombre interior rectifica en pensamiento y acción, considerando cuán pecador soy, sin señalar a los demás, sino convencido de que el pecador a quien Cristo sustituyó fue a mí. “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos.” (1Jn.2:3). Allí es cuando somos confirmados por Dios de que le pertenecemos, cuando recordamos su palabra, la creemos y obedecemos, “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt.11:29).

Otras veces nos acercamos humillados, hundidos en nuestra culpa. Reconocemos lo indigno de nuestra condición ante la bondad de Dios. El Señor narró esa parábola, la de aquel hombre que clamaba sin despegar el rostro del suelo: “Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.” (Lc.18:13), porque cuando el Espíritu nos redarguye de pecado, sentimos con dolor y vergüenza que no hemos honrado a Dios. ¿Cuál es el final de esta actitud? Justificación, descanso, reconciliación. Un corazón así ha sido honesto con su Señor desde el principio, razón suficiente para recibir perdón inmediato.

La última referencia sucede en esos momentos cuando, convencidos de nuestro tropiezo, fallo, caída, pecado, buscamos al Padre seguros de su perdón. De hecho, ese es el motivo de nuestra búsqueda, la certeza de que está con los brazos extendidos ofreciéndome lo que anhela mi alma y necesita mi ser, perdón, paz, amistad, “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1Jn.1:9). Lo único que hace falta es apropiarme de su oferta, ¡Hay perdón por la sangre de Jesús! ¡hay perdón por su muerte en la cruz! Proclamad que hay perdón, para todos hay perdón, los que acuden al Señor Jesús.

Así es Dios, como aquel padre que, al ver a lo lejos a su hijo extraviado, “fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.” El hijo finalmente reconoció su pecado, y acudió al que puede y quiere perdonar. Lo que Dios hace de más, es incomprensible a nuestra mente, “el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.” (Lc.15:20-24). La pequeñez de mi entendimiento no impide que la medida de fe recibida inunde de certeza mi corazón para acudir a él sabiendo que ya he sido perdonada.

ANA RUIZ

PERDÓN


“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia.” Miqueas 7:18

 

En las Escrituras no faltan ejemplos sobre el perdón de pecados. Cada vez que Jesús sanaba un enfermo, antes sanaba su alma, porque él “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Mt.18:11). La salvación vino por el pecado y la gracia sobreabundó por encima de los muchos pecados.

Ese día en que Jesús enseñaba en el templo y le trajeron a una mujer sorprendida en su pecado, él mostró quién era y para qué vino a este mundo. Veamos a cada uno de los personajes de esta historia:

LA MUJER. Ella había faltado, infringido la ley, deshonrado a Dios, fue sorprendida en el acto mismo de adulterio, como dijeron quienes la acusaban (Jn.8:4). No tenía escapatoria. La ley era clara en cuanto a los delitos sexuales, la muerte, después de ser apedreada. Para Dios no hay diferencia en cuanto al pecado y tampoco hay excepción en cuanto al pecador, todos pecadores, todos destituidos de su gloria (Rom.2:11).

LOS ESCRIBAS Y FARISEOS. Judíos religiosos que se habían convertido en jueces. Para ellos ya la ley no juzgaba, condenaba o instruía, sino que ellos eran la ley. Aparte de jueces y de tomar la ley en sus manos, fueron también quienes tentaron al Señor. El Espíritu de Dios le indica a Juan esta verdad, por eso él pudo escribir: “Mas esto decían tentándole, para poder acusarle.” (8:6). Lo que demuestra la realidad del corazón de ellos. ¡Claro que tenían razón en cuanto al pecado de adulterio! ¡Claro que ella era pecadora! ¡Claro que había una condena por este acto! Sin embargo, no fue el celo por la palabra ni la santidad de Dios lo que los llevó a obrar así. Sus corazones estaban llenos de rabia, hambrientos de daño y sedientos de venganza. Procuraron enredar al Hijo de Dios para que respondiera lo que querían escuchar, pero olvidaron que quien estaba delante de ellos vino a perdonar pecados.

JESÚS. Gracias a Dios porque no solo mi pecado merece juicio y condenación, sino que, por mi pecado, necesito perdón y salvación, y él la proveyó para todos, él la proveyó para mí. Nunca me había apropiado de este texto como ahora, porque anhelo al Dios perdonador y lo tengo, y doy gracias porque se delita en misericordia. Si él me condena sería justo, tiene razones para hacerlo, pero él ha escogido salvarme porque no puede negarse a sí mismo, “El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.” (Miq.7:19).

¿Quién está libre de pecado? ¿Quién se siente juez como para señalar la culpa de otro olvidándose de la suya? ¿Quién no cierra sus labios al estamparse contra la verdad de estas palabras?: “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo.” (Rom.2:1), “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Lc.6:41). A estos llamó el Señor acusadores, en cambio, el autor de eterna salvación dijo a la mujer: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Jn.811). Precisamente porque ella había pecado y eso no se pone en duda, necesitaba misericordia, perdón y salvación. ¡Y la recibió! Cristo fue la propiciación de ese pecado también.

Doy gracias a Dios por Jesucristo, porque al mirar mi bajeza y considerar mi condición de condenación merecida, tuvo misericordia y me dio el perdón que necesitaba. Con esto el Señor nos dejó ejemplo e instrucción: “Ve, y haz tú lo mismo.” (Lc.10:37).

 

ANA RUIZ

DOS HIJOS

En las Escrituras hay unas cuantas referencias acerca de dos hijos. Tenemos al hijo pródigo y al hermano mayor en Lucas 15, otra parábola en Mateo 21 acerca de dos hijos, uno que fue a la viña y otro que finalmente no fue, habiendo dicho que lo haría; y también están Jacob y Esaú. La única diferencia y principal enseñanza de estos relatos es el arrepentimiento. De ninguna manera el Señor los está comparando como hijos, sino refiriendo el cambio sucedido en el corazón para volver su mirada al cielo y a Dios.

A Jacob se le menciona en Hebreos 11 como unos de los “héroes de la fe”, no así con Esaú. ¿Cómo es posible que Jacob sea ejemplo para nosotros si su nombre significa suplantador? ¿Cómo imitar su conducta si engañó a Isaac tramando junto a su madre un plan para arrebatar la bendición? La Palabra de Dios no esconde lo que sucedió en ese hogar, había preferencias, fingimiento, menosprecio a la primogenitura, ambición, mala relación entre padres e hijos, entre los propios padres y entre hermanos. Todos deshonraron a Dios, cada uno con sus propias responsabilidades. Sin embargo, Dios aparece a Jacob en Bet-el prometiendo grandes cosas, “He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho.” (Gn.28:15). Cada tilde y coma se cumplió, más adelante Jacob fue llamado para volver a su tierra y a su parentela (Gn.31:3) y así lo hizo, no sin antes resolver la deuda con Esaú y presentarse en humillación delante de Dios. Habiendo vivido tan decepcionante experiencia con Labán su suegro, Jacob volvió en sí. El arrepentimiento de corazón fue manifestado en Peniel donde su alma fue librada (Gn.32 30) y en consecuencia recibió otro nombre, Israel o “el que lucha con Dios”. Jacob deseaba recibir otra bendición, pero esta vez la obtuvo de una manera distinta y con un espíritu completamente cambiado.

¿Qué sabemos de Esaú? No escuchamos nada sobre quebrantamiento de corazón, todo lo contrario, desde que menospreció las bendiciones, los privilegios y las responsabilidades como primogénito, fue llamado Edom, cuyo significado es simplemente “rojo” (Gn.25:30). Padre de los edomitas (Gn.36:9), enemigo de Israel y quien impidió la entrada de estos a la tierra prometida (Núm. 20:18,21). Vencido y sirviendo a Israel en incontables ocasiones como se había dicho en su nacimiento (2Sam.8:14, 1Sam.14:47, Gn.25:23).

En la parábola que relata Lucas, la diferencia entre el hijo menor y el mayor no era precisamente la que éste último veía entre ellos. Él se creía mejor, más obediente y sumiso, pero terminó mostrando la prepotencia de su corazón, más que su humillación. No era la sumisión lo que le mantenía en la casa del padre. En cambio, el arrepentimiento y la vergüenza hizo volver al menor, el hijo que antes se había apartado. “Volviendo en sí”, dice la palabra (v.17). No sé explicar lo que ocurrió en él, es como la salvación misma, ¿qué sucede en ese momento puntual en que tus ojos son abiertos y ves claramente el modo de ser salvo? Dios utilizó el hambre, le hizo recordar la abundancia en casa de su padre, le permitió considerar su miserable condición, puso fe en él, así como el querer y el hacer, porque como sabemos, no solo pensó, sino que se levantó. Arrepentido volvió a u padre y sin esperarlo, recibió mucho más de lo que dio.

¿Qué hizo el mayor? Se enojó, reprochó, comparó, se sobre estimó, pero para el Señor los primeros serán postreros, y los postreros, primeros (Mt.20:16) y el que se humilla como un niño es el mayor en el reino de los cielos (Mt.18:4).

La otra parábola que hemos mencionado fue dicha en un contexto conocido. Los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a Jesús mientras este enseñaba en el templo (v.23) para cuestionar su autoridad. Por conveniencia propia no respondieron al primer planteamiento que el Señor les hizo acerca de la procedencia de la autoridad de Juan el Bautista, pero cuando oyeron la parábola de los dos hijos pensaron que era fácil la pregunta y correcta su respuesta. Para ellos el primer hijo hizo la voluntad del padre, porque, aunque en principio dijo no a la orden dada, terminó yendo. Lo que estos religiosos no sabían era que se habían puesto la soga en el cuello al reconocer que los rebeldes y contumaces son habitantes del reino por ese acto de arrepentimiento, mientras que ellos, profesantes de piedad, nunca llegaron a reconocer sus pecados y tampoco confesaron a Jesús como el Hijo de Dios.

En ninguno de los tres casos hay un mejor o un peor hijo, sino un alma arrepentida que se acerca honestamente a Dios mostrando su bajeza y declarando la grandeza divina, a diferencia del otro que se mantiene erguido en su prepotencia. La humillación para Dios es motivo de exaltación (Lc.18:14). Así lo hizo con su Hijo. De la misma y justa manera lo hará con nosotros.

ANA RUIZ

AUTOESTIMA

La depresión, la bipolaridad, la autoestima, por citar solo algunos, son términos a los que tememos en nuestras congregaciones a pesar de tener ejemplos en la Biblia de estados mentales y emocionales así, propios del ser humano que nace con el germen del pecado y crece en una sociedad cada vez más corrompida.

He visto cómo vidas cristianas no consiguen crecimiento espiritual por el concepto que tienen de sí mismos. Me refiero al poco o mucho valor que dan a su propia persona, porque tanto una cosa como la otra impiden acertar con el concepto que Dios tiene de nosotros.

Escuchamos mucho más hablar de los que se envanecen que de los antónimos a estos, pero sin duda, los que poseen baja autoestima también viven dando tumbos en su caminar espiritual. Ya sea por una personalidad frágil, débil o por una crianza carente de afecto, son personas que se ven a sí mismas de manera distorsionada, ni los demás ni Dios los ve como ellos se ven. Tienden a errar en términos Bíblicos como humildad, sencillez, indignos o inmerecedores, y en lugar de esto escuchan “no valgo nada, no soy nadie”. Pablo aconsejó a Timoteo a cuidarse de sí mismo y de la doctrina (1 Tim.4:16), en este caso, los de baja autoestima toman la Palabra como abono a esa visión miserable de sí mismos.

La descripción que Pablo hace, cuando escribe a Tito (3:3), acerca de nuestra condición antes de ser rescatados por la sangre de Cristo, no se limita a decir lo que éramos en otro tiempo, “insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros.”, sino que continúa diciendo: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (vv.4,5). Lo mismo sucede con el resto de las Escrituras, leemos acerca de nuestra condición pasada, pero también de nuestra condición presente en Cristo Jesús.

Si bien antes estábamos sumidos en el lodo cenagoso, él puso nuestros pies sobre peña y enderezó nuestros pasos (salmo.40:2), si antes no éramos pueblo, ahora somos pueblo de Dios con todos los derechos (1 P.2:10), si en el pasado fuimos bastardos, también desde la eternidad pasada nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo (Ef.1:5), “y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rom.8:17), si antes éramos extranjeros, advenedizos, ahora no solo somos conciudadanos del cielos, sino además miembros de la familia de Dios ( Ef.2:19), si fuimos esclavos del pecado, ahora servimos a la ley de Cristo y al Dios vivo y verdadero (Rom.6:22).

Tanto los que no gozan de una autoestima sana como los que nos afligimos por las tribulaciones que el afán de este mundo brinda, debemos hacer un ejercicio de MEMORIA para recordar todo lo que Dios ha prometido y cumplido, todo lo que el Soberano Creador nos ha provisto, todos los “noes” que ha respondido a Satanás ante la petición de ser tentados, todo el bienestar recibido mientras nos moldea conforme a la estatura de Cristo. Recordar todas las necesidades cubiertas hasta el día de hoy, las batallas libradas, los miedos vencidos, las injusticias vengadas, las metas conseguidas, la salud que hemos gozado, la familia, los hermanos, la esperanza de la vida eterna para siempre con el Señor.

Recordar es también leer, repasar, meditar en la palabra escrita, como dijo Dios a Josué: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.” (1:8). Buscar en las Escrituras la realidad de cómo nos ve Dios ahora en Jesucristo: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1P.2:9), “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre” (Apoc.1:5,6), “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1Juan 3:1). No creer el susurro del engañador cuando dice que no somos nada ni nadie, los olvidados de Dios, los pobres, los miserables. ¡Eso no es verdad! “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.” (Stg.4:7). El que yerra pensando que no goza de valor alguno, también está pecando en despreciar lo que somos ante los ojos y en el corazón de Dios, “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Is.53:11).

Los que tristemente se ahogan en la baja autoestima desean vivir otras vidas, otras circunstancias, desean cosas, trabajos, amistades, desean estar casados y ser padres, porque están ciegamente convencidos de que teniendo lo que no poseen ahora les hará sentirse plenos. No ejercitan los dones espirituales para beneficio de la congregación porque su tiempo transcurre deseando los dones de otros. Ponen sus esperanzas en algo externo, como un compañero o compañera, una amiga o amigo, y comienza la lista de los “¿y si…?”, si viviera en otro país, si tuviera otro trabajo, si estuviera casada, si tuviera hijos, si fuese más alta, más delgada, si estudiara algo, si tuviese una clase Bíblica o el don de maestro.

Gran peligro hay por este bajo concepto de sí mismo: (1) El concepto que tiene de Dios es igualmente bajo. No concibe que Dios le vea bonito, por el sacrificio de Cristo en la cruz, rescatada, justificada, santa, heredera. No recuerda que el mismo Señor Jesucristo, nuestro sustituto, fue a preparar lugar para nosotros por ser esa creación especial a quien salvó y desea que estemos con él por la eternidad en los lugares celestes. De la misma manera como Dios ve a Israel, aunque idólatra, murmurador, rebelde, la palabra dice: “Porque la porción de Jehová es su pueblo; Jacob la heredad que le tocó. Le halló en tierra de desierto, Y en yermo de horrible soledad; Lo trajo alrededor, lo instruyó, Lo guardó como a la niña de su ojo.” (Deut.32:9,10). (2) Al sentirse incompleta, la persona con baja autoestima no vive el evangelio en absoluta dependencia de Dios, no reconoce Su soberanía y autoridad en todo, porque Dios reparte como quiere. No se sacia en el servicio que por el Espíritu hacemos. Su valoración en cuanto al trabajo en el Señor es menor a cero, mientras que el desempeño de otros siempre es mejor. (3) Pierde el tiempo porque pasan los días, las reuniones, las actividades en la asamblea, la vida misma sin disfrutar de lo que ha recibido; mirando, esperando y creyendo que le hará feliz lo que no tiene. Fija su mirada en aquello que no posee. (4) El de baja autoestima sufre, es triste, se muestra abatido. Las situaciones difíciles se vuelven para ellos un drama. Sobredimensionan las adversidades. No conocen el verdadero padecimiento o lo olvidan. No saben lo que es carecer de algo. Poseen lo necesario y más, pero no lo ven, por lo tanto, no pueden honrar a Dios en las cosas diarias, rutinarias, pequeñas como el sueño, una ducha, un café. Ignoran que los hospitales están llenos de mutilados, niños condenados a una silla de ruedas, viejitos abandonados, madres llorando a sus hijos fallecidos, mujeres viudas, solas. En lugares así hay dolor, enfermedad y muerte.

La incapacidad de ver solo lo feo que hay en nosotros y nunca lo bonito (con “b” de bendición) que Dios ganó por medio de Jesucristo, no es humildad. Humildad es una condición de obediencia, dependencia y sujeción a Dios, en hombres y mujeres que llegaron a ser grandes. La obediencia de Moisés, líder y libertador de Israel, la dependencia de David, rey conforme al corazón de Dios quien forjó un reino amplio y poderoso, la sujeción de Salomón al pedir sabiduría para gobernar y llegar a ser el hombre más famoso y sabio sobre la tierra. Es la misma humildad que llevó a la viuda del templo a depositar en la ofrenda todo cuanto tenía (Lc.21:1-4), y su grandeza fue haber sido puesta como ejemplo por Jesucristo.

Así como el poco valor a uno mismo trae deshonra a Dios, la otra autoestima que te lleva a medirte con él, es también pecado en su presencia. Pero este es otro tema.

ANA RUIZ

DICHOS DE JEHOVÁ

“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; Los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la que destila del panal. Tu siervo es además amonestado con ellos; En guardarlos hay grande galardón. ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío.” Salmo19:7-14

Ojalá no hayas pasado por alto la lectura detallada de estos versículos. Sencillamente hermosos, sumado a esto, ¡ciertísimos! La ley, el testimonio, los mandamientos, el precepto, … toda la palabra de Dios es dulce más que miel, pero además es reprensión y amonestación al alma que desvía su mirada y sus pasos; o si lo preferís, es de exhortación para todos.

En ella encontramos el consejo de Dios, así como la reprimenda que merecen nuestros actos. Su Autor se muestra como ese Padre compasivo, misericordioso, amoroso; el que también es el Dios justo, que aborrece y le da nombre al pecado, tanto del impío como el de sus hijos.

Sí, los hijos de Dios pecamos, y no hay diferencia en cuanto a gravedad, lo único que los distingue es la intención con que se ha concebido. Dice Santiago: “al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.” (4:17). ¿Quiere decir que tanto hacer lo malo es pecado como no hacer lo bueno? La respuesta es sí, el detalle radica en que esa alma sabe hacer lo bueno, pero decide no hacerlo.

El salmista ha experimentado en carne propia cómo los dichos de Jehová reprenden su pecado, y da gracias a Dios por ello. Aparte, le pide al Dios a quien ama que continúe abriendo sus ojos para reconocer sus trasgresiones y que ninguna de ellas sea encubierta, justificada; mas bien declarada y reconocida para entonces ser perdonada.

Os presentaré dos ejemplos de corazones que pecaron, pero la actitud de cada uno de ellos ante la amonestación determinó su relación con Dios.

El rey David no es solamente ejemplo de cómo se sucede el pecado en los hijos de Dios, es sobre todo un gran ejemplo de arrepentimiento verdadero y de perdón recibido.

Permitidme recordar ese horrendo mal de David para después deleitarnos en los numerosos salmos escritos, inspirados por el estado de humillación que alcanzó su corazón ante el Creador, así como la confianza de obtener la paz y la reconciliación: David tomó una mujer que no era suya, producto de este abuso de poder quedó embarazada. Tramó ocultar las consecuencias de su pecado cometiendo otro y al verse atrapado, decidió darle muerte al esposo legal de Betsabé (2 Samuel 11 y 12). ¡Ah! Pero nos encontramos con esas palabras de David ante Natán: “Pequé contra Jehová” (12:13). El pecado ciega, incluso a los que antes hemos sido iluminados por Cristo, la luz del mundo (Juan 8:12; 12:46). Este corazón, que era con forma de Dios, no supo ver su falta, y mientras estuvo en oscuridad, justificó el segundo paso, el tercero y el cuarto. Era el momento justo para que le fuera enviado alguien que hablaría los dichos de Jehová, y a ese oyó.

¿Has podido darte cuenta de que Dios obra así? Usa a los suyos para beneficio de otros, “redarguye, reprende, exhorta” fue lo que le dijo Pablo a Timoteo (1Timoteo 4:2). El joven mestizo atendió el consejo. El estimado rey reconoció su pecado y no se negó, sino que aceptó las consecuencias, pero no olvidemos que, por ello, agradó a Dios, ¿cómo lo sabemos? Dios cumplió el pacto que hizo con el pastor y preservó su nombre de generación a generación.

Ahora viene la contraparte. Herodes el tetrarca, rey de al menos 4 provincias como lo indica su título. Era el monigote de turno del Imperio Romano. Su educación fue muy cercana a la judía, es decir, no era un gentil desconocedor de la religión hebrea (casi ninguno lo era en aquellos tiempos). Se crió junto a Manaén, quien llegó a ser profeta o maestro en la iglesia en Antioquía (Hechos 13:1). Este que mostró una aparente alegría al ver a Jesús, porque esperaba presenciar alguno de sus milagros (Lucas 23:8), minutos después le menospreció y escarneció decepcionado de que el Hijo de Dios no cumpliese sus expectativas. Fue este Herodes quien recibió la reprensión por parte de Juan el Bautista a causa de su pecado, por haber tomado la mujer de su hermano Felipe y por todas las maldades que había hecho (Lucas 3:19).

Este rey reaccionó de forma totalmente opuesta al primero mencionado. Nunca se escuchó de sus labios el reconocimiento de pecado. No hubo cilicio, oración, humillación. No había arrepentimiento, sino ira de que alguno osara hablarle de su conducta inmoral. Finalmente, el enviado para hablar los dichos de Jehová fue decapitado (Mateo 14:10).

El contraste me compunge. Mientras David vio a Natán como mensajero de parte de Dios y entendió que la reprensión era necesaria, declarando haber pecado contra el que habita los cielos por la eternidad, Herodes percibió a Juan como un incordio. Antes escuchaba con buena gana (Marcos 6:20), parecía que le apreciaba; sin embargo, albergó en el mismo corazón un sentimiento de soberbia y cobardía (Mateo 14:5, Marcos 6:20).

David reconoció que no entendía sus propios errores, y rogó a Jehová que le librase de la ceguera espiritual.

Preferimos llamar al pecado error o falta, pero Dios lo llama impiedad, trasgresión. Sea como sea, el reconocerlos es lo que nos devuelve la comunión, nos amista con Dios, trae paz al corazón. Ya no más tormento por un error que está rompiendo todo lazo, todo vínculo, no solo entre ese creyente y su Señor, sino entre los santificados.

Natán y Juan fueron enviados, mensajeros, ninguno hizo juicio propio. Estoy segura de que ardía en el corazón de estos siervos la santidad divina y el deseo de rescatar un alma atribulada por el pecado para unirla a Dios nuestro Hacedor.

ANA RUIZ
PACIENTEMENTE

“Pacientemente esperé a Jehová” Salmo 40:1

Cuando clamamos a Jehová, deseamos una respuesta inmediata, cuando sufrimos el agravio, esperamos justicia pronta, cuando elevamos peticiones al cielo, queremos verlas cumplidas. Pero ¿y si esa espera es para aprender a disfrutar de la comunión con Dios, ganar en dependencia de nuestro Padre, repasar las promesas y los portentos efectuados por él? ¿Qué pasaría si nuestra rogativa fuese respondida al instante? ¿Qué tiempo tendríamos para comprender el propósito de la prueba? La respuesta es ninguno.

Solo estando en su tabernáculo, protegidos, y en sus moradas, resguardados, podemos llegar a conocerle y disfrutar de esa cercanía. Dios está atento a nuestras necesidades. No nos confundamos, él no es el genio de la lámpara a nuestro servicio. Dios es real y sobrepasa cualquier concepto fantástico procedente de nuestra imaginación.

Cuando un corazón contrito se acerca al trono de la gracia, haya oportuno socorro, brazos abiertos que nos cubren delicadamente, es reforzada nuestra fe, se vuelve imbatible, descargamos la ansiedad, el temor, la echamos a él para llevarla por nosotros, respiramos su paz y sentimos el descanso, volvemos nuestros labios de la rogativa a la alabanza, y el corazón abatido al baile.

La prueba nos acerca a Dios. No sé si el diablo sabe esto, pero mientras él se ríe de nuestra fragilidad y debilidad, la prueba, la aflicción o la tribulación es el medio para establecer o restablecer nuestra relación íntima de hijos a Padre. De ninguna manera la prueba tiene como fin la ruina espiritual, más bien es la oportunidad para poner en práctica lo que nuestros oídos han recibido y nuestro corazón ha guardado previamente al escuchar su consejo.

¿Qué sería de esa comunión sin el tiempo de espera? Por tanto, la paciencia nos conduce a algo mejor. Dios es el dueño del tiempo, actuar dentro de mil años es como si actuase hoy, porque finalmente lo que busca es cumplir su propósito en nosotros, que se haga su voluntad y la gloria de su nombre. Pero (gracias a él por estos “peros”), por amor a nosotros y entendiendo nuestra condición de mortales y temporales, responde en función de nuestro tiempo. Aun así, todo lo ganado en esa relación que se establece mientras esperamos, es el gozo al que se refiere Santiago: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas (1:2). No es la aflicción la que produce gozo en nosotros, es la cercanía que se alcanza al considerarnos dependientes de él en medio de la aflicción.

El joven David subestimó la ira del gigante Goliat por la convicción que tenía de Dios. Le había conocido íntimamente en aquellos prados, había clamado a él para que fuese librado del león y el oso, y siempre fue oído, recordaba que con mano poderosa el pueblo salió de Egipto. Y mientras los hombres de Saúl se amedrentaban por las amenazas del filisteo, David conocía a su Dios, que no salva con espada, ni lanza: “yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones… yo te venceré… y toda la tierra sabrá que hay Dios… porque de Jehová es la batalla” (1Sam.17).

Hermanos, tan reales son la aflicción, la tormenta y la tribulación como la protección en medio de ellas. No es mera palabrería. Es posible experimentar la quietud, la confianza, el gozo una vez que recordamos y creemos ciertísimamente en su Fidelidad: “No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador” (Heb.13:5,6).  

ANA RUIZ

                                                               DEJAR A DIOS

"Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas rotas que no retienen agua." (Jer.2:13)

En el capítulo 9 y 10 del evangelio de Mateo encontramos la primera encomendación que hace el Señor a sus doce discípulos para ir a los judíos y hablarles acerca de la venida del reino. Iban acompañados con la palabra y el poder del Espíritu para ejecutar diversos milagros, resucitar a los muertos y total autoridad sobre los demonios. La razón de dicha misión fue motivada por la condición espiritual en que estaba sumergida la multitud, y esto provocó en el Señor uno de los sentimientos que revelan la perfecta humanidad del Dios encarnado, cuando al verles sintió compasión de ella "porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor." (Mateo 9:36).
El sentimiento vino una vez que el Señor hubo comprobado la incredulidad de los religiosos judíos. Estos hombres pecaron contra Dios negando lo que sus ojos estaban viendo, por lo tanto, negaron también al autor de los portentosos hechos, su procedencia y el propósito de su venida, que era ser sacrificado como cordero en el altar de la cruz, lugar de juicio y expiación de pecados, hasta convertirse en el Redentor de nuestras almas.
Ya los escribas, fariseos, discípulos y otros manifestaron con sus labios lo que jamás harían con sus hechos, seguir a Jesús creyendo en él. Su religiosidad era postureo, su servicio de cara a la galería, "Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se sujetaron a la justicia de Dios" (Rom.10:3). 
El Señor comenzó a encaminar sus pasos fuera de Galilea, a las regiones gentiles, luego a Perea y finalmente a Jerusalén; por eso, y antes de su nuevo recorrido, le fue necesario callar la boca de los ex endemoniados y ex ciegos, pidiendo que no le contasen a nadie lo ocurrido en ellos (Mr.7:36), sin éxito ninguno, porque tales proezas no podían mantenerse en secreto.
Es entonces cuando ve a la multitud con ojos de compasión, abandonada de todos los privilegios que habían recibido. Una multitud que iba tras él para ser sanados porque las enfermedades más terribles les perseguían. Dice la Escritura que le presentaron a todos los que leprosos, ciegos, paralíticos (Mt.15:30). Otros querían escuchar sus enseñanzas y quedaban maravillados porque hablaba como quien tiene autoridad (Mt.7:29), a pesar de haber oído durante años en las sinagogas las liturgias hebreas y celebrar las fiestas solemnes de Jehová, que pasó de eso a ser consideradas las fiestas judías. Muchos solo esperaban ver una vez más lo que para ellos era un espectáculo, siguiéndole solo por curiosidad, o para saciar sus vientres (Jn.6:22-26). Los religiosos se convirtieron en seguidores de Jesús solo con el deseo de hacerle caer, tentándole para que negase lo que Dios, su Padre, como Jesús decía, había mandado, y así tener de qué acusarle ante los principales.
Pero realmente el pueblo se encontraba desamparado y disperso por una causa: su propio pecado. ¿Es que acaso Israel no había tenido a un Moisés que les guiara, o unas ordenanzas que marcaran sus pasos para una vida honrosa, o una ley para adorar a Dios tal como él lo exigía? ¿Qué de los profetas que comunicaban mensajes del cielos, sobre juicios contra la desobediencia del pueblo? ¿No tuvo Israel acaso maestros y lideres de quien aprender y a quien seguir? A Israel le sobraba todo esto, era la niña de los ojos de Jehová (Dt.32:10). Nunca fue desamparada. Siempre vio al Dios de los cielos manifestarse, ese que es espíritu, que no puede ser visto sin que el hombre muera (Éx.33:20). Fueron objeto de su protección de la forma más portentosa, libertados de la esclavitud y del cautiverio. Revestidos de riquezas, tierras, heredad después de años en el exilio. La nación del Dios viviente, reconocido por paganos, tales como Rahab, el rey Ciro, la reina de Saba. 
En medio de tanta bendición, ¿por qué vivían como ovejas sin pastor? Más bien era como para que la nación siguiera siendo la gran potencia hebrea gobernando el mundo en paz, como en los tiempos de Salomón, cuyo reinado es figura perfecta de los mil años que están por delante para la casa de Israel.
Pero sufrieron de una grave enfermedad que sigue presente y continúa carcomiéndose lo que queda de ellos: ¡Dejaron a Dios!, "Me han dejado a mí, el único Dios verdadero, y cavaron para sí cisternas rotas".
Idéntica enfermedad adolece la iglesia en el tiempo de la gracia. La amada esposa está en estado crítico, presentando síntomas similares, con altas probabilidades de que la causa sea la misma que en Isarel, haber dejado a Dios.
Cuando la iglesia universal, esa que aglomera a todos los salvados por fe, de todo lugar y color, de todos los tiempos desde la venida del Espíritu Santo y hasta la venida en gloria del Hijo, cierra el libro, dejando a un lado su contenido y valor, abandonando también al Autor, comienza a dar señales de enfermedad y decadencia; dibujando un panorama desalentador, como el que narra Lucas en su evangelio: "cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" (18:8). La respuesta es no.
La radiografía actual de Dios sobre su iglesia revela un estado de enfermedad grave. La causa es la misma: el deseo del hombre de seguir su propio camino. El error de la nación hebrea fue reemplazar a Jehová por dioses que ni ven ni oyen. La dolencia de los creyentes hoy día es espiritualizarlo todo, y pensar que esa es la manera que agrada a Dios, como si al hombre le fuese encomendada la tarea de reinterpretarle, o como si él nunca se hubiese manifestado a los suyos, dejándonos ver sus planes, sus deseos, sus peticiones y su carácter, tal como él es. 
¿Cómo es esto de espiritualizarlo todo? Los creyentes en Sardis tenían nombre de que estaban vivos, pero no era así. Sus obras no eran perfectas delante de Dios, es decir, no eran de su agrado (Apoc.3:1,2). Las obras postreras de Tiatira eran mayores que las primeras. Dios reconocía su servicio, pero toleraban la doctrina de Jezabel (2:19,10). Los de Pérgamo no negaban su fe en Dios, pero entre ellos actuaban cómodamente y con permiso, los que retenían la doctrina de los nicolaítas y de Balaam (2:14,15). Si se quiere ejemplos más cercanos, abundan iglesias que se jactan del número de miembros, y mientras la cantidad les mantiene ocupados, el Espíritu en ellos está apagado o entristecido. Otras, que tienen "forma" de espiritualidad, pero "fondo" de adulterio y fornicación de corazón. Hay las que cantan himnos con voces casi angelicales, pero usan la lengua para destruir a los hermanos, sin que eso, que es conocido por todos, conlleve a reprensión o disciplina. Personas que viven exactamente como el mundo lo hace pero se autoproclaman cristianos por asistir a una iglesia cada domingo por la mañana, o se consideran parte de la familia de Dios por ofrendar sin siquiera haber experimentado la conversión en Cristo. 
En la Escritura encontramos muchos ejemplos que nos explican ésta condición. Uno de ellos es el caso de Saúl, primer rey de Israel. Sucedió así: "Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo castigaré lo que hizo Amalec a Israel al oponérsele en el camino cuando subía de Egipto. Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos... Y Saúl derrotó a los amalecitas desde Havila hasta llegar a Shur, que está al oriente de Egipto. Y tomó vivo a Agag rey de Amalec, pero a todo el pueblo mató a filo de espada. Y Saúl y el pueblo perdonaron a Agag, y a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir; mas todo lo que era vil y despreciable destruyeron... Madrugó luego Samuel para ir a encontrar a Saúl por la mañana; y fue dado aviso a Samuel, diciendo: Saúl ha venido a Carmel, y he aquí se levantó un monumento, y dio la vuelta, y pasó adelante y descendió a Gilgal. Vino, pues, Samuel a Saúl, y Saúl le dijo: Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra de Jehová. Samuel entonces dijo: ¿Pues qué balido de ovejas y bramido de vacas es este que yo oigo con mis oídos? Y Saúl respondió: De Amalec los han traído; porque el pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu Dios, pero lo demás lo destruimos. Entonces dijo Samuel a Saúl: Déjame declararte lo que Jehová me ha dicho esta noche. Y él le respondió: Di. Y dijo Samuel: Aunque eras pequeño en tus propios ojos, ¿no has sido hecho jefe de las tribus de Israel, y Jehová te ha ungido por rey sobre Israel? Y Jehová te envió en misión y dijo: Ve, destruye a los pecadores de Amalec, y hazles guerra hasta que los acabes. ¿Por qué, pues, no has oído la voz de Jehová, sino que vuelto al botín has hecho lo malo ante los ojos de Jehová? Y Saúl respondió a Samuel: Antes bien he obedecido la voz de Jehová, y fui a la misión que Jehová me envió, y he traído a Agag rey de Amalec, y he destruido a los amalecitas. Mas el pueblo tomó del botín ovejas y vacas, las primicias del anatema, para ofrecer sacrificios a Jehová tu Dios en Gilgal. Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey. Entonces Saúl dijo a Samuel: Yo he pecado; pues he quebrantado el mandamiento de Jehová y tus palabras, porque temí al pueblo y consentí a la voz de ellos. Perdona, pues, ahora mi pecado, y vuelve conmigo para que adore a Jehová. Y Samuel respondió a Saúl: No volveré contigo; porque desechaste la palabra de Jehová, y Jehová te ha desechado para que no seas rey sobre Israel." (1Samuel 15).
Pero, ¿a qué se debe tal dispersión? ¿acaso Dios no nos ha dado la Escritura completa, profética y segura? (2P.1:19). ¿No hemos tenido como guía a los apóstoles, quienes convivieron con el Señor y recibieron directamente sus enseñanzas? ¿No fueron ellos inspirados por el Espíritu Santo, como dice Pedro en su segunda carta? (1:21). ¿Nos hemos olvidado del otro Consolador se posó sobre los creyentes en pentecostés y desde entonces habita en nosotros convirtiéndonos en su templo? (1Cor.6:19). ¿No es como para que la esposa, la iglesia, sea el primer y mejor ejemplo delante de la humanidad entera de cómo vivir honrando a Dios? En lugar de eso, encontramos un conglomerado de iglesias (lo que ellos llaman al lugar de reunión) y denominaciones, cada cual andando en su propio camino, sin pensar si Dios aprueba lo que en ellas se hace.
Dios conoce la realidad de lo que está sucediendo, es más, éstas cosas aumentarán como antesala de lo que está por venir, el ecumenismo que centrará toda su adoración al Anticristo. Pero no deja de entristecernos el saber que teniendo su Palabra, habiendo alojado a la Santa persona de Dios, el Espíritu Santo en nosotros, y habiendo visto el ejemplo de tantos hombres fieles, la iglesia, su amada esposa, da pasos cada vez más alejados del Esposo.
¿Cuál es entonces la petición de Dios? ¿Qué debemos hacer para sanarnos del desamparo y la dispersión, la enfermedad espiritual de los creyentes? Dios, como el médico divino, ha dado su diagnóstico y ha firmado la receta que cura el mal, pero en nuestras manos está cumplir con la medicación, en cantidad, tiempo y frecuencia en aplicarla. El creyente debe: (1) volver al libro, el principal medio que usa Dios para hablarnos, (2) disponer el corazón para escuchar su voz y ninguna otra, (3) obedecerla de forma exacta, sin excusas ni medias tintas, (4) gozándonos en ella, convencidos de estar haciendo lo que le agrada, (5) enseñando y corrigiendo a otros, ciegos o engañados, para que sus pasos también se encaminen en la verdad. "Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete... Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros." (Apoc.3:3; Fil.4:9).
Gracias a Dios por aquellos que en debilidades y flaquezas, desean serle fiel, obedeciendo la voz de sus preceptos, cumpliendo su palabra, haciendo todo lo que él indica, tal como lo dice. Serán como esos pocos de Sardis que no han manchado sus vestiduras, por tanto, "andarán conmigo en vestiduras blancas ... y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias." (Apoc.3:4-6).
"Hijo mío, si recibieres mis palabras, Y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; Si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, Y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, Y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor de Jehová, Y hallarás el conocimiento de Dios." (Prov.2:1-5)
"Guardad, pues, todos mis estatutos y todas mis ordenanzas, y ponedlos por obra. Yo Jehová." (Lv.19:37)
"Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando." (Jn.15:14)
"Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen." (Lc.8:21)
"Si me amáis, guardad mis mandamientos." (Jn.14:15)
ANA RUIZ

PERDONADO

“Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, 
y cubierto su pecado” Salmos 32:1

Éste Salmo fue escrito por David, rey de Israel. En él nos comparte su experiencia en un momento oscuro de su vida. Aunque fue el ungido de Dios y conforme al corazón de Dios, pecó contra él, tomando la mujer de su prójimo, Urias, además de planear su muerte (2 Samuel 11, 12). David estaba totalmente en tinieblas, por sí mismo no era capaz de ver su pecado, y Dios utiliza al profeta Natán, figura del Espíritu Santo, para ello. Su experiencia nos muestra que nadie está exento de pecar, no siendo una práctica sino un momento puntual, como creyentes. Pero también la humildad de David en reconocer su pecado y no encubrirlo, y Dios se agrada de corazones contritos y humillados. A pesar de las consecuencias de su pecado, también declaró: “Tú eres mi refugio; me guardarás de la angustia; con canticos de liberación me rodearás”
En medio de la aflicción, Dios está con cada uno de los suyos. Él es nuestra fortaleza en el tiempo de la angustia.
Cuidado si estás paseándote por el tejado y contemplando las cosas terrenales, y si ya te has deslizado y enredado de tal forma que piensas que ya no hay solución, lo cierto es que habrá consecuencias por tu pecado, pues Dios es Santo y Justo, pero también es el Dios misericordioso y perdonador. Permite que el Espíritu te hable, no cierres tus oídos a su voz para que te declare tu pecado. Clama a Dios y el te escuchará, confiésale tu pecado y el te perdonará “Él es fiel y justo para perdonar nuestro pecado y limpiarnos de toda maldad” (Jn. 1:9). 
Recuerda, somos su creación especial, su gran amor por nosotros le llevó a sacrificar a su Hijo Jesucristo en la cruz, el cual resucitó y está a su diestra intercediendo por nosotros.
DIANA ZAMBRANO

ESPECIAL

Cuando Dios creó al hombre, lo hizo de una forma especial. Todo lo anterior había sido hecho por la palabra de su poder (Heb.1:3), desde el primer día hasta el sexto. Él hablaba y se hacía. Además, era bueno en gran manera (Gn.1:31).
La creación de Dios fue maravillosa. Ese sol que nos da luz, que calienta nuestro cuerpo, que alimenta las plantas para su crecimiento; que sale sobre malos y buenos (Mt.5:45). A él puso en la extensión de los cielos, "como esposo que sale de su tálamo, Se alegra cual gigante para correr el camino. De un extremo de los cielos es su salida, Y su curso hasta el término de ellos; Y nada hay que se esconda de su calor." (Sal.19:5,6).
La luna y las estrellas, por lumbreras para alumbrar sobre la tierra (Gn.1:15), y para que señorease de noche. Ellas son fuente de inspiración de poetas, músicos, artistas y enamorados. Son guía a los marinos y sirven de señal para las estaciones, para días y años (Gn.1:14).
Todo lo que ha alcanzado a ver el ojo humano, y más, fue hecho por el Dios que hablaba y se hacía.
Pero cuando llegó el día de su creación cumbre, cuando todo estaba preparado, ya no dijo más, sino que hizo. Aunque todo lo anterior era perfecto tal como fue creado, en ésta ocasión Dios pondría su sello más personal. Usaría sus manos para formar al hombre de la nada. El diseño era conforme a su imagen y semejanza (Gn.1:26), el elemento principal, el polvo de la tierra (v.7), y el instrumento, sus propias manos. Porque el hombre era su creación más especial. él iba a enseñorearse de todo, bestias, animales, campo. Más que eso, sería la criatura que le honraría, demostrando su señorío y autoridad, la misma virtud del Creador; su grandeza y eterno poder.
También era especial el plan para salvar al hombre de la sentencia de muerte que pesa sobre la humanidad, una vez que el pecado entró en el mundo por un hombre, "así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron." (Rom.5:12).
En el principio, la piel de un animal inocente cubrió la desnudez, es decir el pecado, de Adán y Eva (Gn.3:21). Más tarde, un carnero trabado en un zarzal ocuparía el lugar de Isaac justo en el momento del sacrificio, en el monte de Moriah (Gn.22:13). El último día en Egipto, los Israelitas debían observar un cordero durante unos días, y sacrificarlo para que su sangre salvara al primogénito cuando fuere usada como señal sobre los dos postes y el dintel de la puerta de cada casa hebrea (Éx.12:22,23). Ya en el desierto, la mirada sanadora al asta de bronce levantada por Moisés, libraría a Israel de una muerte segura por la picadura de las serpientes (Nm.21:9). El más representativo, el becerro sacrificado por los pecados del sumo sacerdote Aarón y de su casa, y el macho cabrío degollado en expiación por el pueblo (Lv.16:11,15). Así como el animal enviado al desierto, llevando las iniquidades de ellos, alejando esos pecados del hombre que los cometía (Lv.16:20-22).
Nada de esto fue suficiente para presentarnos aprobados delante de Dios, sino que fue necesario un plan de salvación único y especial, diferente a todos los sacrificios que hasta el momento cubrían los pecados de forma temporal, pero que no eran quitados, limpiando al hombre total y permanentemente.
Para conseguirlo, el Dios de los cielos se reservó, como si fuese, al Cordero perfecto, sin mancha ni contaminación, es decir, sin pecado (1P.1:19). Preparado desde siempre para ser ofrecido en el momento justo, un día especial, antes de la pascua, en una hora puntual, desde la hora sexta hasta la hora novena. Una cruz sería el altar, levantado en el lugar de la calavera. En el corazón de Israel, Jerusalén. Una sola vez y para siempre.
Una vez más, Dios hace algo diferente cuando se trata del hombre. Todo lo anterior, los sacrificios, altares, incienso y holocaustos habían sido ordenados por él, por lo tanto, era bueno. Pero aunque su ejecución fuese perfecta y por años, la obra redentora debía tener una señal particular, la de su propio y único Hijo, el que ocuparía el lugar del pecador.
En el tiempo de la gracia, el tiempo actual, la forma de obrar de Dios no es distinta. Sigue siendo especial. Él tiene a los suyos sujetos y resguardados. Nos mima y enseña con su indiscutible amor. Provee para nuestras necesidades como lo ha prometido. Escucha y conoce nuestros pensamientos, las intensiones del corazón y los deseos que albergamos en él. Nos libra del mal y del peligro, siendo nuestro defensor y escudo.
Mientras que el resto de los mortales pone su confianza en el dinero, en cargos políticos, en la suerte y el azar, en las amistades, en títulos universitarios, en la ciencia o en la meditación, inclusive en la magia blanca o negra; todo esto para sobrevivir a las consecuencias de su propio pecado; los salvados por fe en Jesucristo, y por la gracia, el don de Dios, seguimos adelante, intocables, seguros.
Nuestros nombres están escritos en un libro especial, apuntados por la mano de Dios, imborrables. Porque aunque padezcamos injusticias aquí, burla, rechazo, pobreza, esa morada eterna no nos será quitada.
Ésta es su forma especial de obrar con los suyos:
"Cuando el hombre, no quedará postrado, Porque Jehová sostiene su mano." (Sal.37:24)
"Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia" (Sal.91:15)
"Se compadece Jehová de los que le temen." (Sal.103:13)
"Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré" (Jn.14:13)
"No he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan." (Sal.37:25)
" Los ojos de Jehová están sobre los justos, y  atentos sus oídos al clamor de ellos." (Sal.34:15)
"Él te concederá las peticiones de tu corazón." (Sal.37:4)
"No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia." (Is.41:10)
Nuestro amado Dios es tan grande que se ocupa de los pequeños detalles de nuestra vida. A la vez, es Todopoderoso, para atender los problemas más difíciles que enfrenta cada día su más especial creación.
ANA RUIZ

SALVACIÓN

"Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros." (Romanos 5:8).  El amor de Dios es infinito, no se puede medir ni su anchura, ni su longitud, no se puede calcular ni comparar con nada, pero sí lo podemos ver a través de su Hijo Jesucristo. Todos los seres humanos somos pecadores, estamos contaminados por el pecado desde que nacemos, "He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre." (Salmos 51:5). El amor de Dios se muestra en que él, siendo Santo, no puede tolerar el pecado, pero ama al pecador. El profeta Isaías nos deja claro cómo es la condición de todos los seres humanos, desde el más pequeño hasta el más grande, y sin acepción de personas. Es una radiografía completa y tal cual nos ve Dios: "Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite." (1:5,6). Nadie puede escapar a esto, es una realidad. Está claro que con esta condición merecemos morir, "Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro." (Romanos 6:23). En estos versículos leemos claramente que merecemos morir como consecuencia de nuestros pecados pero también Dios nos da una salida, una esperanza, una opción. Él nos ama de tal manera que dio a su único Hijo para poder estar cerca de sus criaturas. Jesucristo quien no tenía pecado, por nosotros se hizo pecado. Dios le desamparó para ampararnos a nosotros, y no solo eso, sino que por medio de su Hijo nos da entrada al reino eterno y perfecto. Es su dádiva, su regalo; ahora solo depende de nosotros si queremos aceptarlo o sencillamente rechazarlo de forma abierta, y sin ningún tipo de temor.
Cuando reconocemos que somos pecadores y creemos de todo corazón que Cristo murió por nuestros pecados, automáticamente ya somos salvos de los juicios que hará Dios en su tiempo a todo aquel que decidió vivir de espaldas a él. Reconocer ésta gran verdad salva nuestras almas de una condenación segura en el infierno. Éste lugar es real, y allí estarán para siempre todos aquellos que nieguen a Dios, a su Hijo, "El que venciere, heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda." (Apocalipsis 21:7,8).
En las Escrituras podemos encontrar respuestas, consejos, verdades, y todo lo que Dios en su plena potestad quiso revelar al hombre, así que no dudes en leerla y descubrir lo que Dios ha preparado para ti. "Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos."  (Proverbios 23:26).
 ALEXA CASTRO

LAS EVIDENCIAS DE DIOS

Qué interesante conversación se suscita entre un creyente y un incrédulo que no se resiste a escuchar de nuestra fe, exponiendo también lo que cree es su verdad. No me refiero a esas incómodas y eufóricas pláticas en donde se ofende más que se habla. Qué oportunidades regala Dios cuando nos encontramos a alguien atraído por las cosas espirituales, aunque sea por curiosidad. Cuando los argumentos del no creyente se desvanecen ante la verdad de la palabra y la persona que la contiene, la dádiva de Dios, Jesucristo.
El tema principal suele ser si Dios existe. Muchos lo dudan, y se basan en la mal planteada teoría que dice que si fuese así, no habría tanta maldad sobre la tierra. ¿Por qué, si Dios es bueno, permite las guerras, la hambruna y la enfermedad? No son preguntas vanas, pero sí contradictorias en sí mismas. Ciertamente, como Dios es bueno, solo las cosas buenas y todas las cosas buenas, provienen de él: el agua que nos sacia, el aire que respiramos, la lluvia que riega la tierra, el sol que hace crecer las plantas, el sueño que nos permite descansar, los frutos y verduras que alimentan nuestro cuerpo, el amor que nos hace amar a nuestros hijos, amigos, padres, hermanos, las flores que decoran nuestra primavera, el viento que limpia la atmosfera. Pero, irónicamente, la humanidad se planta en dos posiciones: (1)Todas las cosas buenas son resultado de la buena acción del hombre, y (2)todas las cosas malas suceden porque Dios no existe. Qué gran logro ha conseguido Satanás con esto, cegando el entendimiento. Aún si las personas estuvieran dispuestas a creer en la existencia de Dios viéndole con sus propios ojos, no creerían. ¿Cómo lo sé? Porque eso fue lo que sucedió con los grandes religiosos en el tiempo de Jesús, que viendo, no percibieron, y oyendo, no entendieron; sino que blasfemaron. Por supuesto que el mal que gobierna éste mundo no proviene de Dios, sino del maligno, ese que se ha opuesto a él y se ha enemistado con sus criaturas. Pero seguro que esto tampoco lo creen. Además, la bendita palabra de Dios enseña con veracidad que no es el tiempo de paz, sino de adversidad, de incredulidad, de oposición, y que esa atmosfera de bienestar será al final de la siega, cuando "ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron" (Apoc.21:4).
Lo que las personas se empeñan en negar es demasiado grande como para "tapar el sol con un dedo". Las evidencias que tenemos son las siguientes:
-LA CIENCIA. Los científicos que se precien de serlo, no niegan la existencia de Dios, es la falsamente llamada ciencia la que enseña lo que no es (1Tim.6:20). Sin embargo, no pueden afirmar que Dios existe porque no es posible demostrarlo empíricamente, ¿cómo meter a Dios en un tubo de ensayo? Pero esto habla de la incapacidad del hombre más que de la no existencia del Ser supremo. Inevitablemente nos deja en las manos una sensación de inmensidad. Es como intentar pasar un elefante por el ojo de una aguja o retener el océano juntando las manos. Quien ha manipulado una tuneladora de más de 2.500 toneladas de peso, pretende experimentar con Dios, que no tiene medida. Ese es el tamaño de Aquel que muchos creen inexistente.
-EL PERFECTO SISTEMA DE LAS COSAS. Por otro lado están aquellos que al escuchar hablar del Big Bang, lo repiten como una verdad absoluta. Con tanto avance y tecnología, todavía no se ha demostrado que del desorden surja el orden, sin intervención divina. Algo que sí afirma la Biblia: "Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz." (Gén.1:2,3). Como tantos otros asuntos, sucederá que el hombre llegará a afirmar lo que la Biblia ya ha desvelado años atrás, y aún así no cree en ella; como la redondez de la tierra, por ejemplo: "Cuando formaba los cielos, allí estaba yo; Cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo" (Prov.8:27), "El está sentado sobre el círculo de la tierra" (Is.40:22). Autores inspirados por el Espíritu para pronunciar misterios con plena certeza sin ser ellos científicos, sino profeta, en el caso de Isaías, y rey, en el caso de Salomón, cada uno en su tiempo, sin coincidir, y que solo tenían en común su relación íntima con Dios. El orden de la mujer con su regla, la fotosíntesis, el ciclo del agua, los nueve meses de gestación, el sistema solar, la vejez... ¿Es todo producto de una explosión, o del mono?
-LA CREACIÓN. Parece que ésta "verdad a gritos" que nos rodea, solo sirve para inspirar a poetas, artistas y músicos. Para dar trabajo a meteorólogos que nos advierten cuándo sacar el paraguas o el abrigo, o para la celebración del amor entre dos enamorados; pero no es suficiente para caer postrados y rendidos, reconociendo la inmensidad y el poder del eterno Dios, cuando aún "Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, Y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, Ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, Y hasta el extremo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol; Y éste, como esposo que sale de su tálamo, Se alegra cual gigante para correr el camino. De un extremo de los cielos es su salida, Y su curso hasta el término de ellos; Y nada hay que se esconda de su calor." (Sal.19:1-6). La creación es algo que podemos ver con nuestros ojos, sentir con nuestro tacto, escuchar con los oídos, saborear con nuestra boca y apreciar su fragancia con nuestro olfato. Todos nuestros sentidos implicados para percibir lo innegable. ¿Qué mano de hombre puede hacer tan perfecta todas las cosas? ¿Qué pintor puede dar tan variados y brillantes colores? ¿Qué compositor puede afinar tan hermosas melodías?
-LA BIBLIA. No solo porque es palabra Fiel y Digna de ser creída. Todo lo que está escrito en ella se ha cumplido y se cumplirá. No hay contradicción entre los más de cuarenta autores que vivieron durante los 1500 años necesarios para escribirla. Sin conocerse entre sí, de distintas profesiones, pero con un elemento en común, todos inspirados por el Espíritu de Dios (2P.1:21). Además de esto, es el libro más vendido sobre la tierra, el más perseguido y el que más ha permanecido. La historia está llena de hechos que destacan la ira de los hombres sobre éste sagrado libro. Los grandes intentos por hacerlo desaparecer, quemar. Las almas sacrificadas por la conservación de la palabra, y que gracias a Dios, hoy día se puede abrir con total libertad en muchos países del mundo. Su autoría, compendio, persecución y existencia actual es lo que lo hace diferente, no es un libro más, en todo caso es El Libro apreciado y valorado, "La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; Los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la que destila del panal." (Sal.19:7-10). Su contenido ha cambiado a millares de personas: a los idólatras, endemoniados, brujos y hechiceros los ha limpiado, mostrándoles al verdadero Dios; los homicidas, violadores y asesinos, arrepentidos, aman no solo las vidas, sino las almas del prójimo. El ladrón, corrupto y codicioso ha devuelto todo lo que debía, dejando sus deudas en cero. La palabra de Dios convierte lo malo en justo, lo necio en sabio, lo inservible en útil, la maldición en bendición eterna.
-LA CONCIENCIA. El conocimiento del bien y del mal, el límite y la diferencia entre ambos. Aunque el hombre quiera concluir que todo es relativo, ese resultado lo obtiene después de evaluar qué es bueno y qué es malo, y esos dos conceptos proceden de sus conciencias, dada por Dios. El Dios que consideró todo lo creado como "bueno en gran manera" (Gn.1:31). Satanás no mintió cuando dijo "seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal." (3:5), sino que mintió cuando negó la sentencia divina y dijo: "No moriréis". Antes del pecado original, el hombre sabía lo que era caminar en comunión con Dios, escuchó de sus santos labios la advertencia y tuvo en sus manos la decisión de creerle o no creerle, pero fue hasta después de su pecado que supo la diferencia entre lo bueno y lo malo, así como Dios, "Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal" (3:22). El hecho de no actuar de forma mecánica o automática ante la vida, es lo que nos diferencia de las maquinas, e inevitablemente nos acerca más a la semejanza divina que a la meramente física y material.
-LAS BUENAS ACCIONES. La Biblia lo explica de forma muy sencilla, cuando dice "Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto" (Stg.1:17), y también leemos "porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad." (Fil.2:13). De manera que los buenos sentimientos y las buenas obras del hombre tienen una sola fuente, Dios. Pablo habló acerca de su humanidad, diciendo: "Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago." (Rom.7:18,19). De modo que el hombre, a quien no podemos ver como un ente aislado de Dios, siente amor, bondad y cualquier otro sentimiento que se derive de ellos, gracias a ser creado a semejanza de Dios, "porque a imagen de Dios es hecho el hombre" (Gn.9:6).
-ISRAEL. Es el pueblo cuya historia es la más conocida sobre la tierra. Antigua y a la vez actual, pequeña en territorio, grande en protagonismo. El hecho de escuchar, conocer, visitar y vivir entre israelitas hoy día, la misma nación de Abraham, Moisés, David, Salomón, Jesucristo, nos estremece. ¿Qué hay de especial en ellos? ¿Por qué la civilización Inca no es tan conocida? ¿Por qué no permanecieron los mayas o los indios americanos? ¿Por qué no se mencionan en las Escrituras los aborígenes australianos, considerados los humanos vivos más antiguos? Porque de ninguno de estos pueblos provenía el Salvador, el Hijo de Dios. Pero la existencia de Israel como nación conmocionó al mundo, "Eran las cuatro de la tarde del viernes 14 de mayo de 1948. Faltando solo unas cuantas horas para que se acabara el mandato británico, 350 personas se hallaban reunidas —por invitación secreta— en el Museo de Tel Aviv, donde se haría el tan esperado anuncio del nacimiento del Estado de Israel... en virtud de nuestro derecho natural e histórico y basados en la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, proclamamos el establecimiento de un estado judío en Eretz Israel, que será conocido como el Estado de Israel”. (Biblioteca en línea Whatchtower). Ese derecho natural e histórico se refiere a la descendencia innumerable de Abraham, prometida por Dios; y a la herencia de la tierra prometida, declarada a Moisés. Israel entró en la historia de la humanidad hace ya muchos años, no solo en 1948; hechos que nadie puede negar, ni siquiera los que se niegan a creer en Dios.
-JESUCRISTO. Es el mayor hito conocido de todos los tiempos. Su vida sí que marcó literalmente un antes y un después en la historia del hombre. Los sucesos que corroboran su poder, mensaje, señales, fueron escritos; pero no todos, porque si así fuese, no cabrían en la tierra, "Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén" (Jn.21:25). Ni el más ateo puede negar la existencia de éste ser especial, porque el afirmar acerca de Jesús pertenece a la historia. Él dejó pruebas indubitables de sus hechos (Hch.1:3), sumado a los muchos testigos presenciales, creyentes y no creyentes.
Por eso, la existencia de Dios no pertenece únicamente a la fe, es por fe que nos entregamos a él, le obedecemos y lo hacemos nuestro Señor, pero el demostrar que fue, que es y que será, sobrepasa laboratorios, ensayos y teorías. Puede llegar a comprenderlo un corazón despojado de envanecimiento y orgullo; uno que no anteponga sus conocimientos y opiniones. Uno que haciendo un ejercicio de sinceridad, dude que la raza humana procede del mono y que una gran explosión es el origen de todo lo hermoso y perfecto que nos rodea, así como duda que Jesús sea Hijo de Dios, y que su sangre nos limpia de pecado.
Es lo mismo dudar que negar, porque ambas conllevan al mismo fin, separados de Dios. Mejor es creer por fe, que no es ciega, sino que es la manera que agrada a Dios. La fe es la que hace visible lo invisible, la que trae el futuro al presente. Ninguno que ha puesto su confianza en las palabras de "El Libro", ha sido defraudado. Sin olvidar las múltiples y variadas evidencias, demasiadas como para negarle.
 ANA RUIZ

APRENDER SIRVIENDO

"Aconteció después de la muerte de Moisés, siervo de Jehová, que Jehová habló a Josué hijo de Nun, servidor de Moisés, y le dijo..." (Josué 1:1)

A este pasaje, como los primeros versículos de muchos libros de la Biblia, lo podríamos pasar por alto por considerarlo apenas una introducción al texto principal. En una sola oración, sin embargo, nos presenta el modelo indicado para la formación de un nuevo líder, el proceso que debe atravesar aquella persona que eventualmente ocupará un puesto de responsabilidad dentro del pueblo de Dios.
El autor describe a Moisés como el siervo de Jehová, aunque no siempre fue esta la realidad del gran libertador de Israel. Una gran parte de su vida transcurrió sin que Moisés hubiera accedido a este privilegio, no porque Dios no quisiera darle esta posibilidad, sino por él necesitaba pasar por aquella escuela de formación en la que moriría a sí mismo. Sin esta experiencia de muerte hubiera sido imposible que se le llamara "siervo de Jehová", pues el titulo presupone que la persona está enteramente a disposición del Altísimo, sin proyectos personales.
El texto también describe a Josué, hijo de Nun, como servidor de Moisés. Es decir, por lo menos durante cuarenta años este hombre había estado al servicio de Moisés. Esto no significa que Josué no había estado sirviendo al Señor, sino que la manera en que lo hizo fue sirviendo a Moisés. Durante esos años su vida estuvo a disposición del gran líder. Al igual que su tutor, no poseía un proyecto propio de vida, sino que había puesto todos sus recursos y dones a disposición de Moisés. Su meta era serle útil en lo que fuera necesario y, por el testimonio de la Escritura, todo parecía indicar que Josué lo hizo con singular alegría y entrega.
Esta es una buena escuela de formación para un joven; y un líder sabio debe comprometerse a incorporar a su vida personas que tiene esta función. por el testimonio del libro de Números varios jóvenes estaban al servicio de Moisés de esta manera (11:28). Estos jóvenes no solamente se ponían a disposición del líder, sino que él los hacía partícipes de muchos de los proyectos que Dios le encomendaba. En todo, aprovecha las circunstancias reales de la vida para formar en ellos las capacidades y actitudes que eventualmente les permitirían asumir una mayor responsabilidad en el pueblo de Dios.
Hoy, este proceso de formación lento y prolongado pareciera no ser necesario. Estamos demasiado apurados por extender la obra como para invertir profundamente en la vida de algunos ayudantes. No obstante, estos obreros con una formación pobre acaban haciendo mucho daño al pueblo de Dios, de modo que lo que ganamos en tiempo lo perdemos en calidad de ministerio. El líder sabio que este trabajo lento es una de las mejores inversiones que puede dar para el futuro de la iglesia. No es poca cosa dejar formado a un Josué o a un Timoteo. Ellos representan la nueva generación de líderes que conducirán los asuntos de Dios cuando nosotros hayamos terminado la carrera.
Para pensar: Las lecciones que una persona aprende mientras sirve a otro le proveerán los mejores principios para que el día de mañana los aplique en el ministerio al que ha sido llamado. 
DEVOCIONAL EN UN AÑO, ALZA TUS OJOS. 20 Noviembre

NO HAY OTRO EVANGELIO 
Gálatas 1:1-10

Pablo visitó la zona de Galacia en los tres viajes misioneros que narra Lucas en Hechos de los apóstoles. 
Los primeros convertidos que se conocen por la predicación de Pablo proceden de ciudades como Antioquía, Iconio, Listra y Derbe. De hecho Timoteo es fruto de éste primer esfuerzo evangelístico. Las primeras asambleas establecidas y confirmadas son las de esa provincia. Todo un conjunto de privilegios.
Por esta razón, la epístola a los gálatas pudo haber sido la primera carta escrita por el apóstol.
A pesar de la proclamación del evangelio, la confirmación de su fe y el fruto en el establecimiento de varios puntos de testimonio, Pablo se asombra que tan pronto los hermanos prestaban oídos y seguían un evangelio diferente. No que hubiese otro, sino que se habían alejado de quien les atrajo a Cristo para ser salvos.
Una vez gozando de la salvación, ahora los creyentes que habían aprendido la verdad, seguían un camino de engaño. ¿Cómo fue posible esto?
No es la primera vez que leemos en las Escritura respecto a creencias a medias, enseñanzas sin fundamento. Los saduceos, por ejemplo, eran judíos que no creían en la resurrección, en ángeles ni en espíritu (Hch.23), ¿cómo podían creer, entonces, en la justificación del pecador, si ésta se consiguió por la resurrección del Jesucristo? ¿Creían o no en las profecías de que al tercer día sería levantado de entre los muertos? ¿Cómo conciben a un Dios que permite que su Santo vea corrupción?
Otro ejemplo es el concilio de Jerusalén (Hch.15). Pablo , en su segundo viaje, lleva cartas a las iglesias locales para que los judíos creyentes no intentaran judaizar a los gentiles; más bien, fariseos conversos, falsos hermanos (Gál.2:4), que imponían tradiciones a una salvación que se recibe por gracia.
Un ejemplo más. Pablo escribe a los corintios respecto a la resurrección. Parece que algunos habían hecho dudar a los hermanos (1Cor.15:12), y el apóstol dedica todo el capítulo para devolver la confianza y paz a sus corazones; si no, seríamos los más dignos de conmiseración (v.19).
Por último, cuando escribe la primera y segunda carta a su hijo en la fe Timoteo, le advierte de Alejandro, Himeneo y Fileto, personajes que perturbaban al apóstol y anunciaban lo que no era, desviados de la verdad, que trastornan la fe de algunos diciendo que la resurrección ya se efectuó, por lo que Pablo les entrega a Satanás, para que aprendan a no blasfemar (1Tim.1:20; 2Tim.2:17).
Era tan común en los tiempos del apóstol escuchar hablar de otro evangelio como lo es hoy día. Se predican a personas, pero no a Cristo; se habla de muchas maneras de llegar a Dios pero no del único Camino; se enseña la tolerancia para no hablar de pecado; se lucha por libertad para no someterse a mandamientos santos; se enfoca el yo para desviar la mirada de Dios; se nos entretiene con lo terrenal para olvidarnos de las cosas eternas; se adorna el mensaje para atraer masas y no corazones con arrepentimiento genuino; se proclama el amor de Dios ocultando su ira santa. ¡Todo esto no es evangelio!
Ahora se me ocurren un montón de preguntas:¿Qué es para ti el evangelio? ¿Qué te atrajo del mensaje? ¿Tu andar cristiano está basado en tradiciones, costumbres o en tu propia opinión? ¿Es tu guía la palabra de Dios? ¿Tomas tus propias decisiones o lo hace Espíritu por ti? ¿Los que te rodean ven a Cristo en tu vida diaria? ¿El mundo gana o pierde terreno en tu día a día? ¿Estás preparado para el encuentro con tu Señor?
Es bueno preguntarse estas cosas a menudo, quebrantarnos con ellas, retomar el propósito para el que fuimos salvos, seguir el consejo de Dios. Que Cristo sea formado en nosotros, y no ser de tropiezo a los que han de creer luego por la predicación nuestra. Recuerda que muchos creerán el evangelio que predicas y seguirán el evangelio que vives.
ANA RUIZ

EL INFIERNO 

Esta es una palabra que genera diferentes reacciones en las personas. Unos dicen que el infierno es este mundo; otros, que el infierno es la vida que llevan o han llevado. Algunos dicen que no existe y su mención es sólo para infundir miedo. Te hago la pregunta a ti ¿Crees que el infierno existe o te unes a los diferentes puntos de vistas de las personas?Ahora, ¿qué dice la Biblia acerca de este lugar? El mismo Señor Jesucristo habló más sobre el infierno que sobre el cielo, y nos podríamos preguntar ¿por qué? La insistencia del Señor es para que las personas puedan evitar ese lugar, ya que ha sido preparado para Satanás y los ángeles que le siguieron, y no quiere ir solo allí (Mateo 25:41), por eso cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo (2 Corintios 4:4). Por lo tanto cada vez que el Señor Jesús habla del fuego eterno, lo hace de una manera solemne.
Esto tiene que llevarnos a la reflexión, porque pensamos que el temor que debemos tener es a aquellos que pueden quitar la vida, pero Jesús dijo: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28).
El Señor Jesucristo hace una descripción terrible sobre el infierno en el evangelio de Marcos 9, diciendo: “el fuego que no puede ser apagado” (v. 43d) y “donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (v. 44a). Por eso al infierno se le llama lugar de tormento y será para aquellos que no quieren atender al llamado de Dios, ni obedecer a su amor manifestado por medio de su Hijo Jesucristo. Por eso el apóstol Pablo expresa que nada podía separarle de ese amor que es en Cristo Jesús (Romanos 8:39). 
Esto nos recuerda a aquel momento tan solemne de la historia del rico y Lázaro donde Cristo descorre el velo de la esfera infernal y celestial. Son más numerosos los detalles de la condición del rico, tanto de su vida de lujo y placer, como de su muerte y lo que le ocurre después de ésta: “Atormentado es esa llama” (Lucas 16:24). Lo que nos enseña que la oportunidad de salvarse de ese lugar de tormento es en vida. El hombre de banquetes y placeres no tenía a Dios en su mente, y en su final “abrió sus ojos estando en tormentos”, detalle que encaja perfectamente con las palabras de Cristo en Marcos: “donde el gusano de ellos no muere”.
Apreciado lector, ¡el infierno existe! tanto como el cielo. Posiblemente para usted esto sea un cuento para infundir miedo y debilitar las mentes, pero no deja de ser real porque alguno no crea en ello. Por eso la palabra de Dios advierte de ese destino. Su Autor ha dejado plasmado la forma de evitarlo, “convertíos, pues y viviréis” dice Ezequiel 18:32. Esa conversión que implica cambiar de rumbo, de muerte; a uno contrario, diferente, de vida. Dios no quiere la muerte del que muere y esto tiene que ver con separación eterna. Es lo terrible de este lugar, que allí no está Dios y el hombre no concibe su existencia sin él, aunque no crea. Sin pedirlo ni pretenderlo somos también espíritu, la naturaleza de Dios, pero en la eternidad de condenación esto ya no será más. De allí el tormento, y será eterno, tanto tiempo que no se puede contar.
Dios no sólo advierte, sino que señala la forma de hacer el giro de tuercas más relevante y trascendental que hará jamás el hombre en sus días sobre la tierra, aceptar a Cristo como Salvador personal. Esto quiere decir reconocer que nuestros pecados (acciones) ofenden a Dios, y destruye nuestra esencia y final. Bajo esta condición no merecemos el favor de Dios. Rechazarle también es pecado, aun más grave, no haberle tenido en cuenta hasta ahora. Por lo tanto, piensa en la oferta que Él te hace en este momento, toma las palabras que los ángeles le dijeron a Lot en el momento en que Dios iba a destruir Sodoma y Gomorra por su pecado: “…Escapa por tu vida, no mires tras ti” (Génesis 19:17).
Al final de la Biblia llega el momento en que comparecerán todos los que no le recibieron, en el juicio del Gran Trono Blanco, en donde será el ejecútese del justo juicio de Dios: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.” (Apocalipsis 20:11-15).
JOAB CERVINI

JEHOVÁ ES SU NOMBRE

“Así ha dicho Jehová, que hizo la tierra, Jehová que la formó para afirmarla; Jehová es su nombre: Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jeremías 33:2,3).
Una de las expresiones de este hermoso versículo “Jehová es su nombre” es el título que he escogido para esta sencilla reflexión.
El nombre de Jehová nos lleva a invocarle, quiere decir, clamar a él. Esa fue la experiencia de aquel hombre que edificaba altares a Jehová cada vez que recibía bendición, Abraham. Le vemos en Siquem, en donde Dios le apareció diciendo que a su descendencia daría la tierra, y edificó un altar. Pero después pasó a un monte, al oriente de Bet-el, y dice la palabra de Dios que: “edificó allí altar a Jehová e invocó el nombre de Jehová” (Génesis 12:8). 
El nombre de Jehová es solemne. Nos dice la Biblia: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.” (Génesis 20:7).
El nombre de Jehová es para ser proclamado. Esta fue la experiencia de la vida de Moisés hasta el final de sus días. “Porque el nombre de Jehová proclamaré. Engrandeced a nuestro Dios.” (Deuteronomio 32:3).
Aquel cuyo nombre es Jehová, es el que ha hablado. Si consideramos sus dichos, tenemos que comenzar en la creación “Y dijo Dios…, y fue”. Esto quiere decir que Dios tiene poder y se cumple lo que dice. ¡Qué seguridad más grande! el saber que es Dios quien habla, quien promete. En una ocasión, los discípulos estaban en la barca en medio de la tempestad, y mandaron a levantar al Señor que dormía, diciéndole: “no tienes cuidado de nosotros, que perecemos”. Ah! Pero el Señor “levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza.” (Marcos 4:39).
El Jehová de la creación es el que afirma la tierra, quiere decir que la sostiene y la guarda. Por eso, con toda confianza nos manda a que clamemos a él. Muchas veces en medio de la aflicción, en vez de buscar a Dios, acudimos a personas, pensando que al ver nuestra situación, pueden resolver el problema. Jeremías estaba preso (Jeremías 32:2), así que su única fuente era Jehová.Lo maravilloso de clamar a Jehová es que Él responde. Los discípulos estaban orando en aquel lugar por la liberación de Pedro y casi de inmediato la respuesta de Dios, soltándole de aquella prisión de forma milagrosa, a tal punto que la joven Rode, de la emoción, no abrió la puerta, sino que corrió para avisar a los demás que Pedro estaba allí y cuando abrieron quedaron atónitos (Hechos 12:13-16). Así es, quedamos atónitos cuando Dios obra y cuando habla. Él responde en su tiempo, ya que es Soberano. Solo nos queda esperar.
Otra de las cosas preciosas de este versículo, es que Él nos enseña. El salmista pide a Dios “Enséñame tus sendas” (Salmo 25:4), “Enséñame tus estatutos” (Salmo 119:12), etc. Quiere enseñarnos cosas grandes y ocultas. Qué bueno es anhelar sus enseñanzas, pero aun más glorioso es que Él quiere enseñarnos. Su Espíritu nos declara todas las cosas que vienen de Su parte, pero debemos dejarle que obre en nuestra vida.
¿Queda duda alguna de lo que Dios puede hacer? En la condición en la que se encontraba el profeta Jeremías, declarando al pueblo de Judá lo que le iba a acontecer por su pecado, Dios le consuela confirmándole el pacto que había hecho con la casa de David, en que no faltará varón que se siente sobre el trono de la casa de Israel (v.17).
Confiemos, hermanos, que si clamamos Él responde, grande y maravillosamente.
“Por tanto, os digo que todo lo que pidieres orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24).
JOAB CERVINI

EJEMPLO

“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”
Si no tuviéramos a mano la Biblia al completo, sino únicamente este versículo, estas tres herramientas serían suficientes para seguir nuestro andar cristiano de victoria en victoria. Poder, que va acompañado de valentía, fuerza, ánimo, fe. Amor, que incluye perdón, misericordia, bondad y gracia. Dominio propio, para rechazar todo pecado. Es como aquel versículo de Génesis en el que Dios le dice a Caín que para pecar no hace falta irse tan lejos, sino que está cerca de nosotros tentándonos; pero podemos enseñorearnos de él y decir no (Gn.4:7).
Aunque es una exhortación de Pablo hacia Timoteo, en esa íntima carta entre amigos, hay ejemplos de hombres y mujeres en la Biblia que siguieron esa premisa, mucho tiempo antes de haber sido escrita. Claro que algunos de ellos tenían a ese consejero, tutor, maestro, justo al lado para imitarle, para apoyarse en ellos.
Tal es el caso de Josué. La primera vez que se menciona a este joven de la tribu de Efraín (Núm.13:8), es cuando fue escogido por Moisés para librar la primera batalla una vez cruzaron el Mar Rojo. Es la guerra contra Amalec, y Josué no solamente escogió quién lucharía sino que él también estaba en el campo de batalla. Cuando alcanzaron la victoria, el hecho quedó registrado en el libro como recordatorio a Israel de la presencia de Dios con ellos. El nombre de Josué es escrito también en él, y además recibe la promesa de salir victorioso en todos los enfrentamientos que sucederían en su vida.
En la segunda mención encontramos a Josué entre los escogido por Dios y por Moisés para acercarse al Sinaí junto con los setenta ancianos de Israel, Aarón, Nadab y Abiú. Estos hombres debían permanecer al pie del monte mientras Moisés subía a hablar con Dios, ¿y quién subió con él? Josué; y aunque no estuvo delante de Dios en la cumbre, sí es cierto que el hijo de Nun estaba más cerca de Él que los mismos principales del pueblo.
El tercer importante suceso tiene como co-protagonista también a Josué. Moisés envía a doce espías para reconocer la tierra, entre ellos Josué y Caleb. ¡Qué privilegio ver y pisar la tierra prometida mucho antes de que lo hiciera todo el pueblo! Cuando la multitud oye de los gigantes de Anac, se atemoriza, y es Josué el que, junto con Caleb y con valentía, declara que Dios ya les ha dado la victoria, entregándoles la tierra, recordando aquella promesa recibida en los primeros pasos de su servicio a Dios.
Oseas, conocido como Josué (Núm.13:8), no se apartaba del tabernáculo (Éx.33:11), era siervo y ayudante de Moisés (Núm.11:28), un muchacho privilegiado por tener un buen ejemplo delante, un maestro quien le instruyera, un apoyo, un guía en su andar, un amigo. Moisés tenía comunicación directa con Dios, y Josué era bendecido por ello.
No sucedió igual con Samuel. Aunque era también de la tribu de Efraín y creció en el templo, ministrando a Jehová delante del sacerdote Elí (1Sam.3:1), este jovencísimo muchacho no contaba con ningún ejemplo, apoyo, guía, maestro o amigo a su lado. Cierto es que su día a día lo compartía con el sacerdote, que a falta de juez o de otra autoridad sobre el pueblo, debía imponer orden moral y espiritual. Pero con Elí ocurría todo lo contrario, sus hijos dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión (1Sam.2:22) y eran hombres impíos que no conocían a Dios (1Sam.2:1).
El liderazgo de Elí era nulo, por lo tanto, no apto para ser imitado. Este sacerdote recibió juicio de parte de Dios por su dejadez. Comenzó confundiendo la oración de una mujer en el templo, como las palabras de una ebria (1Sam.1:13), y terminó escuchando la sentencia de Dios sobre él y su casa, y en lugar de arrepentirse de su pecado, se conformó diciendo, “Jehová es, haga lo que bien le pareciere” (1Sam.3:18). Elí honraba más a sus hijos que a Dios, sus hijos menospreciaban las ofrendas a Jehová, engordaban por tomar de ellas, hacían pecar al pueblo, y su padre no les estorbaba. En su vejez, sufrió de doble ceguera, la física y la espiritual, puesto que la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días.
¡Pobre Samuel! Pudo haberse contaminado él también con los pecados de los jóvenes, o renunciar a ministrar a Jehová, o decaer espiritualmente, argumentando la falta de buen ejemplo, liderazgo o buenos maestros. Pero este joven no hizo así. Samuel creció, y fue conocido por todo el pueblo como el fiel profeta de Dios (1Sam.3:20).
Cuando Samuel muere, todo Israel le llora y se lamenta (1Sam.25:1; 28:3), pero lo más relevante es que Jehová estuvo con él todos los días de su vida, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras (1Sam.3:19).
Josué tuvo por delante un buen ejemplo digno de imitar, y claro que nos gustaría que ese fuese nuestro caso. Todos queremos a un Moisés en nuestras vidas, pero quizá lo que nos rodea son Elís. Sea uno o el otro caso, hemos recibido algo mayor: espíritu de Poder, de Amor y de Dominio propio.
Pablo no pudo acompañar a Timoteo en su tarea de preservar la sana doctrina, sino que escribe estas palabras estando preso, entrado en años, a punto de cumplir sentencia de muerte. Pero Timoteo no desmayó, ni tomó esto como excusa; tampoco lo hizo Samuel, y menos Josué. ¿Qué a ti?
ANA RUIZ

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